“!Oh insensatos Gálatas! ¿Quién les ha fascinado a ustedes, a cuyos ojos se presentó a Cristo crucificado? Sólo quiero que me contesten esto: ¿Recibisteis tú al Espíritu Santo, por las obras de la ley o por haber escuchado con fe? ¿Tan insensatos sois? Empezaron por el Espíritu, ¿Y van a terminar con la carne?»
(Ga 3, 1-3)
Así dice San Pablo en la primera lectura que nos propone la Liturgia del día de hoy: ¡Insensatos Gálatas! Y es que habían perdido ese primer fervor, algo había sucedido en el intermedio. Tal vez por las dificultades por las que tenían que atravesar o tal vez las cosas que no entendían o tal vez unas predicaciones nuevas que se habían encontrado con los falsos pastores.
Cuando en la vida se empiezan a meter estas cosas que nos separan del Señor, enseguida tienen que ¡saltar las alarmas! Y me parece que en esta meditación podemos hablar sobre esto: sobre la tibieza que a veces puede atacarnos.
LA TIBIEZA, UNA ENFERMEDAD SILENCIOSA
La tibieza podemos compararla con una enfermedad silenciosa: aparentemente casi no se notan los síntomas, es como el colesterol, exteriormente no se nota si una persona tiene el colesterol alto, pero poco a poco va entrando y las venas se van achicando, estrechando, porque la grasa se pone en las paredes de la vena y el circuito por donde puede pasar la sangre es cada vez más estrecho y, si no se toman las medidas adecuadas, (comer menos grasa animal, más aceite de oliva, tomar pastillas…) el efecto puede ser devastador: un ataque al corazón o incluso la muerte.
¿Cuándo puede meterse la tibieza en nuestra vida? Pues, cuando cambiamos un poco a Cristo, cuando nos fascinan otras cosas que no es el mismo Señor. Como dice: ¡Insensatos Gálatas! ¿Qué les ha fascinado? Y podrían decirnos a ti y a mí lo mismo, porque a veces nos fascinamos más con otras cosas y ponemos nuestro corazón en algo distinto del Señor o buscamos unas soluciones que son alternativas, unas soluciones que no nos llenan propiamente. Hay que estar atentos, porque la tibieza es una enfermedad peligrosísima para la vida espiritual.
Esta enfermedad se suele dar en personas que anteriormente han buscado a Dios con sinceridad, pero por haber caído en la rutina, por la falta de fortaleza, por la falta de perseverancia… poco a poco
“perdieron el fuego de su primer amor”,
como dice el Apocalipsis. Empezaron tal vez el camino de la santidad, pero luego abandonaron porque no pusieron los medios suficientes para perseverar. Es por eso, una enfermedad que se da, especialmente, entre aquellos que fueron llamados a Dios de un modo especial, personas que tal vez asisten a misa con más frecuencia, que escuchan Radio María o que están todos los días como muy pendientes de rezar el rosario… Pero ahí también la tibieza, se va metiendo de formas distintas. Y por ser la tibieza una enfermedad culpable del que la padece, la actitud del Señor hacia ellos puede ser dura y firme.
Es lo que leemos un poco en el Apocalipsis, que dice:
“¡Ojalá fueras frío o caliente! Más cuando eres tibio, ni frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca”.
(Ap 3, 15b-16)
Una de las causas de las múltiples crisis sufridas por la Iglesia a lo largo de la historia fue justamente el abandono de la vida espiritual.
DIRECCIÓN ESPIRITUAL
Y se nota, por ejemplo, cuando vienen las personas a la dirección espiritual, una de las primeras cosas que haces: es ver si reza. Eso es fundamental, pero una vez que se constata que reza, enseguida empiezas a buscar si hay alguna cosa que hace difícil el crecimiento espiritual.
En este caso yo tiendo a preguntar si no hay alguna cosa de resentimientos guardados, ¿por qué? Porque me doy cuenta que cuando una persona que reza tiene odios o tiene cosas que no ha perdonado, quiere decir que en su vida hay una desconexión y que en su vida hay una cosa que le lleva a vivir de forma tibia, porque es imposible estar cerca de Dios y guardar rencores en el corazón. Y si tienes un rencor grande, es que hay que ir a extirparlo, eso es lo primero que hay que buscar, porque si no, no se puede crecer, se cambia la visión.
