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LAS TAUTOLOGÍAS DE DIOS

Él es la luz

En clases de oratoria se suele advertir contra un detalle que puede surgir por despiste o cuando en medio del discurso “hay que rellenar”. Se trata de las tautologías. Una tautología es un “enunciado que, con otras palabras, repite lo mismo que ya se ha dicho antes, sin que aporte nueva información” (DLE RAE). Es decir, es una redundancia, una repetición innecesaria y muchas veces poco afortunada. (No es lo mismo para Dios)

La vemos, por ejemplo, en los discursos de algunos políticos. En mi país, por ejemplo, había un candidato presidencial que se hizo famoso porque durante un mitin  dijo: “sí a mí me matan… y yo me muero”, eso es una tautología, es una información que no aporta nada. O lo que contaban de otro orador que intentaba motivar a su público: “Si no tenemos éxito, corremos el riesgo de fracasar”.

Pues como ves, quien tiene dos neuronas y escucha aquello sospecha que se distrajo, hablaba por hablar o sencillamente fue un despiste que se evidencia en esa redundancia innecesaria.

A nosotros a veces nos pasa. Oímos decir: “subir para arriba”, “bajar para abajo”, “salir para afuera”, etc. Todas tautologías. Y como se puede observar, cuando se nos escapan, no se ve muy bien, parece que no estamos totalmente conscientes de lo que decimos o que hay palabras de más, que no estamos midiendo lo que estamos diciendo, son cosas como de relleno.

DIOS LO DICE A PROPÓSITO

Pero para nuestra sorpresa, a Dios le encantan las tautologías, pero a diferencia de nosotros, cuando Él las dice, Él no queda mal (todo lo contrario). Te voy a dar dos ejemplos conocidísimos.

El primero está tomado del capítulo tres del libro del Éxodo. Moisés está en el desierto aparentando el rebaño cerca del monte Horeb y es testigo de la teofanía de la zarza que arde en fuego pero no se consume. Moisés, al darse cuenta de lo que significa el prodigio que está presenciando, se cubre el rostro por temor a contemplar a Dios cara a cara (Es lo que se sabía en Israel, que nadie podía hablar cara a cara con Dios y permanecer con vida).

Y en medio del diálogo Moisés pregunta:

“Cuando me acerque a los hijos de Israel y les diga: «El Dios de vuestros padres me envía a vosotros», y me pregunten cuál es su nombre, ¿qué he de decirles?”.

Y el Señor, sorprendentemente le replica con una tautología:

“Yo soy el que soy”.

La segunda parte parece que dice lo mismo que la primera sin aportar información extra, una tautología. Claro Dios sabe lo que está diciendo y lo dice a propósito:  por eso la tautología aquí es aparente.  Porque en Dios no hay palabra pronunciada en vano, está absolutamente medido para nuestro bien.

Y detrás de esta aparente tautología, hay una revelación profundísima de la esencia y del obrar de Dios que la Iglesia ha considerado muchas veces y que nos hace admirarnos ante la inmensidad de Dios. “Yo soy el que soy”, no el que era ni el que será.

A DIOS LO QUE ES DE DIOS

Pero hoy no nos vamos a detener aquí, era solo un primer ejemplo de esas tautologías de Dios. El segundo ejemplo aparece justo en el Evangelio de hoy. Se acercan a Jesús unos fariseos y herodianos con intención de tenderle una trampa y le dijeron:

“Maestro, sabemos que eres veraz y que no te dejas llevar por nadie, pues no haces acepción de personas, sino que enseñas el camino de Dios según la verdad. ¿Es lícito dar tributo al César o no? ¿Pagamos o no pagamos? Pero Él, advirtiendo su hipocresía, les dijo: —¿Por qué me tentáis? Traedme un denario para que lo vea. 

Ellos se lo trajeron. Y les dijo: —¿De quién es esta imagen y esta inscripción? —Del César —le contestaron ellos. Jesús les dijo: —Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Y se admiraban de Él”

(Mc 12,14-17).

“Al Cesar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Doble tautología. Pero como sucedía en la historia de Moisés, no es una repetición redundante, inútil, innecesaria. Tú, Jesús, no pronuncias palabra vana, no das puntada sin hilo. Aprovechas la trampa de estos hombres y les respondes que sí, que existe un orden social al que hay que hacer justicia. Pero les haces ver que también es necesario buscar la justicia en las cosas de Dios.
Sabemos que en esto los fariseos tenían su “punto dolens” (un punto débil). Aunque externamente parecían hacer mucho por Dios, estaban siempre calculando el mínimo obligatorio para no parecer impíos ante los demás. Por eso el “a Dios lo que es de Dios” no es una simple tautología. Es una llamada de atención que debía interpelar a estos fariseos y también a nosotros.

NO DA PUNTADA SIN HILO

Tú, Jesús, no das puntada sin hilo y hoy también nos recuerdas que debemos dar toda la gloria a Dios. Toda nuestra existencia debe girar en torno Dios, porque:

“El Señor nos hizo y somos suyos”

(Sal 100,3). >

Eso es lo que me asombra del Evangelio de hoy, que detrás de esa frase tan sencilla, Señor, Tú nos estás recordando que Tú nos hiciste y que somos tuyos. Y por eso: “a Dios lo que es de Dios”.   Es asombroso que detrás de lo que parece un simple recordatorio de un deber, hay también ese recordatorio en que somos de Dios. Y por eso Dios insiste en llamarnos: somos suyos. Es una verdad apabullante de la que debería costarnos salir, un asombro impresionante.

Bien lo decía san Josemaría:

“¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y… no me he vuelto loco?”

(Camino 325).

Aunque parezca evidente, “a Dios lo que es de Dios” es una invitación a volver muchas veces en nuestra vida y muchas veces en nuestro día al amor de Dios. Es ese darnos cuenta de que las tentaciones no son otra cosa que camino de infelicidad, aunque vengan con disfraz de paz, de placer, de victoria. Es revisar qué porcentaje de mi tiempo, de mis intenciones, de mi trabajo, de mi descanso, etc. está orientado hacia Dios.

SOMOS TUYOS Y NOS HICISTE PARA TI

Y de nuevo, te pedimos, Jesús, que no nos quedemos solo en el “es lo que hay que hacer”, porque eso es una tentación que tenemos todos los cristianos, buscar cuál es el mínimo. El peligro es que  podamos caer en la hipocresía del mínimo o en la soberbia de tranquilizar nuestra conciencia porque creemos que hacemos por Dios más que los demás.

Te pedimos Jesús, más bien, que nos adentremos cada vez más en esa verdad que empapa, configura, da fuerza a todo nuestro ser: “yo soy de Dios” y no puedo conformarme con nada menos que el amor de Dios.

Cuando sintamos los arponazos de la pereza: “soy de Dios y no puedo restar ni un miligramo de la gloria que le debo a Él con mi trabajo, con mi estudio, con mi cumplir con mis deberes”. En las tentaciones de la carne o el dejarnos llevar por los placeres nos tiren de la ropa: “Soy de Dios y estoy hecho para cosas mejores”.

Si creo que algún día es necesario quitar tiempo dedicado a la oración mental, al rezo del rosario, a la santa misa o a cualquier práctica de piedad: “Soy de Dios y me merezco estos tiempos con Él para mantenerme a flote en medio de este mar turbulento”.

Gracias Jesús, porque esta frase que habíamos escuchado tantas veces “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” ya no es una simple tautología (nada de tu Palabra lo es Jesús). Lo que hoy nos dices en el Evangelio es, en realidad, un recordatorio del inmenso amor que nos tienes. Somos tuyos y

“nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti”

(San Agustín).

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