SEÑOR TEN COMPASIÓN DE MÍ
«Le siguieron a Jesús dos hombres ciegos, quienes gritaban: ¡Hijo de David, ten compasión de nosotros!
Entraron directamente a la casa donde Jesús se hospedaba y él les preguntó: —¿Creen que puedo darles la vista? —Sí, señor. Le dijeron. Lo creemos.
Entonces él les tocó los ojos y dijo: —Debido a su fe, así se hará. Entonces sus ojos se abrieron y pudieron ver.
Jesús les advirtió severamente que no se lo cuenten a nadie. Pero ellos, en cambio, salieron e hicieron correr su fama por toda la región»
Vemos en este Evangelio que dos ciegos lo seguían gritando:
«¡Señor, ten compasión de mí!»
Dos ciegos arrepentidos buscaban la salud para seguir a Dios. Querían estar en el plan de Dios.
Dios tiene un plan para todos los hombres. Tiene un plan para ti. El mundo no nos deja ver el plan de Dios. El pecado no nos deja ver el plan de Dios.
Y todos somos pecadores y estamos en el mundo. Entonces estamos a veces enredados, confundidos, con poca visión, despistados. Y queremos ver el plan de Dios.
Dios es el que aparece en nuestra vida. En muchos momentos nos busca, te busca a ti, toca la puerta de tu corazón y te pide que le sigas.
Pero quizás estás un poco ciego. Estamos ciegos, no vemos bien y por eso no sabemos seguirle o no acudimos a Él teniendo necesidad de Él.
Pensamos que es para después porque estamos metidos en cosas. Pero el Señor insiste y reclama una gran virtud, que es la virtud para poder reconocer a Dios y reconocer cómo estamos nosotros.
NOS CONOCE POR DENTRO Y DESDE SIEMPRE
La virtud de la humildad es la verdad, entonces tenemos que pisotear el amor propio, la soberbia y pedirle al Señor: “Señor, tengo esta experiencia de la soberbia, dame la humildad…
Quiero ser humilde para poder darme cuenta qué ocurrió con estos dos ciegos que le insistían al Señor porque querían seguirle”.
Y el Señor les dice a los dos que suceda conforme a la fe que ustedes tienen. Porque el Señor nos conoce y sabe perfectamente lo que tenemos dentro. Y estos ciegos querían seguir al Señor, pero estaban ciegos, no podían, no podían ver.
Nosotros queremos seguir al Señor, a ese Dios maravilloso, un Padre que nos quiere, que tiene las mejores cosas para nosotros.
Pero nos podemos encontrar en una situación de ‘no sé qué hacer’… ‘quisiera tener más fe, quisiera ver y no veo’.
Y entonces eso es lo que tenemos que ver ahora. ¿Qué cosa es lo que ahora creo? ¿Qué cosa es lo que veo?
Quizás no veo mucho o creo poco… Al menos debemos tener fe en que estamos ciegos. Y ese es un gran paso. Tengo fe en que no veo. Y entonces, necesito ir a Dios para que me dé la luz.
En eso estamos ahora, en este rato de oración, en este rato de meditación, diciéndole al Señor: “Señor, quisiera ver más, tener más fe, saber para qué me has traído al mundo. Quisiera que me des los medios para darme cuenta, poder luchar y poder avanzar en esas metas que Tú quieres de tu plan. El plan Tuyo”.
RECONOCER MIS PECADOS
A estos ciegos del Evangelio el Señor les abre los ojos, porque ellos reconocían que estaban ciegos y reconocían a Dios. Al Dios que los quería más que a nadie, al Dios Todopoderoso. Al Dios que curaba los enfermos y que a ellos los podía curar.
También al Dios que tenía un plan para ellos, y eran conscientes de esto y el Señor en base a esa fe, les abre los ojos.
En la historia, muchos han descubierto a Dios. Muchos que han estado ciegos han vuelto a la luz. Hay muchos conversos. Hay historias maravillosas, bonitas de conversos en todas las épocas, también ahora.
