Comienzo este rato de oración compartiéndote un relato que me gustó. Una profesora, Inés se llama, era de esas profesoras que quieren hacer pensar a sus alumnos.
Entonces, un buen día
“compuso la siguiente historia con el fin de captar su atención: “Aurelio había empleado todo su año de primero de carrera de la peor de las maneras. Suspendió todas las clases a causa de su irresponsabilidad.
Salía sin límite, no obedecía en la casa y se mostraba incapaz de atender a su trabajo. Aurelio era, para sus padres, un quebradero de cabeza.
Cuatro años más tarde, mientras cursaba el tercer año de economía -porque había repetido el primero-, fue a Frankfurt gracias a una beca europea de estudios. Allí vivía con tres compañeros de clase.
¿Qué les parece? Teniendo en cuenta que ya no caía sobre él el peso de la autoridad paterna, parece que su conducta debería haber empeorado, ¿no?
Sin embargo, sucedió todo lo contrario: sacó adelante, con brillantez, sus asignaturas, estudió a fondo inglés y alemán, nunca faltó a misa e, incluso, llevó al confesionario a alguno de sus compañeros de apartamento…”
Inés detuvo aquí la historia y les preguntó a los alumnos: “¿Qué ha pasado para que Aurelio se comporte así? (…)”.
Los alumnos despertaron de su letargo para dar sus opiniones. “¡Aurelio se volvió aburrido!”, exclamó uno con dificultad, porque estaba ahí tumbado sobre el pupitre.
“El tal Aurelio se ha cansado de salir”, dijo otra (…) Fue Irene (…) la que contestó acertadamente, sin apenas levantar la mano: “Lo que pasa es que el chico ha madurado”. ¡Vaya cosa, dio en el clavo!”
Había madurado… te cuento esto porque
“en el Evangelio de hoy, Cristo contrapone la paz del mundo a la paz de Dios. El cristiano entiende que es infinitamente mejor la paz que viene de lo alto que las compensaciones sensuales, de fama o de poder que puede dar el mundo. Y, para optar por lo alto, nada mejor que madurar a tiempo. En definitiva, serenidad y madurez van de la mano”
(Mayo 2016, con Él, Fulgencio Espa).
Madurez… ¡Cómo nos hace falta, a veces!
Y es que la madurez humana y espiritual no es algo que venga dado; de alguna forma u otra, se conquista…
No es cuestión de edad. Sabemos que es algo distinto…
En muchas ocasiones nos hace falta madurez para afrontar nuestra propia vida, los propios compromisos. Y la tendencia a ser atendidos, a no apechar con mis responsabilidades, siempre está al alcance de la mano.
LAS MEMORIAS
Dicen que allá por los años veinte, una agencia de noticias de Estados Unidos iniciaba unos “nuevos servicios”: las memorias le llamaban.
Iban a comenzar por las del ex príncipe de la corona alemana. El hijo del Kaiser vivía desterrado en una isla de las afueras de la costa holandesa y la agencia de Nueva York telegrafió a Londres para que su corresponsal se trasladara y consiguiera esas memorias.
El corresponsal comprobó, cuando llegó a Holanda, que la costa estaba cubierta de hielo. Ninguna embarcación podía llegar a la isla donde estaba el ex príncipe.
Ante las dificultades, el periodista puso un telegrama a la agencia de noticias en Estados Unidos. Decía textualmente:
Veo la isla desde costa, pero imposible navegación por denso hielo. Stop. Qué hago.
En Nueva York no se intimidaron por las inclemencias del tiempo y en el acto respondieron con otro telegrama: Camine.
Así de sencillo: camine. A ti y a mí a veces nos hace falta eso. No me vengas con excusas: piensa, hazte responsable, toma las riendas de tu vida, decídete a cambiar, ¡Camine!
Así de sencillo y así de difícil…: madurez…
Necesitamos una visión realista, madura, de lo que tenemos entre manos… Pero más, tal vez, necesitamos esa madurez para voltear a ver nuestra alma, nuestra lucha…
Y caminar para no comportarnos como niños caprichosos o como adolescentes rebeldes… como ese Aurelio del que hablábamos al principio.
Mira que un documento del Concilio Vaticano II, dice que la madurez humana
“se comprueba, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la facultad de tomar decisiones ponderadas y en el recto modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres”
(Optatam totius, Concilio Vaticano II).
