¡Salve Madre santa, Virgen madre del Rey! Así saludan los cristianos a la madre de Dios en esta noche. Espero que escuches esta meditación por la noche, o si no, el primero por la mañana.
Otros están lanzando petardos y fuegos artificiales, en muchos sitios se festeja el nuevo año, pero nosotros hemos querido venir a celebrar este nuevo año, junto a la Virgen, junto a la puerta del Sagrario.
Yo, en este instante, en estos minutos, decirle a nuestra señora que festejamos la solemnidad de: “María, madre de Dios”.
Queremos que el Señor nos bendiga y proteja, como dice la primera lectura de la Misa de hoy.
Y por eso lo repetimos en el salmo de la Misa, y lo hacemos también ahora de la mano de la Virgen, porque hoy es su fiesta:
“Madre, que el Señor tenga piedad y nos bendiga.”
Y, el Señor nos bendice especialmente cuando le recibimos en la comunión, y ahora que estamos haciendo este rato de oración, también nos bendice.
Porque nuestro Señor nos bendice siempre a través de ti, madre, María. Como ama de la casa de Dios, eres la dispensadora de muchas de sus gracias.
IGUAL QUE TU HIJO, JESÚS
A ti, Dios te dio esa humanidad y la mantiene, porque al subir a los Cielos en cuerpo y alma, eres, al igual que tu Hijo, Jesús, la que está ahora viéndonos y gozándose también con estos pequeños actos de locura de tus hijos, que te quieren dar las gracias por todos los consuelos que nos has dado.
Y en distintas ocasiones, como leemos también en el aleluya de la Misa de hoy:
“En distintas ocasiones habló Dios a nuestros padres por los profetas y ahora en esta etapa final o en la plenitud de los tiempos, nos ha hablado por el Hijo”.
Dios nos habla y su voz es humana. Si queremos ir al Señor, hemos de utilizar este camino.
Por eso, dice santa Teresa de Jesús:
Miremos al glorioso san Pablo, que no parece, se le caía de la boca siempre un Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido de algunos santos, grandes contemplativos y que no iban por otro camino: Jesús, Jesús.
Y Santa Teresa lo tenía experimentado en su vida. Tener a Jesús en el corazón, es tener a su madre también en el suyo.
Jesús, es el sol que nace de lo alto y por eso le pedimos que ilumine su rostro sobre nosotros, como repetimos en el salmo responsorial de la Misa de hoy.
Y Dios tiene rostro humano porque ha nacido de mujer, en la persona del Hijo. Y para esto, para llegar a Dios, es necesario pasar por la humanidad del Señor, por la humanidad de Jesús.
AYER, HOY Y SIEMPRE
Y esto es lo que han experimentado los santos. También decía santa Teresa de Jesús:
He visto tan claro, que por esta puerta hemos de entrar, y veo claro y después he visto que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes, quiere que sea por manos de esta humanidad sacratísima, en quien dijo su majestad que se deleita.
Te acordarás en el bautizo de Jesús, eso es lo que se escucha. Y la Iglesia, en la Misa de hoy, antes de recibir el cuerpo de nuestro Señor, dice:
“Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre.”
Que es un texto que aparece en Hebreos. Y por eso los santos repiten así:
Que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de la contemplación. Por aquí vamos seguros, este Señor Nuestro, es por quien nos vienen todos los bienes.
Y para llegar a Jesús, ¿cuál es el camino más corto? Pues, el más corto es “María”.
Nos cuenta el Evangelio que las personas a quienes se les comunicó la venida del Señor, fueron corriendo a ver a Jesús y encontraron a María.
Los ángeles les dicen a los pastores que encontrarían a Jesús. A ellos es a los primeros que se les revela. ¿Y dónde encontraron a Jesús? Pues, ahí en el pesebre, al lado de María.
A JESÚS POR MARÍA
Por eso, hemos de ir a Jesús por María. Ella es su madre, la madre de Dios, este es el principal título que tiene la Virgen.
Y vamos a repetírselo porque es la mejor alabanza que le podemos decir, como le han dicho los cristianos desde hace siglos:
¡Santa María, Madre de Dios!
Y así lo decimos cada vez que rezamos el Ave María: ¡Santa María, Madre de Dios! Te sugiero que hoy día, se lo digas como un piropo: ¡Madre de Dios!
Ahora que reces el rosario, ¡Madre de Dios! Y vamos a llenarle de piropos hoy a la Virgen.
