SAN PEDRO Y SAN PABLO
En estos 10 minutos con Jesús, estamos celebrando hoy la dedicación de la Basílica de San Pedro y San Pablo, esas columnas de la Iglesia que Jesús quiso instituir.
Quiso fundamentar la Iglesia en esas dos personas increíbles: Pedro y Pablo -San Pedro y San Pablo-, que los dos van a contribuir de una manera muy, muy concreta y muy indispensable a los ojos de Dios, para edificar la Iglesia.
La fragilidad, la fortaleza de cada uno de los dos; la ciencia, la sencillez, la cobardía, a veces las fragilidades -Dios se apoya en eso para escribir derecho con renglones torcidos- y a la vez la increíble fortaleza para amar hasta la cruz. En el caso de San Pedro, que murió crucificado boca abajo; en el caso de San Pablo, que murió decapitado por ser ciudadano romano.
En los dos casos estamos celebrando esta unidad de dos personas que tenían visiones distintas sobre la misma Iglesia, sobre cómo hacerlo, sobre cómo poner en práctica algunas cosas, y, sin embargo, estuvieron increíblemente unidos. Por eso festejamos juntos esta fiesta de unidad, ante todo.
HACER ORACION HABLANDO CON JESÚS
Y también estamos celebrando los tres años de estos 10 minutos con Jesús, que han ayudado a veces a muchas personas, a muchísimas personas, a encontrarse con Jesús, a encauzar su vida de oración, a aprender a rezar. Y que queremos que nos siga ayudando, nos siga ayudando a cada uno de los que somos parte, a mejorar nuestra oración, a asegurarnos de que este rato no sea simplemente la escucha de un sacerdote que no conocemos, que nos está comentando un pasaje del Evangelio, sino fundamentalmente un momento de encuentro con Jesús.
El éxito de estos 10 minutos con Jesús radica esencialmente en que cada uno de los que estamos escuchando nos encontremos con Jesús, le hablemos a Jesús.
Pocas palabras como esos personajes del Evangelio:
“Señor, si quieres, puedes limpiarme” (Mt 8, 2); “Señor, que vea” (Mc 10, 51);
Jesús, por favor, ayúdame. “Ten misericordia de mí” (Mc 10, 48).
ORAR CON PALABRAS SENCILLAS
Si uno empieza a mirar las cosas que le dice la gente, no le colocan un “speech” súper complejo explicándole quién son, de dónde salieron, cuál es su biografía, de quiénes son hijos, por qué están ahí, cómo es su enfermedad… No. Le piden cosas muy concretas, no dan vueltas, no hay una especie de monólogos largos explicándole a Jesús quiénes son.
Y el Señor también responde a veces muy concretamente; en todo caso, es Él el que se explaya, el que explica con más claridad las cosas, con más palabras, con más tiempo, con más paciencia. Por eso lo más importante es lo que nosotros le decimos a Jesús, y normalmente serán cosas chiquitas, palabras cortas.
A veces nos ayuda mucho escribir, tener un grupito en WhatsApp o en Telegram -lo que sea-, para poder hablar con Dios. Un grupito que sea mi oración con Jesús, y ahí le ponemos lo que necesitamos, lo que le queremos agradecer con palabras breves, sencillas.
Pero es nuestro corazón el que se demuestra en la oración. Y es eso lo que le pedimos siempre en este rato de oración.
JESÚS LLORA AL VER A JERUSALÉN
Concretamente en el Evangelio de hoy, vamos a leer un pasaje en el que se nos recuerda ese llanto de Jesús ante Jerusalén.
“En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jerusalén y ver la ciudad, lloró sobre ella mientras decía: ¡Si reconocieras tú también, en este día, lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos.
Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te van a rodear con trincheras, te sitiarán, apretarán el cerco de todos lados, y te arrasarán con tus hijos dentro, no dejarán piedra sobre piedra porque no reconociste el tiempo de tu visita” (Lc 19, 41-44).
Jesús derrama lágrimas, lágrimas que les salen muy de dentro de su corazón, esas lágrimas ante Jerusalén.
DOMINUS FLEVIT
Algunos hemos tenido la suerte de poder estar en ese mismo lugar físico en el que Jesús prorrumpe en ese llanto desconsolado de lágrimas amargas, porque Jerusalén no lo reconoce, lo ha rechazado.
