JESÚS LLAMA A LOS DOCE
Hoy día en el Evangelio, san Mateo, que conocía tan bien a Jesús, que recordaba tantas cosas, que fue transmitiéndolas después en tantas conversaciones…
Nos imaginamos a discípulos, gente en torno a los apóstoles especialmente; también a otros discípulos en torno a María Santísima, preguntándole cosas de Jesús: —Oye, cuéntanos de esa vez de la pesca milagrosa. —Pero si se las conté ayer; —De nuevo, y de las bienaventuranzas de esa vez que Jesús fue hablando de la alegría…
Y los apóstoles irían contando tantas cosas… San Mateo también. Él es evangelista, pero antes de poner por escrito tantos recuerdos, cuántas veces lo habrán conversado en tertulias largas, en conversaciones.
Bueno, san Mateo cuenta hoy día:
«Jesús llamó a sus doce discípulos y les dió autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero Simón llamado Pedro y Andrés su hermano, Santiago el Zebedeo y Juan su hermano, Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano, Santiago el de Alfeo y Tadeo, Simón el de Caná y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: —No vayan a tierra de paganos, ni entren en las ciudades de Samaría, sino vayan a las ovejas descarriadas de Israel. Vayan y proclamen que ha llegado al Reino de los cielos»
(Mt 10, 1-7).
Esto que contaba Mateo se lo habrá contado tantas veces también Pedro, también Santiago, a los discípulos, a esas primeras comunidades cristianas.
También a nosotros ahora, haciendo la oración, que queremos hablar con Jesús estos 10 minutos, quizá por ahí a propósito del Evangelio del día, quizá hablando de otras cosas que tenemos en el corazón, no sé, algunas peticiones en particular, o dar gracias al Señor.
Pero san Mateo recuerda cuando Jesús los llamó a los doce. ¿Quién los cautivó a estos doce? A tantos, a nosotros también. ¿Quién los cautivó? ¿Quién les dió esa confianza para ir? Porque el Señor los manda:
«¡Vayan!»
¿Quién les dió esa confianza para ir? ¿Por qué ir? Tú, Jesús, les diste esa confianza.
La mirada de Jesús, profunda, cariñosa, amable; su corazón invisible dentro del pecho del Señor, pero tan visible a través de sus gestos, de sus palabras. El corazón del Señor, eso los cautivó, su presencia segura.
Quizá le podemos decir al Señor ahora: “Señor, a mí, lo mismo”. Aunque, como decimos en el Adoro te devote, ese himno tan bonito, eucarístico: “Señor nosotros no te vemos y sin embargo, por la fe, te confieso Hombre y Dios Verdadero, mi Señor.
Y por eso, aunque no te veo, tu mirada me cautiva y tu mirada me da confianza para este envío, para ir; y Tu corazón Jesús, y Tu presencia segura junto a mí”.
Es bueno que, por decirlo así, igual que Mateo, o muy parecido a Mateo porque Mateo sí que escuchó el tono de voz del Señor, sí que vió brillar sus ojos… pero nosotros también.
“Jesús yo quisiera conectar contigo; estar contigo, conocerte a Ti, a fondo, de verdad. No una idea, no un concepto, no un recuerdo. Señor, tú no eres Alejandro Magno, Julio César o, que se yo, Gengiscan o Napoleón. Señor Tú eres único, Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
Por eso puedo conversar Contigo y por eso puedo vivir en comunión Contigo; y por eso me puede cautivar tu mirada -la de Alejandro Magno no: puedo admirar un montón de cosas pero Alejandro Magno es alguien que está muerto.
Tú, Jesús, vives y contigo puedo hablar, ahora quiero hablar haciendo oración”.
PEDRO, EL PRIMERO DE LOS APÓSTOLES
Y ahí se ve a los doce en equipo, por decirlo así. Los doce, una palabra un poco más teológica, formando un colegio, el Colegio de los Apóstoles, estos doce. Del cual tenemos también hoy sus sucesores, el Colegio de los Obispos, con el Papa a la cabeza.
Qué bonito esto que dice san Mateo:
«Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero Simón llamado Pedro»
y luego todos los demás, los fue nombrando de dos en dos,
«Simón Pedro y Andrés su hermano, Santiago en el de Zebedeo y Juan su hermano, Felipe y Bartolomé».
Sí, pero en primer lugar nombra a Simón y no sólo lo nombra en primer lugar sino que puntualiza:
«El primero Simón, llamado Pedro».
Y no porque entre ellos lo eligieran, no porque fuera sumamente sabio, o porque tuviera un carácter fuerte, o fuera muy oportuno, sino porque Tú, Jesús, lo elegiste y lo pusiste con ese primado, lo pusiste el primero, para confirmar a sus hermanos.
“Señor te pedimos por el sucesor de Pedro, hoy el Papa y los que vengan hasta el final de los tiempos”.
En la “Christus vivit” este documento tan reciente, tan bonito del Papa dice:
“Dios ama la alegría de los jóvenes y los invita especialmente a esa alegría que se vive en comunión fraterna, a ese gozo superior del que sabe compartir, porque hay más alegría en dar que en recibir y Dios ama al que da con alegría”
(Christus Vivit, Cap. 5, 167).
LA COMUNIÓN FRATERNA
Fíjate una cita así un poquito larga del papa Francisco, pero cómo el Papa se fija en los jóvenes, en la alegría, pero sobre todo en la alegría del compartir, dice el Papa, de la comunión fraterna.
Cuántos recuerdos tendría Mateo… De verdad que también hubo roces y nos viene a la cabeza seguramente tantas veces que entre ellos pudieron decir: ¿quién es el mayor? ¿quién manda?, ¿quién se equivocó?, ¿quién no compró los panes?…
Y sí Señor, nosotros también hoy día… pero como dice el Papa: buscar esta comunión fraterna, esto que vemos en los doce apóstoles, de lo que san Mateo nos cuenta.
Cuánta alegría en compartir, en rezar ahora unos por otros. Estamos haciendo la oración aprovechando esta plataforma, estos 10 minutos con Jesús, en tantos países, a tanta distancia -si uno quiere de kilómetros-, y sin embargo, tan juntos todos porque estamos cada uno pegado al Señor haciendo oración con el corazón dentro del Corazón de Jesús.
Y entonces, podemos recorrer toda América, todo el mundo rezando con Jesús, contigo Señor, en comunión fraterna.
Qué bueno que podemos rezar así. Y rezamos quizá por hermanos nuestros que lo pasan un poco peor, o bastante peor; y damos gracias por tantas cosas, tantas alegrías de otros hermanos nuestros, en otras latitudes… ¡Esto es fantástico!
Pero quizás una petición para ir terminando este ratito de oración: “Jesús que yo quiera mucho a todos, pero especialmente a los que tengo cerca; ayúdame Jesús, como Tú, a sonreír, hoy día; ayúdame a usar palabras amables quizá esas tres de las que hablaba el Papa:gracias, perdón, permiso”.