La iglesia quiere que celebremos hoy esta solemnidad, así que empezamos el año dándonos prisa por llegar hasta la humanidad del Señor, llevados de la mano de la Virgen. Por eso le decimos:
“Eres la puerta del sol que nos ha nacido”.
Dicen los teólogos que Dios podría haber hecho un mundo mejor, pero que no podría haber hecho una madre mejor.
No sé exactamente por qué, pero también nos lo dice a cada uno el corazón. Dios no puede hacer una madre mejor que la que ha hecho. María roza lo infinito, si pudiéramos hablar así.
Nos mueve el cariño, claro, porque sobre María los piropos nunca son suficientemente grandes.
Y, además como dice el poeta; a las palabras de amor, que le sientan bien su poquito de exageración.
Pero no es exagerado lo que hablamos de María. Siempre nos quedaríamos cortos, porque «de Maria nunquam satis», de María nunca diremos bastante.
El Evangelio de la Misa de hoy, nos dice que ella conservaba, guardaba, todas las cosas que le sucedían de su Hijo, y las guardaba en su corazón.
Y todas las miradas del Señor las tenía guardadas en su corazón de madre, especialmente conservaba con más afecto las miradas más necesitadas de su Hijo.
San Josemaría nos habla de las miradas de Jesús a María, del encuentro de la madre con su Hijo, en un momento muy duro.
LA MIRADA MÁS COMPLETA
Recordarás, es la cuarta estación del Vía Crucis. El encuentro de Jesús con su madre, la mirada que cruzaron durante un segundo.
El segundo que ha durado más siglos. La mirada más completa y podríamos decir la más necesitada de afecto, que Dios había lanzado nunca.
Ha esperado Jesús este encuentro con su madre, -dice san Josemaría. ¿Cuántos recuerdos de infancia en Belén, en el lejano Egipto, en la aldea de Nazaret?
Vamos nosotros a meternos en el corazón de la Virgen, que, como todas las madres, guardan en su interior esas instantáneas de la vida de sus hijos.
Como la abuela que guarda las cosas de sus hijos y de sus nietos.
Me acuerdo cuando era pequeño que íbamos a los cajones de la abuela, porque aparte de encontrar ahí chocolates, -porque le gustaban-, encontrabas cosas de la vida de los hijos, o sea, de mi mamá o de mis tíos.
Es que eso es lo que hacen las abuelas, guardan todas esas cosas en su corazón.
No sé, imagínate, la Virgen, ¿qué es lo que vamos a encontrar en los recuerdos de la Virgen?
Seguramente guardaría también, como esas fotografías del lejano Egipto, de Jesús que empieza a andar a la sombra de las pirámides, o cuando se le cayó el primer dientecito, o, no sé…
En la aldea de Nazaret, Jesús, que cada vez se va pareciendo más a su padre, en la forma en la que trabaja, en los modos, que va a ayudar a la carpintería…
Y cuando empieza a nacer el bigotillo, entrando a la adolescencia, o cuando a Jesús le habrá salido el primer gallo al hablar…
MADRE, NO ME DEJES
¿Cómo se sonreirían María y José? Todas esas cosas, se van guardando en el corazón. ¡Cuántos recuerdos de infancia!
Eso dice también san Josemaría, porque también la Virgen, que es nuestra madre, tiene guardadas nuestras fotos, porque para ella nosotros somos Jesús, que va creciendo y la necesitamos.
En la oscuridad de la noche, cuando un niño pequeño tiene miedo, grita: ¡Mamá! Y así tengo yo que clamar muchas veces con el corazón: ¡Mamá!, ¡Madre, no me dejes!
Vamos a repetírselo también nosotros en el corazón, porque todavía quizás seguimos con nuestros miedos.
Quizás no el miedo de la oscuridad, pero puede pasarnos que todavía tengamos miedo a sufrir, miedo al futuro, miedo a no tener las cosas controladas.
Nos sigue horrorizando pasarlo mal, y no queremos pasar por el pasillo oscuro de las humillaciones.
Y nosotros pensamos que nacimos para triunfar y que los demás nos admiren. Pero, en realidad las cosas a veces van más difíciles.
Bueno, que acudamos a nuestra madre, en este año que comienza, vayamos a nuestra madre a decirle desde el primer momento:
¡Mamá! ¡Madre, no me dejes!