Estamos por terminar el ciclo litúrgico, es la última semana del Tiempo Ordinario. Este próximo domingo será el primer domingo de Adviento, y empezará nuevamente el ciclo litúrgico B.
LA PERSEVERANCIA HASTA EL FINAL
Nuestra Madre Iglesia elige para nosotros, en la liturgia de esta semana, hablar del final de los tiempos, hablar de la escatología, con esa venida definitiva de Cristo, como dice también san Pablo:
«a recapitular todas las cosas, las del Cielo y las de la Tierra»
(Ef 1, 10).
Y por eso, las lecturas que escuchamos esta semana en la misa no son especialmente alentadoras, al menos no de entrada.
Por ejemplo, leemos en el capítulo 21 de san Lucas:
«Habrá grandes terremotos y en diversos países habrá hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el Cielo»
(Lc 21, 12-19).
Y claro, como si eso no fuese suficientemente escalofriante, Tú, Señor, adviertes a quienes quieren seguirte, que:
«Antes de que todo eso pase, les echarán mano encima, los perseguirán entregándoles a las sinagogas y las cárceles, haciéndoles comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre (…)
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre»
(Lc 21, 12-13. 16-17).
Caray, tremendo panorama, ¿no? Pero este evangelio, este mensaje Tuyo, Señor, es algo así como ‘en guerra avisada no mata soldado’. Es la advertencia de que este camino al Cielo es irremediablemente a través de la puerta angosta.
Y aquí una lista de tragedias, de calamidades. Pero bueno, Señor, Tú verás qué significan exactamente cada una de estas cosas. No tiene que ser exactamente así.
Cada uno de nosotros sabe que para ganarse el Cielo hay que pasar por la Cruz necesariamente.
CONTAMOS CON DIOS POR AMOR
Pero sería una crueldad, Señor, que Tú nos prometieras que todo esto va a suceder y que no valiera la pena.
Y por eso, toda la liturgia de esta semana, de estos últimos días del ciclo litúrgico, tienen también como ese punto final, de todo esto va a pasar. Pero todo vale la pena, Señor.
Sería una maldad si nos dejaras luchando por nuestra cuenta, inermes, sin armas. Y por esta razón el Evangelio de hoy nos da razones de esperanza.
Porque también en el Evangelio, Tú, Señor, nos dices:
«Metanse bien en la cabeza que no tienen que preparar su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a las que no podrán hacer frente ni contradecir ningún adversario de ustedes»
(vv. 14-15).
Que en el fondo es la promesa de que siempre vamos a estar acompañados por Ti, Señor. En cualquiera de estas durísimas pruebas, contamos Contigo.
Tú que nos dijiste también:
«Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»
(Mt 28, 20).
Por eso, no se trata solamente de la tragedia por la tragedia, sino también de reconfortarnos. Que incluso, en estas tragedias, como las vemos aquí en la Tierra, Dios está conmigo y yo con Dios.
PERSEVERANCIA EN LAS BATALLAS
La Iglesia nos propone estos pasajes del Evangelio para recordarnos que el triunfo, la victoria final, valen totalmente la pena. Es lo que vivimos hace pocos días con la solemnidad de Cristo Rey.
Todo lo que tengamos que soportar en esta vida, una vez que lo podamos ver desde la perspectiva de la Eternidad, nos parecerá que todo ha sido pequeño. Nos parecerán pequeñas batallas.
Lo que ahora vemos como grandes batallas, en las que la derrota es casi inminente, desde el Cielo nos van parecer pero ni siquiera pequeñas escaramuzas…
Y para quitarnos de la cabeza que estas dificultades nos superan totalmente, Tú, Señor, nos das la clave del éxito en la lucha; porque también en el Evangelio de hoy leemos:
«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»
(Mt 21, 19).
Es verdad que Dios es el que salva, pero ese Dios cuenta con nuestra perseverancia. Es lo que también nos decía san Agustín:
«Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti»
(San Agustín, Sermón 169).
Señor, al crearnos nos hiciste libres para que fuéramos capaces de amar por aquello de que, sin libertad no se puede amar. No hay amor obligado. Y sorprendentemente, al hacernos así libres, sabías que corrías el riesgo de nuestra libertad.
Y, aun así, quisiste someterte a esa triste posibilidad de nuestra inconstancia, incluso a veces, a la triste posibilidad de nuestro rechazo.
Pero bueno, casi quedamos en las mismas, porque sabemos que es muy conveniente perseverar. ¿Pero cuánto nos cuesta?
Y aquí viene nuestro rescate, la última consideración de san Josemaría en su libro Camino, punto 999, dice:
“¿Que cuál es el secreto de la perseverancia?
