Hoy celebramos a santa María Magdalena, aquella mujer que aparece en el Evangelio, que era conocida por ser pecadora y porque Jesús la liberó de siete demonios. Se le perdonó mucho, porque amó mucho.
¿De qué manera amó María Magdalena? Ella amó como debe ser: con pasión; como Dios quiere que lo amemos.
“Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”
(Dt 6, 4-5).
“Así Tú quieres Señor que te amemos: con todo nuestro ser, con nuestros afectos, con todas nuestras fuerzas, con nuestra mente, con nuestro corazón… con todo. Yo te quiero amar así Señor”.
Me acordaba de unas palabras de un santo mexicano, mártir, que se llama José María Robles Hurtado, que murió casualmente el 26 de junio, pero del año 1927. Digo casualmente, porque san Josemaría Escrivá -el fundador del Opus Dei- murió también un 26 de junio, pero varios años después.
En fin, este hombre decía (tenía un versito que le dedicaba al Sagrado Corazón) y nosotros se lo podemos repetir también:
“Quiero amar tu corazón Jesús mío con delirio.
Quiero amarle con pasión, quiero amarle hasta el martirio.
Con el alma te bendigo mi Sagrado Corazón.
Dime, ¿llega el instante de feliz y eterna unión?”
Y así le sucedió a este santo mártir, que deseaba amarte así Señor. Un acto de entrega supremo como el martirio.
¿CÓMO AMABA MARÍA MAGDALENA A JESÚS?
“Pero bueno, no nos desviemos, estamos hablando contigo Señor, recordando a esta mujer que tanto te amó, que te amó como a Ti te gusta”.
Cómo no recordar esa canción de Natalia Lafourcade que dice así: (Suena “Tú sí sabes quererme”).
“¿Cómo amaba María Magdalena a Jesús?”
Comenta un autor y dice:
“¿Qué tipo de amor es el amor de Magdalena? El amor todo lo puede; el amor se anima a todo.
Dice esto porque tiene presente aquel pasaje en el que María Magdalena se acerca a Jesús, que estaba con unos señores comiendo (unos señores seguramente importantes).
Y ella se acerca -que era conocida como pecadora- sin importarle lo que puedan pensar de ella y unge los pies de Jesús con perfume. Los riega con sus lágrimas y los seca con sus cabellos.
UN AMOR QUE TODO LO PUEDE
Por eso dice aquí el autor: “Es un amor que todo lo puede. Un amor que se anima a todo”.
“El amor no es solo libre y familiar, sino también osado y atrevido, pero veo que Magdalena permanece detrás, que no se atreve a alzar los ojos ni mirar el rostro de Jesús, se siente afortunada solo de acercarse a sus pies.
Veo que suspira y no habla, que llora y no se atreve a esperar consuelo. Veo que lo da todo, que se entrega toda ella e incluso así no se atreve a pedir su gracia.
Si es el amor el que te incita Magdalena, ¿a qué le temes? Atrévete a todo, inténtalo todo.
El amor no conoce límites, sus deseos son su regla; sus pasiones, su ley; sus excesos, su medida. Solo teme el temer y su razón para poseer es la osadía de pretenderlo todo y la libertad de intentarlo todo”.
Y así es, ella se anima a hacer este gesto de piedad con Jesús, pero, a fin de cuentas, como que todavía está un poco temerosa y este autor la anima a ser más audaz y confiar en el perdón que Jesús le dará en un momento.
CON CONFIANZA
“También nosotros nos acercamos a Ti Señor, con esa confianza. Queremos acercarnos con esa confianza, porque somos igual de pecadores que la Magdalena y, si no hemos hecho grandes y grandes pecados, es porque Tú Señor también nos has evitado esas grandes tentaciones”.
¿Qué sería de ti y de mí cuando vemos a alguien que a lo mejor ha hecho grandes pecados y es conocido así? Podemos pensar de yo estar en esas circunstancias… seguramente sería igual.
“A mí Señor, quizás me has perdonado más, porque me has evitado también grandes tentaciones.
“Pero cuando hacemos oración, cuando tenemos vida interior, cuando realmente nos encontramos con tu mirada y con tus palabras Señor, es fácil reconocer que efectivamente somos pecadores”.
Así dice san Josemaría en una parte de un punto de camino:
“… ten vida interior y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás a Dios… y conocerás tu miseria… y te endiosarás… con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres”
(san Josemaría, Camino punto 283).
Cuando tengamos vida interior, cuando crezcamos en vida interior, conoceremos a Dios y conoceremos también nuestra miseria, pero esa miseria no nos entristecerá porque se da a la par simultáneamente al conocimiento del amor incondicional de Dios por nosotros.
Así, al conocer nuestra miseria, podemos abrazarnos a los pies de Jesús y pedirle que no se aparte de nosotros.
ENCONTRARSE CON DIOS
Como san Pedro ¿te acuerdas? Después de la pesca milagrosa, también se arroja a los pies de Jesús y le dice:
“Apártate de mí porque soy un pecador”
(Lc 5, 8).
Se da cuenta de su indignidad, pero también de lo que necesita a Jesús.
En una de las lecturas que se propone para el día de hoy:
“En mi lecho por las noches, busqué al que ama mi alma y no lo encontré. Me levantaré y rondaré por la ciudad. Por calles y plazas buscaré al que ama mi alma. Lo busqué, pero no lo encontré.
Me encontraron los guardias que rondan la ciudad. ¿Han visto al que ama mi alma?
Apenas los pasé, cuando encontré al que ama mi alma. Lo abracé y no lo soltaré hasta hacerlo entrar en casa de mi madre, en la alcoba de la que me concibió”
(Cant 3, 1-4).
¡Qué bello texto en el que se habla de ese deseo del alma encontrarse con Dios! Y cómo tiene que superar obstáculos y, al encontrarlo, proponerse firmemente no dejarlo.
SAN AMBROSIO
Comenta san Ambrosio:
“Si quieres retener a Cristo, búscalo y no temas el sufrimiento. A veces se encuentra mejor a Cristo en medio de los suplicios corporales y en las propias manos de los perseguidores.
Apenas los pasé…” dice el Cantar, pues pasados breves instantes, te verás libre de los perseguidores y no estarás sometida a los poderes del mundo.
Entonces, Cristo saldrá a tu encuentro y no permitirá que, durante un largo tiempo, seas tentada.
La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra, puede decir: lo abracé y no lo soltaré hasta meterme en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas.
¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser? Guarda esta casa limpia, sus aposentos más retirados para que, estando la casa inmaculada, el Espíritu habite en ella.
La que así busca Cristo, la que así ruega a Cristo, no se verá nunca abandonada por Él, más aún, será visitada por Él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo”
(S. Ambrosio, De virginitate 12, 68. 74-75; 13, 77-78).
Pedimos a la Virgen para que ella nos ayude a amar como amó María Magdalena. Que reconozcamos que somos pecadores y así nos abracemos a los pies de Jesús.