Y esos conversos, viven ahora felices porque se han encontrado con Dios. Y Dios les ha devuelto la vida. ¡La vida vale la pena! ¡La vida de paz, de alegría, de serenidad!
Y esa vida que Jesucristo nos enseña que es sembrar paz y alegría en los corazones de las personas. Hay que abrir los ojos de mucha gente, poder compartir muchas cosas con nuestro prójimo, no estar solos, no estar aislados y estar comunicados sobre todo con Cristo.
Seguir el camino que Cristo nos enseña en el plan de Dios para llegar a la meta que es el Cielo.
A todos nos busca el Señor, a todos nos busca Dios para darnos luz. Dios no quiere que estemos ciegos. Nosotros tampoco queremos estar ciegos.
Por eso, acudimos al Señor en este rato de oración, para que el Señor nos haga ver nuestra interioridad, cómo estamos por dentro, cómo funcionamos por dentro.
SEÑOR QUE VEA
San Josemaría repetía siempre la jaculatoria del ciego Bartimeo: “Domine Videamus”. Lo decía en latín:
«Señor, que vea»
(Mc 10, 47).
Lo repetía constantemente.
Y él, que era un santo, un santo impresionante, pedía luz, se sentía ciego. Veía que no podía ver determinadas cosas o no entendía ciertas cosas.
Acudía constantemente al Señor. Iba al Sagrario y le pedía al Señor, luz para poder ver.
A veces pensamos que los ciegos son los que están perdidos, los corruptos, los ignorantes. Y pensamos que nosotros sí vemos algo, pero no todos necesitamos de la luz de Dios.
Más luz necesitan los que tienen más responsabilidades, y es que, lógicamente el Santo Padre, siempre nos pide: —Recen por mí. Y pedimos por el Papa que tenga luz, para que el Señor le haga ver. Igual los obispos necesitan luces.
Vemos en la historia, todo lo que ha ocurrido cuando alguien de la Iglesia no tiene luz y está encerrado en su mundo. ¿Y cuánto daño se puede hacer?
Pedimos por los obispos, pedimos por los sacerdotes. Hemos visto también sacerdotes que se han alejado de Dios, y que claman al Cielo por lo que han hecho muchas veces. Pedimos por todos los sacerdotes.
San Josemaría nos pedía eso cada vez que visitaba un país. Decía: «—Hay que rezar por todos los sacerdotes, desde el Papa hasta el último que se ha ordenado en la última diócesis».
Las autoridades necesitan luz. Vemos también a las autoridades cuando no tienen luz, como atropellan el daño que pueden hacer.
Y pedimos por las autoridades, que tengan luz, que Dios les dé luz. Pedimos por los maestros, para que puedan enseñar a sus alumnos.
Pedimos por los padres, para que puedan educar a sus hijos, para que luchen contra el pecado, porque el pecado es un obstáculo serio y nosotros mismos no nos damos cuenta de nuestros pecados. No vemos lo que otros ven.
BUSCAR A DIOS EN LA CONFESIÓN
También el Señor nos dice que:
«Es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio»
(Cfr. Mt 7, 1-5).
Por eso, tenemos que pedir luces al Señor, para que el Señor nos haga ver y quitemos de todas esas dificultades que nos impiden seguir a Dios, que nos purifiquemos bien.
En este tiempo de Adviento, estamos en un tiempo de purificación, es un tiempo de luz.
El Señor nos quiere dar muchísima luz para ver nuestra conciencia y poder confesarnos (con buena confesión al final del año), y llegar a la Navidad mejor preparados.
Con mucha esperanza también en Dios, que nos alcanza los medios, nos alcanza las gracias en el Niño Dios que viene todos los años y viene para nosotros.
Ahora, pues, con esta Novena de la Inmaculada, estos días antes de la fiesta de la Inmaculada, que le pidamos a la Virgen, que es la Maestra del amor limpio, del amor hermoso, que nos ayude a purificar nuestro corazón para parecernos a Ella.
Para ser como nuestra Madre y poder ayudar a muchísima gente que está a nuestro alrededor a ser felices de verdad… Cuando se encuentren con Dios, cuando reciban la luz de Dios.