El amor. —Enamórate, y no ‘le’ dejarás˝.
Y por eso, en el Evangelio de hoy Dios nos advierte que efectivamente habrá lucha, tendremos que luchar necesariamente. Pero que Él va a estar junto a nosotros haciendo la parte más pesada del trabajo. Nos pide que no bajemos los brazos y que perseveremos siempre por amor.
LUCHAR POR AMOR
Él pone a nuestra disposición las armas que, si funcionan, si y sólo si estamos dispuestos a emplearlas. No nos manda a la batalla desarmados, porque eso sería una crueldad; y Dios no es para nada cruel.
Me parece, Señor, que entonces nos toca pedirte disculpas, porque sabíamos muy bien cuáles eran esas armas que querías que utilizáramos para luchar. Y nuestra soberbia, orgullo, nuestra vanidad y pereza, nos llevó a no emplearlas siempre como pudimos haberlas usado.
Nos acusamos de un cierto desprecio de esos medios que pones a nuestra disposición para perseverar.
Y como la perseverancia es una consecuencia del amor, entonces nos tenemos que acusar también de falta de amor.
¿Con qué instrumentos pienso luchar? ¿Con qué instrumentos pienso ganarme el Cielo? ¿Cómo pienso permanecer cerca de Dios?
Es que todos tenemos la tentación de querer avanzar a fuerza de puro brazo, de pura fuerza y de voluntad. Pero la experiencia nos revela que aunque logremos vencer por un tiempo con el impulso de la propia voluntad de hierro, resulta que tarde o temprano viene la derrota.
Una derrota humillante, una caída aparatosa, y probablemente también, la frustración y el desánimo.
Y ahora que lo vemos, todo esto es como un intento absurdo de quien pretende salir de unas arenas movedizas, pero jalándose a sí mismo hacia arriba por sus propios cabellos.
Con la propia voluntad es verdad que podemos avanzar, pero avanzamos muy poco. Es verdad que Dios cuenta con la voluntad, pero quiere que no despreciemos los medios que Él pone a nuestro alcance.
ENAMORARME DE DIOS
¿Será que estoy despreciando la oración, y por eso descuido esa cita diaria con el Señor? (…) ¿Porque a veces la hago depender del resto de cosas que me parecen más importantes o urgentes y la voy retrasando, o incluso a veces la voy omitiendo?
¿Será que yo podría luchar más decididamente contra las distracciones? ¿Qué puedo hacer para que en mis ratos de oración haya más diálogo y menos monólogos?
¿Se nos habrá metido también un cierto desprecio hacia la Eucaristía? Sí sé que es una fuente potentísima de la gracia de Dios, sin la cual yo no puedo luchar, ¿qué me impide acudir a esa fuente de la gracia con mayor frecuencia?
Ciertamente la Iglesia nos pide un mínimo de funcionamiento, que es esa hora semanal de la misa del domingo. Ese es el precepto dominical que la Iglesia nos pide. Es el mínimo; pero ¿podría acercarme también entre semana a ese encuentro con el Cuerpo de Cristo? (…)
¿Acaso he dejado que se introduzca poco a poco el acostumbramiento, incluso perdiendo esa capacidad de asombro ante este milagro del Cielo? ¿Se habrá metido también un cierto desprecio a los planes de Dios? (…)
¿Qué tanto soy capaz de confiar en esa providencia Divina? ¿Será que puedo ir por la vida con la tranquilidad de saber que estoy en las manos de mi Padre Dios? Aquello de quien está en las manos de Dios cae en las manos de Dios.
¿Qué tanto me apoyo en la filiación divina, en saber que Dios es mi Padre?
Claro, estas son algunas de las herramientas con las que Dios quiere que perseveremos. Evidentemente no son las armas que el mundo quiere que utilicemos: la ira, la venganza, el juicio crítico a los demás, la mentira, la búsqueda del mínimo esfuerzo…
EL SECRETO DE LA PERSEVERANCIA
Pero con la perseverancia por el amor, y contando con la primacía de la gracia, veremos hecha realidad esa promesa del Evangelio de hoy:
«Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá»
(v. 18).
Y si san Josemaría nos recomendaba que el secreto de la perseverancia es el amor a Dios, con aquello del punto de Camino:
“Enamórate y ‘no le dejarás’.
El beato Álvaro hizo un complemento a esa afirmación de san Josemaría diciendo:
“ (Beato Álvaro del Portillo, Carta Pastoral 19-III-1992, n.59).
Señor, que no te dejemos nunca, que no abandonemos tampoco esos medios que has puesto a nuestra disposición, porque así si perseveramos por amor, terminaremos cada día más enamorados de Ti.