Hay una Iglesia en ese lugar que se llama Dominus Flevit (“Jesús lloró” en latín), y uno se emociona cuando está en ese sitio porque siente lo que sintió Jesús: el rechazo.
Mirando la ciudad, viendo esa cúpula dorada -que en la época de Jesús no estaba, pero ahora está; que está prácticamente encima de donde estaba el templo. El Señor, mirando aquella ciudad tan amada, que era la ciudad de la alianza de Dios con su pueblo, llora porque lo han rechazado.
EL RECHAZO A JESÚS
Han cometido la locura de rechazarlo a pesar de los milagros, a pesar de la sabiduría de la predicación, a pesar de que han visto cómo resucita muertos, de cómo cura, de toda la enseñanza increíble que Jesús les dio cuando Jesús les explica quién es Dios, cómo llegar a Dios, cuál es el camino, de qué manera, por dónde…
Jesús es increíblemente maestro, es increíblemente médico de nuestras almas, es increíblemente amigo, y sin embargo lo rechazan. Por eso el Señor llora, llora de pena. No por Él, por nosotros, porque le hemos rechazado. Y al rechazarlo nos aislamos, nos empobrecemos.
Para Jesucristo es enorme el dolor del rechazo, porque nos muestra cuál es el camino hacia Dios y que Dios es el Padre del hijo pródigo, que siempre nos perdona, que siempre nos ama, que nunca podremos hacer algo para que Dios nos ame menos, nos quiera menos, siempre seremos perdonados en todo…
Él además quiere vivir con nosotros, quiere que lo subamos a nuestra barca, para que camine con nosotros a lo largo del camino de la vida. Y, sin embargo, a veces le decimos que no.Personalmente, cuando me paré en esa iglesia, pensé más en mí mismo que en Jerusalén, en las veces que yo lo he rechazado y en las lágrimas de Jesús ante cada uno de mis rechazos.
QUE NO TE PIERDA EN MI CAMINAR SEÑOR
Por eso hoy es un buen momento para decirle: “Señor, que no te rechace nunca. Si alguna vez te rechazo, no me tomes en serio: sabe que estoy en un momento de ceguera -Vos mismo lo has dicho en el Evangelio- no estoy viendo, estamos ciegos; se esconde a nuestros ojos la verdad, la realidad.
“Y nos vamos detrás de tonterías como el hijo pródigo, detrás de placeres, detrás de dinero, detrás del egoísmo, detrás de la vanidad, la sensualidad. Y te perdemos. Procuramos encontrar la felicidad sin Vos, en otro camino, en otro lugar. Y ahí no está la felicidad, ahí no está Dios; ahí no estás Vos, Señor.
“Por eso, Jesús, si alguna vez nos despistamos, si alguna vez nos salimos del camino, si alguna vez caemos en la tentación, que sepamos mirarte a Vos. Vos pasaste por la tentación, por esos cuarenta días en el desierto, después de los cuales el demonio te tentó con tres tentaciones muy concretas de saciar tus necesidades, de tener poder, de tener éxito. Y, sin embargo, las rechazaste”.
DIOS NOS ACOMPAÑA Y NO NOS DEJA SOLOS
Por eso nosotros ya sabemos cuál es el camino. Cuando seamos tentados por esas apariencias de bien que a veces tiene la soberbia o el egoísmo, la vanagloria, la sensualidad, que sepamos rechazarlas como tentaciones que vienen del maligno, que vienen del mal; del mal en el sentido personal, que es ese ángel caído que nos está tentando, que nos busca, que nos estudia, que procura entender dónde ponemos el corazón para ponernos ahí la tentación.
Por eso pidámosle al Señor, siempre, que sepamos rechazar la tentación, que no tengamos miedo a ser tentados, porque vamos a ser tentados muchas veces, muchísimas veces, todos los días. Y, sin embargo, como Dios está junto a nosotros, Jesús camina junto a nosotros, siempre tenemos la posibilidad de rechazarlo.
Pidámosle esta gracia al Señor, que sepamos contar con Él para rechazar la tentación y no apartarnos nunca de su mano, de su camino.
¡Bendito Sea Dios! ¡Enhorabuena por el tercer aniversario! ¡Gracias por ayudarnos a realizar oración! ¡Gracias Jesús, María y José!
¡Bendito Sea Dios! ¡Enhorabuena por el tercer aniversario! ¡Gracias por ayudarnos a realizar oración! ¡Gracias Jesús, María y José!