LLEVAR LA CRUZ
Quedan pocos días para la Navidad y para el fin de año. Momentos en los que se deja sentir quizá un poco el cansancio de todo este año que ha pasado y a veces como que se acumulan un montón de cosas en nuestro día, en nuestra vida.
El Evangelio de la misa de hoy me parece que sale al encuentro de esa dificultad de ese fin de año, de ese cansancio y nos ayuda a enfrentar este periodo con más ánimo, con más intensidad.
Es un Evangelio muy breve, tan solo dos frases de Jesús:
“Vengan a mí, todos los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí porque soy paciente y humilde de corazón y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”
(Mt 11, 28-30).
Qué bonita es esta palabra del Señor y qué consuelo nos dan el Señor nos invita a dejar en sus manos nuestras preocupaciones y cansancio, nuestros problemas y necesidades. Vamos a dejar todo esto a los pies del Señor, vamos a dejar toda nuestra vida en las manos de Él porque toma todo eso, lo quita de nuestros hombros, selecciona lo verdaderamente importante y lo vuelve a poner en nuestros hombros.
CARGA LIVIANA Y SUAVE
Pero esa carga que pone a nuestros hombros es una carga liviana y suave porque la llevamos con Él. Este Evangelio no nos dice que el Señor nos vaya a quitar todo y que nos vaya a lanzar por el camino sin carga o que la carga no pese nada, sino que la carga es liviana. En realidad lo que quiere el Señor para nosotros es que llevemos lo que de verdad vale la pena, lo único que nos va a servir para llegar al cielo. Y luego nos dice que Él nos ayudará a llevarla. No nos dejará solos nunca, Él siempre estará con nosotros.
De hecho, en otro pasaje del Evangelio, nos promete eso:
“Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo. Hasta el final de los tiempos, yo los acompañaré”.
Siempre que necesites, yo te apoyaré porque nos lo dice así, directamente a cada uno de nosotros. Yo te voy a apoyar, yo te voy a acompañar, yo voy a estar contigo personalmente todos los días hasta el fin del mundo.
Hace un par de días leí una homilía de Benedicto XVI que hablaba sobre el Adviento. Comenzaba con una historia muy bonita. El Papa Benedicto XVI la la tomaba de una historia de Charles Dickens, este escritor inglés. La historia comenzaba con un hombre que sufre porque tiene unos recuerdos dolorosos, unos sufrimientos muy grandes y un día recibe la opción de olvidar toda su memoria como una liberación de esa carga del pasado, y él acepta.
FUENTE DE BONDAD INTERIOR
Pero esto le hace cambiar en su corazón. Durante su vida, el encuentro con el dolor había despertado sentimientos de bondad hacia los demás. Pero ahora, con la pérdida de la memoria, había desaparecido también esa fuente de su bondad interior. Se había vuelto frío y emanaba frialdad a su alrededor.
El Papa alemán hacía una reflexión sobre esa necesidad de ir con la memoria recordando el pasado. También en esas cosas, que a veces son un poco más dolorosas y difíciles, esas cargas que a veces tenemos sobre nuestros hombros y esa necesidad de la memoria del pasado también de esas cosas difíciles y dolorosas, es necesario para encontrar la bondad en nuestro interior.
Eso el Papa lo relacionaba con el Adviento. Un tiempo que está preparado, que la Iglesia ha pensado para que nosotros vayamos con la memoria y con el corazón al pasado. Que a veces puede ser difícil, que a veces puede tener esos sufrimientos pero la Iglesia está segura de que ahí encontraremos esa gran felicidad.
Pensaba que esta historia nos puede servir porque muchas veces, tú y yo, tenemos cargas dolorosas, recuerdos, memoria o situaciones actuales que no entendemos y que nos hacen sufrir. Y en distintos momentos en nuestra oración le pedimos al Señor que nos las quite, que las elimine y parece a veces que Jesús hace oídos sordos.
