Si uno entra a Google y escribe en la búsqueda: el número de santos que tiene la Iglesia, uno va a encontrar una lista muy grande; sobre todo, pensando en los santos que están canonizados, reconocidos como tal por la Iglesia.
Y, desde luego, a lo largo del año nos encontramos con distintas celebraciones de los santos de, diríamos, distintos tiempos o de distintos lugares, con distintas espiritualidades que se han santificado de distintos modos y, al mismo tiempo, podemos encontrar que hay algo que los une.
Hay muchas cosas que los une, pero hay algo que se repite en todos ellos y es que en su vida buscaron seguir a Cristo; incluso, me atrevería a decir que hay algo más: que quisieron ser Cristo mismo.
Es lo que san Josemaría recomendaba a las personas:
“Que seamos otros Cristos, el mismo Cristo”.
(Amar a la Iglesia. Punto 38)
Y, empezaba con esta consideración en estos 10 minutos con Jesús, porque el Evangelio que leeremos hoy en la santa Misa, tiene algo que ver con esto. Y es que, Jesús se encuentra en una ciudad que se llama Cesarea de Filipo.
Es un pasaje que varias veces lo hemos leído: Jesús está allí con sus apóstoles, en un momento más íntimo, más privado -porque generalmente, Tú Señor te encuentras rodeado de gente (y eso es algo muy bonito: que las personas busquen a Cristo).
Pero ahora están solos, están sus apóstoles, está Jesús y aprovecha el Señor para hacerles una pregunta en confidencia, una pregunta también para ponerlos a prueba.
Es bueno que tú y yo, que estamos haciendo este rato de oración, pensemos que también estamos ahí, que estamos en la intimidad del Señor. En esa -diríamos- reunión más privada y eso es la oración.
¿QUIÉN ES EL HIJO DEL HOMBRE?
Por eso, nos ponemos en presencia de Dios; hemos empezado con esa oración introductoria a dirigirnos al Señor. Entonces, Jesús les hace una pregunta y es la siguiente:
“¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: uno que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”.
(Mt 16, 13-14)
Es como que Jesús quiere hacer un sondeo, una encuesta y, para eso le pregunta a Sus discípulos, a Sus apóstoles, que ellos están con la gente y las respuestas que encontramos son variadas.
Nos dicen que puede ser Juan el Bautista, que para ese entonces ya ha muerto, ya Herodes lo ha decapitado. Juan Bautista, que es un personaje cuya historicidad está comprobada y, sobretodo, su santidad y a quien la gente seguía, por cuya predicación muchos se convertían.
Otros piensan que podría ser Elías y ¿por qué Elías? Porque Elías es uno de los grandes profetas del Antiguo Testamento que hacía grandes prodigios; mejor dicho, Dios hacía grandes prodigios a través de él. Un hombre que se mantuvo fiel cuando Israel se desvió del amor de Dios, de la fidelidad a Dios.
Como nos cuenta la Sagrada Escritura, Elías fue arrebatado al Cielo, fue llevado al Cielo -digamos- como un premio después de haber sufrido mucho, mucha persecución.
Otros dicen que es Jeremías -otro de los grandes profetas-, sobretodo de la época en la cual el pueblo de Israel está alejado y Jeremías tiene que predicar y también lo persiguen.
ALGO DISTINTO EN JESÚS
Hay algo distinto por el modo como se dirige a las personas, por Su mensaje; un mensaje -diríamos- revolucionario en el sentido de más profundo de la palabra, no porque quiere romper un orden social.
“Tú Jesús, llevas la revolución del amor cuando les dices a las personas (y a nosotros también) que debemos rezar por nuestros enemigos, por ejemplo; que debemos aprender a perdonar; que amemos a Dios y al prójimo como a nosotros mismos.
La gente se da cuenta de esto y, además de los milagros que Tú haces Señor. Entonces, esta es la respuesta que dan los apóstoles”; ese es el sondeo de qué dice la gente, qué dice el público hasta que viene la pregunta del millón:
“Y ustedes ¿quién dicen que soy Yo?
Y la respuesta nos la da Pedro que, iluminado por el Espíritu Santo, da esa respuesta conocida como “La confesión de Cesarea de Filipo”:
“Tú eres el Mesías, el hijo del Dios vivo”.
(Mt 16, 15-16)
Vamos a decirlo así, tal vez en bruto: es una de las pocas veces en las cuales Pedro acierta -diríamos- porque Dios se lo revela, pero también porque Pedro está muy atento a Jesús.
CREER EN JESUCRISTO
Pedro quiere mucho al Señor y sale él primero, toma la palabra, cuando todavía no es el príncipe de los apóstoles; es Dios quien premia esa disponibilidad que tiene Pedro que señala que Jesús es el Hijo de Dios; es el Mesías.
Nos está diciendo aquí Pedro que nosotros debemos creer en Jesucristo; que debemos poner nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor en Él.
“Señor, al leer este pasaje de la confesión de Pedro (que seguramente muchos lo hemos leído varias veces), ¿qué consideración podemos sacar?
En primer lugar, que -en cierto modo- aquí Tú Señor estás buscando saber qué piensa la gente de Ti. No por vanidad, sino porque es muy importante”.
Es muy importante que Jesucristo sea el centro de nuestras vidas y aquí se une con lo que meditábamos antes sobre los santos: que nuestra vida consiste en
“ser otros cristos, el mismo Cristo”.
¿Quién es Cristo? Lo dice Pedro: el Hijo de Dios y nosotros Señor, por Tu muerte y Tu resurrección, hemos recuperado esa dignidad de hijos de Dios.
SOMOS HIJOS DE DIOS
Por eso, donde vayamos, donde estemos, las personas deben ver a Cristo a través de nosotros y, a lo mejor, podríamos decir: ¿pero yo? ¿Yo que soy poca cosa? ¿Yo que tengo estos defectos? Bueno, sí.
A través de esos defectos que luchamos por sacar, por cambiar, por mejorar o pedir perdón. La gente verá a Cristo cuando vea que nos comportamos como hijos de Dios, cuando vea que somos almas de fe; cuando vea cómo queremos a las demás personas: en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestro barrio…
En todo lugar con defectos, por supuesto, pero ven también cómo sabemos pedir perdón. “Ayúdanos por eso Señor, a que lleguemos a ser como Tú. Aunque esto pueda parecer muy pretensioso. Al fin de cuentas, en los Evangelios Señor Tú nos hablas constantemente de aprender de Ti, que eres manso y humilde.
Es un constante aprender de Cristo, porque Tú eres nuestro modelo: el Hijo, Tú Hijo de Dios, como te reconoció Pedro, nos enseñas en qué consiste ser hijos de Dios; en qué consiste la santidad”.