Quiero empezar, Señor, este rato de charla con Vos, esta oración, recordando un relato, un testimonio de un jesuita albanés; Antón Luli.
Que cuando san Juan Pablo II cumplía 50 años de sacerdote, le compartió su experiencia, como a modo de festejo de ese aniversario, y esto es lo que le decía:
Yo acababa de ser ordenado sacerdote cuando a mi país, Albania, recibió los azotes de la dictadura comunista y la persecución religiosa más despiadada. Era el año 1946.
DEJARSE CLAVAR EN LA CRUZ
Cuenta él ahí, que muchos de sus hermanos sacerdotes fallecieron, fueron perseguidos, fueron muertos. Continua diciendo:
Pero a mí el Señor me pidió, por el contrario, que abriera los brazos dejándome clavar en la cruz y así celebrara, en el propio ministerio que me era públicamente y privadamente prohibido y con una vida transcurrida entre cadenas y torturas de todo tipo.
El 19 de diciembre de 1947 me arrestaron con la acusación de agitación y propaganda contra el gobierno.
Viví 17 años de cárcel estricta y muchos otros de trabajos forzados.
Mi primera prisión, en aquel gélido mes de diciembre de 1947 tuvo lugar en una pequeña aldea de las montañas de Escutari, encerrado en un cuarto de baño.
Allí permanecí nueve meses, obligado a estar agachado sobre excrementos endurecidos y sin poder enderezarme completamente debido a la estrechez del lugar.
La noche de la Navidad de aquel año -¿cómo podría olvidarla?- me llevaron a otro cuarto de baño en el segundo piso de la prisión.
Me obligaron a desvestirme para colgarme con una cuerda que me pasaba bajo las axilas.
Estaba desnudo y apenas pudiendo tocar el suelo con la punta de los pies.
Sentía que mi cuerpo fallecía lenta e inexorablemente,
Y cuando el frío que me subía poco a poco por el cuerpo llegaba al pecho y estaba por parárseme el corazón, lancé un grito de agonía.
Entonces acudieron mis verdugos para descolgarme y llenarme de puntapiés.
Era esa noche buena, en ese lugar y en la soledad de aquel primer suplicio, vivía el sentido verdadero de la Encarnación y de la Cruz.
LA PRESENCIA DE JESÚS
Pero en esos sufrimientos, tanto a mi lado como dentro de mí, tuve la extraordinaria y consoladora presencia del Señor Jesús, sumo y eterno sacerdote.
A veces, incluso, con una ayuda que no puedo menos de definir «extraordinaria», pues era muy grande la alegría y el consuelo que me embargaba.
Me liberaron 43 años después con la amnistía del año 1989. Tenía 79 años y estaba para cumplir los 80.
Bueno, continúa su relato este sacerdote, que debe estar ya en el Cielo, yo calculo.
¿Y, por qué lo leía? “Porque me parece impresionante como en la persecución, sintió, Jesús, tu presencia de una manera muy especial, en la persecución y hasta en la tortura podríamos decir.
Y justamente hoy, en las lecturas de este viernes, de la cuarta semana del tiempo de Cuaresma, repetimos en el salmo de la Misa:
“El Señor está cerca de los atribulados.”
(Sal 33)
Y todas las lecturas giran en torno a eso, al justo que es perseguido, como dice la primera lectura:
“Se dijeron los impíos, resonando equivocadamente: acechemos al justo, que nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados y nos reprende nuestra educación errada.
Declara que conoce a Dios y se da el nombre de Hijo del Señor.”
(Sab 2, 12-13)
Claro esto es una profecía del Libro de la Sabiduría, que está hablando de Vos, Señor. De cómo tramaron contra Vos, la muerte.
Porque te declarabas Hijo de Dios, porque también dejabas en evidencia, la falta de rectitud de intención de algunos de tu pueblo. En particular de los fariseos.
Y consiguieron condenarte a muerte.
TRATABAN DE MATARLE
El Evangelio nos dice también, que Vos, Señor Jesús, dice:
“Jesús recorría Galilea, pues no quería andar por Judea, porque los judíos trataban de matarle.”
(Jn 7,1)
Y nosotros, Señor, probablemente no nos toque que alguien trate de matarnos o que nos persigan, al menos en nuestros países de Latinoamérica, en general, con tristes excepciones.
Pero no somos perseguidos por ser católicos y sin embargo estas palabras que repetimos en el salmo, que el Señor está cerca de los atribulados, nos pueden dar consuelo.
Porque la verdad es que todos pasamos por distintas tribulaciones.
A veces puede ser con el agobio de que tengo muchas cosas para hacer, y no me da el tiempo, no tengo todo bajo control.
O puede ser que tenga un problema de salud que me preocupa, que me hace sufrir, o me falta la plata, no alcanzo a pagar todos los gastos que tengo…
Puede ser que tengo algún ser querido sufriendo y no sé cómo ayudarlo y me pesa en el corazón.
Quizá cosas incluso más banales, más pequeñas, algún dolor de cabeza, no dormí bien, algún disgusto, un cambio de planes.
Y en esas, que son nuestras circunstancias, que son nuestras vivencias, ahí Señor, podemos acordarnos de Vos.
Aunque por ahí, mi cruz no sea tan pesada como la tuya, sí que puedo acompañarte con ella.
También puedo pensar en estas palabras: “Que el Señor está cerca de los atribulados”.
A este hombre que escuchábamos, que les leí al principio, que lo torturaron, que estaba muriéndose de frío, que lo golpearon despiadadamente.
Y él dice que tenía una alegría que lo embargaba, que sentía Tu presencia, Jesús, su sumo y eterno sacerdote. Dice que estaba ahí de una manera extraordinaria y consoladora.
CERCA DE LOS ATRIBULADOS
Quizás en el momento de los nervios, podríamos incluso tener la tentación de la desesperación, del agobio, quizá te tengo que buscar, Señor, cómo te haces presente en este momento.
¿Cómo estás cerca de los atribulados? ¿Cómo me querés sostener? ¿Qué consuelo me querés dar?
¡Detenernos! Y quizá lo que necesito es dejar de pensar en cómo puede ser que me pase esto, que desgracia.
En vez de eso, pensar: Señor, bueno, si esta es la cruz que yo tengo que cargar, vamos a llevarla juntos.
Que no deje de encontrar Tu presencia, que me la muestres Vos, porque no me gustaría que esta cruz sea algo que no me sirva, que me aparte de Vos, sino que dé su fruto.
Seguramente, Vos, Señor, te dejarás ver, Te sabrás sacar algo bueno, como hiciste con el Cirineo.
Venía Simón de Cirene en el camino, se encuentra esa Cruz y la primera reacción que habrá tenido, es el rechazo, -¿Que tengo que llevar yo con esto?-
Este hombre se habrá convertido en alguien, que fue lo mejor que hizo en su vida: “Llevar la cruz de Jesús”. Y llevarla “con Vos”.
Mostranos Tu presencia, que no dejemos de buscarte en esas tribulaciones que tengamos, pequeñas o grandes, para que den su fruto.
Digamos a María, que lo habrá hecho muchas veces y por eso supo estar de pie, de pie junto a la Cruz de su Hijo sin desfallecer.
Que ella nos ayude a llevar nuestras cruces con el Señor.