Estabilidad de ánimo…, capacidad de tomar decisiones ponderadas… son cosas interesantes, fuertes.
“Jesús, a veces pasamos de estar por comernos el mundo a una pasividad…”
EXCUSAS
En ocasiones estamos atrapados en ese depender de si hoy hace buen día o de si dormí bien; que si estoy cansado, que si perdió mi equipo de fútbol… y mi piedad o el empeño que pongo en mis deberes acaba dependiendo de eso…
O, incluso, de que si me han corregido y no termino de entender… o estoy empecinado en que el que tiene razón soy yo…
Como personas que no saben llamar a las cosas por su nombre, que se escudan en mil y una razonadas sin razones, que se excusan con una facilidad…
Aquello que contaban de un caradura cuyo padre tenía una empresa y él comenzó a trabajar ahí con él. Iba con su carro y lo parqueaba en el puesto de su papá, entonces el chofer del señor (padre de familia, dueño del negocio) no podía parquear.
Hasta que el papá le dijo al portero: “Aunque sea mi hijo, está prohibido parquearse allí”. Entonces, a la mañana siguiente, llega su hijo y el portero le dice que su padre ha dicho… y entonces él responde: “Ah, eso lo dice por mi hermano”.
¡Así no vamos a ningún lado! ¡Nos la llevamos de listillos y, al final, nos metemos zancadilla solos! Porque buscamos la salida fácil, la trampa, lo que no nos contraría, lo que nos hace salirnos, supuestamente, con la nuestra; en definitiva: lo que no nos hace crecer, lo que nos impide afrontar y madurar…
Eso nos trae una satisfacción pasajera, pero no da la paz de quien es un hombre de una sola pieza, de quien no tiene nada que esconder, de quien voltea a ver a los ojos, a la vida (perdón por la expresión) y lo hace “sin la cola entre las patas” con miedo a que se den cuenta de lo que he hecho o de lo que realmente soy…
Entonces vamos pajareando, mariposeando por la vida.
Por eso decía san Josemaría que la inmadurez en la conducta tiene como
“síntomas la falta de fijeza para todo, la ligereza en el obrar y en el decir, el atolondramiento…: la frivolidad, en una palabra”
(Camino, n. 17).
MADUREZ
En cambio, la persona madura se considera a sí misma con realismo y objetividad, sabiendo distinguir lo que es pura posibilidad de lo que es ya una conquista efectiva.
Se muestra como es y cuando habla (al pedir consejo o al darse a conocer), las palabras adquieren cuerpo…, no maquillamos, no adornamos…: simplemente hablamos y lo hacemos con sinceridad. Y eso da paz.
Por supuesto que ser maduro no es ser aburrido, no es andar con
“caras largas…, modales bruscos…, (…) y aire antipático…”
(Camino, n. 661)
… porque se puede tener frescura y estar lleno de Dios.
“Jesús, Tú Jesús sonríes y hasta los niños se te acercan… o sea eres una persona alegre” y precisamente la visión sobrenatural es la que nos ayuda a madurar humanamente, porque nos hace ver los sucesos, las personas y a nosotros mismos desde Dios, que cuenta con nosotros y que se apoya, para nuestra sorpresa, en nuestra propia debilidad.
Esto es lo que nos saca una sonrisa y lo que nos transmite calma. Le damos a las cosas su peso específico… también en nuestra lucha…
Y no nos sorprendemos de nada y no es que estemos de vuelta, sino simplemente no hay razón para asustarse…
Somos miserables y eso ya no es noticia (pero no me conformo… porque eso sí sería inmadurez…).
“Tú Jesús no te sorprendes de nada, eres comprensivo, eres cariñoso” y la persona madura se exige a sí misma y sabe exigir a los demás sin caer en un rigor excesivo…
Lucha interior responsable, firme y constante, sin desánimos; y la lucha nos hace madurar, porque nos hace enfrentarnos con la realidad nuestra y de la de los demás.
No construimos castillos en el aire… no llevamos una lucha de ensueño…
Estamos instalados con realismo en el hoy y ahora, aquí…
Madre nuestra, la madurez tuya, que sirves de apoyo a los pilares de la Iglesia -los apóstoles- la tienes por tu cercanía con Jesús. Ayúdanos a nosotros a tenerla también.