El tiempo de Pascua comienza con el Domingo de Resurrección. Y después de haber celebrado en días pasados la Ascensión de nuestro Señor a los Cielos, finaliza hoy con el Domingo de Pentecostés. El cual la Iglesia conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles; estaban reunidos allí en el cenáculo junto a María, la madre de Jesús y de otros muchos discípulos.
PENTECOSTÉS
Tenemos hoy la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles y este acontecimiento dice:
“Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en un mismo lugar. Y de repente sobrevino del cielo un ruido, como de un viento que irrumpe impetuosamente y llenó toda la casa en la que se hallaba.
Entonces se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se dividían y se posaban sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les hacía expresarse.
Habitaban en Jerusalén judíos, hombres piadosos venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido se reunió la multitud y quedó perpleja, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua.
Estaban asombrados y se admiraban diciendo: – ¿Es que no son galileos todos éstos que están hablando? ¿Cómo es, pues, que nosotros les oímos cada uno en nuestra propia lengua materna?
Partos, medos, elamitas, habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y la parte de Libia próxima a Cirene, forasteros romanos, así como judíos y prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras propias lenguas las grandezas de Dios”.
(Hch 2, 1-11)
SE CUMPLE TU PROMESA
Es un hecho portentoso y la venida del Espíritu Santo es el cumplimiento de una de las promesas que hizo el Señor a sus discípulos:
“Conviene que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a ustedes. Pero si me fuera se los enviaré”
( Jn 16, 7).
El Nuevo testamento presenta siempre de un modo inequívoco las Tres Personas Divinas. Y que el Padre y el Hijo sean una sola cosa, constituye un misterio en el sentido más propio del término de misterio.
Pero seguramente este misterio nos remite a alguien, a otra persona que al Espíritu Santo, que es Espíritu del Padre y del Hijo. Se trata del Espíritu de Jesús y el Espíritu de Dios, la Tercera y más misteriosa Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo.
EL ESPÍRITU SANTO
Tomás de Aquino afirmaba que: nos faltan las palabras para hablar de Él porque Él es amor y el amor, misterio por excelencia, siempre es difícil de hablar.
Un santo como san Josemaría lo ha definido como: El gran desconocido. Una dificultad vinculada a su propia identidad personal, porque el Espíritu Santo es el que explica, de algún modo, el misterio de la identidad de Dios. Modo parecido como el espíritu del hombre señala lo más profundo que hay en él, lo más íntimo que lo caracteriza. Un ámbito que no se puede conocer desde fuera.
En Dios, el Espíritu indica esa dimensión. Esa dimensión inmanente, esa profundidad inenarrable que trasciende totalmente toda capacidad de comprensión. Además, su misión está totalmente dirigida al Hijo. Al que remite constantemente. El Espíritu Santo no habla de sí mismo, sino sólo del Hijo.
Se puede decir que es como ese brillo que se filtra a través de las vidrieras o vitrales de una Iglesia. Una luz que muestra a Jesús, pero que no habla de sí directamente. En cierto sentido, es la luz que forma la imagen de Cristo.
La acción del Espíritu Santo es central para nuestra vida, es central para la vida del cristiano. Porque a Él se le atribuye la obra de la santificación de las almas, por lo que decíamos antes, porque ese amor, el amor del padre al hijo, el amor del hijo al padre y la santificación es obra del amor.
SUS DONES
El Espíritu Santo santifica por medio de la gracia, de las virtudes, de sus dones que conviene que se haga repasar un poco en este momento. Esos dones del Espíritu Santo: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.
- Sabiduría, es un don que nos hace saborear las cosas de Dios.
- Entendimiento, ese don que nos ayuda a entender mejor la verdad de nuestra fe.
- Consejo, es un don que nos ayuda a saber lo que Dios quiere de nosotros y de los demás.
- Fortaleza, es un don que nos da fuerza y valor para hacer las cosas que Dios quiere.
- Ciencia, es un don que nos enseña cuáles son las cosas que nos ayudan a caminar hacia Dios.
- Piedad, es un don con el que amamos más y mejor a Dios y al prójimo.
- Temor de Dios, un don que nos ayuda a no ofender a Dios quizás cuando ese amor nuestro flaquea un poco.
Ya desde ahora podemos hacer un propósito para nuestra vida interior, el mismo que nos recomienda san Josemaría. Propósito: frecuentar, a ser posible sin interrupción, la amistad y trato amoroso y dócil con el Espíritu Santo. Y le decimos, ven Espíritu Santo a morar en mi alma.
NUESTRO SANTIFICADOR
Él es nuestro santificador. Corresponder con gratitud por ese bien que nos ayuda a ser. Es quien mueve nuestra voluntad a quererlo, mueve nuestra voluntad para hacerlo. Por eso debemos ser dóciles a sus inspiraciones, no impedir su acción en nosotros con nuestra indiferencia o pereza o poca generosidad o mala voluntad.
Invoquemos con frecuencia al Divino Espíritu. Pedirle cuánto necesitamos. Ya que siempre estamos necesitados de su luz, de su fuerza para cumplir esa voluntad de Dios y en consecuencia, lograr nuestro fin eterno.
También, respetemos su morada santa, nuestros cuerpos. Somos Templo del Espíritu Santo, como decía san Pablo. Conservándolo limpio de pecado por nuestro propio interés. El alma acompañada por un montón de pecados no puede recibir la voz del Espíritu Santo.
ALMA DE LA IGLESIA
Además de santificar nuestras almas, el Espíritu Santo asiste a la Iglesia, la Santa Iglesia de Cristo. Santa, a pesar de estar formada por miembros pecadores, como tú y como yo, pero no estamos en la Iglesia para seguir siendo pecadores sino para dejar nuestros pecados, para hacernos santos.
Él es como el alma de la Iglesia, el Espíritu Santo. Y lo será hasta el fin de los siglos. Porque Él es el que la gobierna, la santifica, la dirige en su magisterio, la preserva de todo error.
El Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, transformó a los discípulos del Señor. Los evangelistas no ocultaron su miedo, sus respetos humanos, que estaban escondidos en cada uno de ellos. Pero ese mismo día de Pentecostés predicaron a la muchedumbre, hablaron de Cristo a miles de personas.
Hoy leeremos la secuencia del Ven Espíritu Divino y pediremos con ella que:
Concede a tus fieles que en ti confían sus sagrados dones. Dales el mérito de la virtud, dales la salvación, dales el gozo eterno.
Y le pedimos a nuestra Madre Santa María, que es Madre de la Iglesia y Esposa de Dios Espíritu Santo, que nos ayude a corresponder a esos dones divinos, a ser santos y a ser buenos hijos de la Iglesia de Cristo.