Este sexto domingo del Tiempo Ordinario, las lecturas de la misa se abren con un texto del libro del Eclesiástico; forma parte de los libros de la Sabiduría del Antiguo Testamento.
Y dice así:
«Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad»
(Ecl 15,16).
“Si quieres” aquí Dios nos está diciendo una vez más de que respeta nuestra libertad, ama nuestra libertad, cuenta con nuestra libertad.
Dios no se quiere imponer sino que espera de nosotros una reacción filial. Yo como hijo tuyo, Padre mío, creo en ti, confío en ti.
Y quiero seguir tus enseñanzas, guardar tus mandamientos, permanecer fiel a tu voluntad y así crecer en tu amor.
ABRIR NUESTRO CORAZÓN
Cuando decimos que Dios es omnipotente, habría que añadir, con excepción de una cosa, Dios no puede entrar en un corazón que se le cierra. Hasta ahí nos llega.
Si tú no le abres el corazón a Dios, Dios no lo va a forzar, no va a dar un golpe, no va aplicar una llave maestra que viola la cerradura de tu alma.
“Si quieres, guardarás los mandamientos y permanecerás fiel a su voluntad”. Diez mandamientos que son la expresión de la Ley Natural inscrita en el corazón de todo ser humano.
Todos, naturalmente, mirando hacia adentro, reconociendo esa voz de la conciencia, nos damos cuenta que mentir está mal. Faltar a la justicia está mal, mirar a la mujer del prójimo o al hombre del prójimo está mal.
Los mandamientos no son algo que nos enseñan por fuera y nos transmiten como quien aprende un idioma desconocido, sino que los llevamos inscritos en nuestro corazón.
El tema es que esa señal es que Dios ha puesto en el camino de la vida para conducirnos hacia la verdadera plenitud, la auténtica felicidad terrena y celestial.
CAMINO DE PLENITUD Y FELICIDAD
Esas señales se pueden ir oscureciendo por nuestros propios errores y pecados y también por una estructura o una sociedad alejada de Dios. Una cultura que rechaza los mandamientos. Quizá una de las formas más claras de lo que estamos diciendo aquí es el aborto. No matarás y la ley de aborto es matarás.
Entonces los mandamientos no son imposiciones arbitrarias, caprichosas de Dios o formas de autoritarismo que la Iglesia se ha encargado de subrayar y defender sino que son el camino de la auténtica plenitud y felicidad.
No podemos ser verdaderamente felices desoyendo los mandamientos, yendo contra nuestra conciencia, viviendo al margen de la voluntad del Señor. ¿Por qué? Porque hemos sido creados por Él y para Él.
La intuición magnífica de san Agustín:
“Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”
San Agustín.
EL PROGRAMA DE LA FELICIDAD
El Evangelio que leemos hoy está tomado de san Mateo en el capítulo quinto, forma parte del Sermón de la montaña que es el programa de vida de Jesús y el nuestro.
Las maravillosas Bienaventuranzas, el camino de la felicidad que Jesús nos propone es contra intuitivo.
No es tan fácil entender, no nos resulta espontáneo entender, captar, el sentido de: “Bienaventurados los pobres de espíritu. Bienaventurados los que sufren porque serán consolados. Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios”.
Este programa de felicidad es contra intuitivo para nosotros y por eso tenemos que rezar y entender, profundizar. En este texto Jesús habla de la continuidad entre las enseñanzas del pueblo de Israel que Dios ha transmitido a través de sus profetas y enviados y las enseñanzas de Jesús.
«El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, serán menos importantes en el Reino de los cielos»
(Mt 5,19).
ADVERTENCIA VÁLIDA
Hay que estar atento a esa expresión: ¡Ay, qué exagerado, qué exagerada! Porque podríamos estar cayendo precisamente en este error, saltarnos preceptos de Dios que son importantes.
Esto es una advertencia válida para todo cristiano pero especialmente para los Pastores que podemos sufrir la tentación de atenuar, aguar, edulcorar las Palabras del Señor.
Esa tentación muy corriente en los sacerdotes de no exigir tanto. Pero es que así no conseguiremos nada, porque no se trata de exigir por exigir sino que se trata de mostrar el amor y el amor de suyo es exigente.
Y eso al final es lo que nos mueve, es lo que nos atrae, sobre todo a la gente joven o quizás gente mayor pero que tenga un corazón joven.
A los jóvenes les atrae la aventura, el riesgo, jugársela o si no son viejos; serían viejos aunque tengan 20 años.
Entonces, los sacerdotes no hemos de dejarnos llevar por el miedo a perder adeptos, tampoco se trata de maltratar o habrá cobras con impaciencias, se entiende.
LEY DE LA GRADUALIDAD
Hay una ley de la gradualidad, llevar poco a poco las almas a Dios, paso a paso sin violencias. Pero otra cosa distinta es la gratuidad de la ley, atenuar la ley, rebajar o poner en sordina la Palabra de Cristo y eso no.
Está advertencia de Jesús de no atenuar, de saber exigirnos más con la ayuda de su gracia, se concreta en la caridad; en la delicadeza en el trato con los demás, en la finura de la caridad.
«Y si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que comparecer ante el Sanedrín (que era como el Tribunal máximo de los Ancianos de Israel).
Y si lo llama necio, merece la condena de la Gehena de fuego»
(Mt 5, 22).
Son advertencias muy claras y fuertes, que solo podemos cumplir con un esfuerzo grande, una batalla generosa por no dejarme llevar por las pasiones, no dejarnos llevar por la rabia, sobre todo por nuestra soberbia.
En definitiva, esta batalla por ser humildes de verdad, de aprender a querer a los demás como son, controlando nuestras reacciones y siempre todo con la ayuda de la gracia.
MOVER A LA CONVERSIÓN
Es una llamada del Señor a identificarnos con Él. Jesús nunca actúa con rabia, nunca desahoga su malestar. Si habla con dureza, es para mover a la conversión, siempre por caridad.
Y finalmente dentro de este texto largo, Jesús nos hace una advertencia muy clara o un llamado más bien a la propia conciencia, mirar hacia adentro. Dice:
«Si al presentar tu ofrenda ante el altar, y te acuerdas de que debes de reconciliarte con tu hermano, deja allí tu ofrenda y ve a reconciliarte con tu hermano y luego entrega tu ofrenda»
(Mt 5, 23-24).
Si vas a la Eucaristía, que vamos gozosos al encuentro con Cristo vivo, y en ese “yo confieso ante Dios Todopoderoso”nos acordamos de un rencor, nos acordamos de un gesto, una ofensa no perdonada, por lo menos en ese momento perdonemos en el corazón a esa persona que quizá nos ha ofendido si es que es así.
Y luego nos acercamos a Dios, con este ánimo humilde y contrito y también quizá nos acercaremos a ese hermano para pedirle perdón o para aceptar su perdón.