Me gusta mucho el Evangelio de hoy que muestra cómo Jesús quería a sus apóstoles, los cuidaba, y les llevó a un lugar apartado para descansar.
Se había enterado Jesús, de la muerte de su primo, de san Juan Bautista, y es lógico que quisieras estar a solas con ellos. Que quisieras de alguna manera reponerte y hablar con tu Padre.
Sin embargo, tampoco a Jesús le salían todos los planes siempre como quería, porque algunos lo reconocieron y se llenó de gente que lo seguía, porque el Señor hacía milagros, curaba y a Él le dio pena, y se pone a enseñarles.
DEDICAS TU TIEMPO
No contento con eso de haberle dedicado tiempo a toda esa multitud que estaban como ovejas que no tienen pastor, les pregunta a los discípulos ¿Con qué vamos a comprar para darle de comer a toda esta gente?
Pues ya se hacía tarde. Multiplica para ellos los panes, y les da de comer. Los apóstoles te ayudan, Señor. Y después, pienso yo, queriendo que sus apóstoles descansaran un poco de la presión de estar atendiendo a todo el mundo, los manda en la barca, que crucen el lago, mientras el Señor se queda a despedir a la multitud.
Creo que todos tenemos la experiencia, mientras tenés visitas en casa, hay que estar atento. Está un poco tenso. No puede descansar.
Y eso se queda a hacerlo el Señor, mientras los apóstoles ya se pueden ir en la barca. Finalmente, después de haber despedido a todos los que ya les había enseñado. Seguramente también curaste a alguno, les diste de comer, los despediste.
Y ahora el Señor si que estaría agotado.
HACES ORACIÓN
Ahora que podés, te pones a hacer la oración, te vas al monte. No sé si hablaría Jesús con su Padre de la vida de san Juan el Bautista, que había dado gloria a Dios, que le había servido hasta hasta la muerte.
Después me parece que el tema de conversación con tu Padre, Jesús, son esos doce que estaban en la barca, aunque ya no se ocupaban de la gente, estaban teniendo problemas porque el viento les era contrario, y habían muchas olas.
Y aunque ya se habían alejado, aparentemente de la mirada de Jesús, sobre todo el corazón del Señor estaba con ellos.
Quizás les hablaba Jesús a su Padre que los apóstoles la estaban pasando mal. El caso es que, después de rezar, y ya entrada la noche -muy entrada-, se empieza a acercar el Señor a la barca caminando sobre las aguas.
¿Para qué? Los apóstoles ya estaban bastante contrariados con el viento y las olas. Pero al verlo, se pegaron un susto, estaban aterrados. ¡Pensaban que era un fantasma! Yo creo que sí, a cualquiera nos asustaría ver un fantasma.
Pienso que estando en una barca chiquita, en medio del lago, ¡más todavía! Pues, ¿por dónde te vas a escapar?
Alguna vez me pasó, que nadando en el mar hondo, se me cruzó un pez grande o que tocase algo con el pie, y decís: ¡Estoy regalado acá! Si me pasa algo, no tengo por donde escapar en la inmensidad del mar…
Bueno, así estarían los pobres apóstoles cuando te vieron el Señor, muy asustados pensando que eras un fantasma. Hasta que de golpe todo cambia.
TUS PALABRAS LOS TRANQUILIZA
Sólo con unas palabras Tuyas, que los tranquiliza:
“Animo, soy yo, no tengan miedo”
(Mt 14, 27).
Y ahí no sé qué le pasó a Pedro por la cabeza, porque su respuesta tiene una iniciativa que de entrada puede parecer totalmente desubicada:
“Si sos vos Jesús, manda que yo vaya hasta donde estás caminando por el agua”
(Mt 14 28).
Pretende san Pedro tener los mismos atributos que Cristo, que Dios, nada menos que Dios hecho hombre. Y Jesús además le dice que sí. Vení y saca la patita de la barca, tocá, apoya y sale caminando en dirección al Señor.