Escuchaba el otro día, de un señor que se dedicó durante toda su vida, a rezar y a trabajar por los pobres y no se casó. Su familia poseía un bien bastante grande en la ciudad y cuando se murió su padre y luego su madre, intentaron vender el bien que estaba a nombre de todos los hermanos; sin embargo… este se opuso diciendo que no estaba de acuerdo y que sus hermanos tendrían que sufrir todo lo que él había «sufrido», en este tiempo. Esto es claramente una cosa que “no es cristiana”. El que dice que tienen que sufrir los demás como uno mismo ha sufrido eso es venganza y la venganza es propia del que ha llevado un rencor en el corazón.
LUCHAR POR LA SANTIDAD
No podemos dejar que eso ocurra en una vida cristiana, porque se va apagando, porque entra “esta tibieza” que va haciendo que las obras se vuelvan estériles. Una persona tibia se plantea una vida espiritual muy cómoda y se pierde en las cosas como “más de gestión” o en las cosas “externas” más que en la conversión del corazón. Es imposible luchar por la santidad, se queda como en “sitios intermedios” o con un remordimiento de que los demás son mejores o con una envidia de que ven que las otras personas sí lo pueden y uno no puede y uno tiene una como tristeza del bien ajeno… y se va complicando.
No se cae definitivamente en la tibieza de un día al otro. ¡Esto es lógico! La tibieza empieza con una cierta “relajación”, se permite que “estos odios” vayan creciendo en el corazón o se acallan, no se resuelven, sino que se intentan olvidar nada más; y, luego… lógico, va creciendo este desgano o este “desaliento” para seguir por el camino que Dios nos ha trazado.
La tibieza produce aridez y esa aridez es una “aridez culpable”, pues podría haber sido evitada. Es como quien, estando en un cuarto donde hace mucho frío y teniendo un fuego en la chimenea no se acerca a la chimenea. Siente frío, pero no tiene el ánimo ni el coraje para acercarse. La tibieza es así: es estéril, es dañina, produce esa ¡sequedad espiritual! que es distinta a la sequedad espiritual, que a veces permite Dios en algunas almas para para demostrar que el cariño es realmente para Él.
PRIMERA ETAPA DE LA TIBIEZA
«¿Cómo podemos saber si hemos caído en la tibieza? Pues la primera etapa de la tibieza es:
– El desaliento: por no hacer las cosas como se debían, la voluntad se debilita, pierde su fuego y el amor y se cae un poco en la indiferencia. Esa indiferencia lleva irremediablemente al desaliento y el desaliento poco a poco a la tibieza, como nos dice Gálvez: “El que ha caído en la tibieza sufre un error de perspectiva, pues es incapaz de ver el amor de Dios tal cual es, lo único que ahora ve, es cuan difícil es cumplir con ese amor”. (La fiesta del hombre, la fiesta De Dios, p. 260)
– La segunda característica es: esa “relajación del espíritu”, que el espíritu se relaja y todo le da igual. Antes le ilusionaban muchas cosas y ahora no. El tibio se fija más en los modelos mundanos y en las ideas novedosas, que en el comportamiento interno, que en esa sinceridad de corazón.
< – Luego está: la “búsqueda de alegría en las cosas más superficiales”. Se siente, de hecho, un gran disgusto en las cosas que anteriormente llenaban de satisfacción: la oración, apostolado, las buenas obras…»
(La tibieza espiritual, Padre Lucas Prados)
Estas son las cosas que nos ayudan a determinar si ha estado metida la tibieza en nuestra vida. No podemos acabar esta oración en forma negativa; al contrario, hoy nos dice San Pablo:
“Insensatos Gálatas”
y los Gálatas reaccionaron.
Nosotros también queremos reaccionar y vamos a reaccionar, si es que en nuestras vidas ha estado metida de alguna forma la tibieza, para volver a Dios con fuerza, para decirle a Él que es ¡lo único importante! “Jesús, que ahora nos escuchas en este rato de oración, te pedimos que nos ayudes a separar de nosotros todo lo que nos separa de Ti y que podamos vibrar con ese corazón caliente, con ese corazón que está completamente entregado a Ti». Ponemos estas intenciones en manos de nuestra madre la Virgen.
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