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LOS MERCADERES DEL TEMPLO

LOS MERCADERES DEL TEMPLO

El Evangelio del día de hoy, nos habla de ese momento en el que Jesús entra en el templo de Jerusalén, y se encuentra con que había un montón de personas que estaban vendiendo distintas cosas para el servicio del templo.

MERCADERES DEL TEMPLO

Supuestamente vendiendo para el servicio del templo, pero en realidad era gente que estaba negociando para ellos mismos.

Entonces empieza a expulsarlos, y les dice:

«Está escrito: Mi casa será casa de oración. Pero ustedes han hecho de ella una cueva de ladrones». 

Es esa capacidad que tenemos los seres humanos para aprovecharnos de todas las cosas, incluso para servirnos de las cosas de Dios…

Parece mentira que podamos nosotros mismos ponerlo, a Dios, a nuestro servicio, en vez de ponernos nosotros al servicio de Dios.

A mí me hace recordar al cuento de Aladino y la lámpara maravillosa. Porque vieron que Aladino encontró en esa lámpara y en el genio que estaba dentro, la manera de llevar a cabo sus propios proyectos, sus propios intereses.

Frotaba la lámpara, salía el genio y Aladino le iba diciendo cuáles eran sus deseos.

Y a veces, a Dios, lo tratamos de esa manera o nos servimos de las cosas de Dios para nosotros mismos.

Hay personas, por ejemplo, que lucran incluso con las cosas de la Iglesia, negocian con cosas espirituales o pretenden vender cosas espirituales…

Se benefician con vínculos que tienen con la Iglesia, utilizando a sacerdotes o a obispos, para ganar influencias, para hacer negocios…

Esto es llamativo, ¿no es cierto? Esa capacidad que el hombre tiene para valerse de las cosas de Dios.

O también podemos decir, Dios está a mi servicio. Si Dios es mi Padre, yo soy su hijo, entonces yo tengo que conseguir todas aquellas cosas que a mí me interesan…

NUNCA SER MERCADERES DE DIOS

Y tengo un Padre que es poderoso, que está a mi servicio… Y Dios viene a ser como el genio, y nosotros como Aladino, que nos creemos con derecho a pedirle a Dios todas las cosas (…).

Está bien, somos hijos y tenemos derecho de pedirle cosas, pero hay gente que ya casi como que hacen un comercio con Dios.

Pero entonces Jesús, no tolera esta manera de proceder de aquellos vendedores y de aquellos mercaderes.

Jesús había enseñado en el templo, y los sumos sacerdotes y los escribas, así como los jefes del pueblo, trataban de acabar con Él. Porque claro, todo eso evidentemente les iba quitando el negocio.

Ellos estaban comprometidos, podríamos decir, con esa manera de actuar, ellos se valían de la religión, no se acuerdan de eso que decía en otra parte Jesús en el Evangelio:

«Los escribas y los fariseos se han sentado sobre la cátedra de Moisés»

(Mt 23, 2-26).

Ellos utilizan esa cátedra en su propio provecho. Los sumos sacerdotes, los escribas, los jefes del pueblo, se sentían también atacados por esa manera de actuar del Señor. Pero tenían miedo, porque el pueblo, realmente apoyaba a Jesús.

No sabían qué hacer con él, dice el Evangelio. Los escribas y los fariseos se habían apropiado de las cosas de Dios.

Y por eso Jesús también en algún momento determinado les dice a los apóstoles:

«Cuídense de la levadura de los fariseos»

(Mt 16, 5-12).

Cuídense de la hipocresía de los fariseos, porque ellos tenían una cara hacia afuera, tenían esa manera de comportarse, esa manera de mostrar virtud. Pero en el fondo toda esa virtud que ellos mostraban, no era más que una máscara, no era más que un disfraz.

Y Jesús les saca la máscara, los descubre. Vieron ese dicho famoso: ‘Te conozco, mascarita’… Y bueno, Jesús los desenmascara.

LA HIPOCRESÍA: UNA MÁSCARA

La palabra hipócrita, viene del griego hipócrates, que significa actor. O sea, los actores se ponían una máscara para interpretar un papel. Ellos, detrás de esa, se escondían detrás de la dignidad que les daba ser entendidos en las cosas de la ley, para conseguir sus propios objetivos, para conseguir su cuota de poder.

Todo esto que vemos ahora en el mundo, no es nuevo. Fíjense qué vinculación hay entre los distintos pecados capitales, ¿no?

Sin duda, el origen del pecado está en el egoísmo. Todo pecado es una manifestación concreta del egoísmo, por ejemplo, de querer lucrar económicamente.

Es el dinero para mí, el dinero para lo que yo quiero… O por ejemplo, también la envidia, porque uno de los motivos por los cuales lo quieren emprender a Jesús lo quieren tomar preso, o hacerlo desaparecer, es porque les producía una enorme envidia que la gente se fuera detrás de Él.

La gente descubría en Jesús algo totalmente distinto. Este hombre habla con autoridad, decían. Y, ¿en qué consistía esa autoridad de Jesús? Por supuesto, en gran parte por ese poder suyo que le provenía de su condición Divina de hacer milagros.

Pero por otra parte, también en lo humano, ellos descubrían que la manera de actuar de Jesús era totalmente distinta. La manera de actuar de Jesús era una manera de actuar absolutamente frontal.

Decía lo que Él pensaba, actuaba del modo en el que Él pensaba.

Es interesante una frase que dice el Evangelio que

«Jesús empezó a hacer y a enseñar»

(Hch 1, 1-22).

LA AUTENTICIDAD DE JESÚS

Primero empezó a hacer, es decir, cuando Jesús iba enseñando su doctrina, nadie podía decirle “ahora Vos hacé lo que estás enseñando… Porque antes lo había hecho.

Jesús empezó a hacer. Jesús empezó a recorrer los caminos. Jesús empezó a curar enfermos. Jesús empezó a escucharlos, aconsejarlos y alentarlos en el camino del bien.

Empezó Jesús primero a mostrar toda esa condición suya Divina, y después empezó a hablar. Después empezó a decir cuál era el fundamento de todo lo que Él hacía y de todo lo que Él decía.

Entonces, los fariseos se encuentran con que no pueden competir con Jesús, porque Jesús era auténtico. Jesús tenía y era la verdadera autoridad. La verdadera autoridad es la que da la coherencia. Y Jesús era coherente.

Ellos no eran coherentes, decían una cosa y hacían otra distinta.

Pero bueno, fíjense que todo conecta con el egoísmo, con esa raíz del pecado que a uno lo lleva a querer lucrar económicamente, que lo lleva a querer aprovecharse del otro, incluso también de las cosas de Dios.

Por eso Jesús dice:

«Cuídense de la levadura de los fariseos»,

que en realidad es la hipocresía de los fariseos, aquello que los hace parecer delante de los demás, como algo lleno, como algo verdaderamente que pareciera como una plenitud, pero no es cierto.

En realidad, no es más que una farsa. No es más que una mentira que se esconde detrás de esas máscaras…

Pidámosle al Señor que nos ayude a vernos libres de la avaricia, libres también de la envidia. Y en última instancia, que nos libre del egoísmo que trae consigo tantos males.

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