LO MANDAS IR A TI
Y entonces, en un momento se ve que, como ya sabemos, dejó de mirarte, Jesús empezó a mirar el viento, las olas. Y habrá dicho: ¡Yo estoy loco! ¿Qué estoy haciendo acá? Y se empezó hundir.
Entonces gritó para que Jesús lo ayudara. Y vos, Señor, le diste la mano y lo levantaste. Y bueno, se quedaron todos admirados. Te adoraron.
Y, ¿cuántas cosas podemos sacar de este Evangelio? En primer lugar, esa mirada de Cristo que no nos quita de encima. Sobre todo cuando estamos entre las olas. Cuando estamos complicados. Cuando el viento está en contra.
Y cuánto bien nos hace saber que Jesús nos mira. No se olvidó de nosotros, está velando. Y de hecho, todo cambia. Como le pasó a los apóstoles: cuando pensaban que era un fantasma y les dice:
“Tranquilos, soy yo”.
Pienso que todo cambia en nuestro corazón ante las dificultades, cuando vemos que detrás está Dios, por lo menos permitiendo eso. Y nos dice: “Tranquilo. Esto no se me escapó a mí. Estoy yo”. Y se nos viene una paz.
Luego pensaba en esta reacción de Pedro, que aunque lo digo como chiste, no estaba loco. Seguramente, es el Espíritu Santo, el que lo movió a tener esa reacción de querer ir hacia Jesús, aunque fuera caminando por el agua.
De tener los atributos de Cristo. De caminar sobre un líquido que no es más pesado que él. Que se va a hundir. Y sin embargo, va y lo hace.
EL ESPÍRITU SANTO LO GUÍA, Y A NOSOTROS TAMBIEN…
Y pienso que a nosotros el Espíritu Santo también nos puede mover a hacer cosas que son como propias de Cristo. Cosas que yo nunca haría en mi sano juicio: perdonar a alguien que me ofendió, complicarme por los demás, ir al encuentro de alguien que necesita.
Hacer cosas que haría Jesús. Que Jesús sí haría, pero yo no haría.
Y esta escena de Pedro en el agua. Parado sobre las aguas con olas. Y Cristo que lo mira acercándose… Pienso que es un poco paradigmática de la fe. De las pruebas de fe.
Esto aparece, y no sé si la vieron, pero se las recomiendo, la película de “La Cabaña”. De este hombre que pasa un fin de semana con la Trinidad. Está muy buena. Y cuando está con Jesús, en una escena aparece que él está caminando de la mano de Jesús sobre el agua.
Y mientras lo mira Jesús, y confía, el agua lo sostiene. Después le vienen dudas y se empieza a hundir.
QUE CONFIE EN TI
Nos podemos preguntar ahora, hablando con Jesús en nuestra oración, si no hubo en mi camino, si no hay esos paseos sobre el agua, si no hay pruebas de fe en las que yo te tengo que mirar… Y vos querés que confíe. Que si me hundo me vas a decir ¿por qué dudaste? ¡Hombre de poca fe! No dudes, no mires tanto las olas y el viento: Mírame a mí y confía.
Mostranos Jesús, porque las enseñanzas del evangelio no son sólo para enseñarnos, para contarnos cómo comenzó el cristianismo. Son para que las vivamos los cristianos.
Danos la fe, Señor, para caminar, para ser otro Cristo ahí donde estamos. Quizás algo más pequeño, pero que no nos quedemos sobre la barca si el Espíritu Santo nos está mandando hacer alguna locura, que nos hace más parecidos al Señor.
Y si, te gritaremos Jesús. Nos vas a agarrar la mano y animar otra vez. Te reconoceremos Señor, como Dios. Y al final sos vos el que haces todo. El que actúa también en nuestra vida.
Y como los apóstoles te adoraremos con mucho agradecimiento, con mucha reverencia. Mucho agradecimiento a que nos llames y nos mandes a ser otros Cristos en nuestra vida.