NOS HACE SER QUIEN SOMOS
Nos gustaría que esas situaciones desaparecieran pero siguen ahí. Esas situaciones, esos recuerdos en realidad nos hacen ser quienes somos. Nos hacen conectar con la bondad interior que el Señor ha puesto en nuestro corazón. El Señor nos dice: “No, esto te ayuda, esto te hace ser quién eres. No te lo voy a quitar pero sí que te voy a ayudar a llevar”.
Como decíamos, el Señor nos promete su compañía: “Yo estaré contigo todos los días hasta el fin del mundo. Hasta el fin de los tiempos, yo te ayudaré a llevar esa carga”. Y por eso, esa carga ligera, por eso esa carga es suave. En “El señor de los anillos”, ese libro tan bonito y tan bueno. Al final, justo antes de que se logre por fin la destrucción del anillo, Frodo (el protagonista) ya no puede caminar más.
Y Sam (que comienza siendo su sirviente pero que durante el camino se va convirtiendo más en su compañero y su más fiel amigo porque lo ha apoyado durante todo el camino) consciente de que no puede tomar el anillo por sí solo, carga con Frodo y así, logra llegar a su destino. No le quita el peso sino que lo ayuda.
NOS LEVANTE Y AYUDA
Y el Señor, así también nos ayuda a nosotros. Nos levanta y nos lleva junto con el dolor y el peso que llevamos. A eso vino Jesús al mundo, por eso se encarnó, por eso quiere nacer de nuevo en tu corazón en la Navidad, para ayudarte a llevar esa carga.
Es importante recordar en estos días el fundamento de la Encarnación de la Navidad. Jesús se hizo hombre para compartir nuestras experiencias humanas, para acompañarnos en nuestro paso por la tierra. Y sobre todo, viene a salvarnos del pecado, a redimirnos, a quitar esas cargas pesadas y reemplazarlas por otras; las que de verdad valen la pena, las que de verdad nos van a ayudar a llegar al cielo.
Y no solo a ponernos esa carga sino a ayudarnos a llevarlas con alegría. El dolor y el sufrimiento son parte de nuestra vida y lo necesitamos. Lo necesitamos para fortalecernos, para ser santos. No por nada quiso Jesús nacer en un establo en medio del frío, sin nada material que lo confortara, arropado únicamente con el amor de la Virgen y de san José, que es lo único verdaderamente importante.
LAS GRACIAS NECESARIAS
Seguramente ellos, la Virgen y san José, recordarían con un poco de tristeza ese momento porque no pudieron darle las comodidades mínimas a su hijo, que era Dios. Pero sin duda no renunciarían a este recuerdo. Dios les dio las gracias necesarias para llevarlo del mejor modo posible. Y es un recuerdo que los impulsó durante toda su vida a hacer el bien, a darse a los demás.
Si hoy podemos celebrar la Navidad es porque ellos estuvieron dispuestos a todo porque llevaron la gracia del Señor en su corazón. Las dificultades y los dolores hicieron más que fortalecer su amor y ayudarlos a darle su amor a su hijo Jesús. Las dificultades nos fortalecen, los dolores nos hacen fuertes. Los dolores que de verdad valen la pena cuando los llevamos con la ayuda del Señor.
Una vez escuché a una persona que contaba cómo había visto una mariposa que quería salir de su crisálida: “Se esforzaba mucho y parecía que no podía salir; y él conmovido quiso ayudar. Y con un pequeño cuchillo abrió una abertura en la crisálida con lo cual la mariposa salió fácilmente pero no pudo volar porque las alas estaban mustias”.
Allí aprendió que el esfuerzo para salir de la crisálida, es necesario para fortalecer las alas, que se pueden extender solo cuando le llega toda la energía necesaria que se reparte debido al esfuerzo que hizo para salir de ahí.
La dificultad fortalece, el dolor fortalece. Jesús no nos quita la crisálida sino que nos da la fuerza para vencerla, para salir de ahí. Pídelo otra vez con fuerza, que te ayude a romper esa crisálida.
Terminamos este rato de oración acudiendo a nuestra Madre que ante las dificultades no sé quejaba sino que guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón. Ella nos conseguirá del Señor la fuerza para romper las barreras y llegar muy alto a la santidad.