Icono del sitio Hablar con Jesús

MÁS ALLÁ DEL CHECK-LIST

actitud, a todo precio

LAS BIENAVENTURANZAS

La Iglesia nos presenta hoy este conocidísimo inicio del capítulo cinco del evangelio de san Mateo. Son las bienaventuranzas, que son el inicio de ese largo discurso que solemos llamar “el sermón de la montaña”.

“Estamos tan acostumbrados a escuchar las bienaventuranzas que tal vez perdimos algo de ese asombro de aquellas multitudes que escucharon por primera vez estas palabras tuyas, Señor”.

Es que se trata de un programa de vida totalmente inesperado, sobre todo viniendo de alguien que podía ser el Mesías que tanto estaban esperando estos judíos. Los profetas efectivamente hablan del ungido, hablan de un Mesías, de aquel que brotaría como

“retoño de David, un retoño de justicia que practicará el derecho y la justicia en la tierra” (Jr 33, 15).

Y claro, era lógico pensar que quienes quisieran formar parte de este reino gozarían de ese gran poder, al menos de una participación de ese gran poder que venía a traer el Mesías.

LOS QUE OYEN AL SEÑOR

Pero ¿cuál es la sorpresa de los que oyen? Pues las bienaventuranzas, que no son precisamente un sinónimo de poder, sino todo lo contrario. Y es verdad que cada una de ellas promete cosas que yo creo que a todos nos gustaría alcanzar: formar parte de un reino celestial, ser consolados, que nos hagan justicia, obtener una recompensa copiosa en el cielo, etc. Pero antes, como se dice coloquialmente, “hay que pasar por el aro”.

Visto así, las bienaventuranzas parecen más bien una lista de tortura, una lista de cosas que hay que aguantar, la mayoría sumamente incómodas, casi imposibles de soportar. Y claro, la lógica humana es: si Dios es tan bueno ¿por qué su reino no nos llega gratis? ¿Por qué es tan caro el precio que hay que pagar para llegar a ese reino de los cielos? Y parece que se cumple aquello de que “todo lo que me gusta, o engorda o es pecado”.

SEGUIR AL SEÑOR, NO A UNA CHECK-LIST

Primero que nada, que el estar tan cerca de la rama no nos impida contemplar el bosque. Porque es verdad que las bienaventuranzas son una lista de cosas. Las podemos contar, de hecho, porque en san Mateo son nueve, en san Lucas son seis. Pero la vida cristiana no se reduce a una check-list, una lista de cosas que hay que hacer.

LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

En la plenitud de los tiempos, del cielo no nos cayó un libro con un reglamento de conducta. En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo unigénito, te mandó a ti, Señor. El cristiano, por eso no sigue una lista de reglas: te sigue a ti, Señor, Tú nos enseñas el camino de la felicidad según esta voluntad sapientísima y amabilísima de Dios.

Por eso que la rama no nos impida ver el bosque. A veces nos pegamos tanto a esa lista de cosas que hay que hacer para ganar el cielo -ojo, la lista es válida; hay que hacer cosas para ganarse el reino de los cielos, hay que ser generosos en cumplir con estos deberes del cristiano. Pero a veces nos pegamos tanto a esa lista de cosas que hay que hacer, pensando que así nos ganamos el cielo, que nos olvidamos el por qué en algún momento nos decidimos a esforzarnos por cumplir esa lista.

EL CUMPLIMIENTO

Entonces el cumplimiento empieza a hacerse imposible, cuesta arriba, porque no tenemos tan claro ese motivo a la vista, porque nos distrajimos con otras cosas. O peor aún, el cumplimiento de estas cosas de la lista es ahora más bien como un tranquilizador de conciencia, es el modo de sentirnos mejores que lo demás, es como una especie de pedestal desde el que acusamos a los demás, porque ellos no las cumplen tan bien como nosotros.

Yo creo que en esto todos hemos tenido algo de experiencia, al menos esa tentación de ver al vecino y ver que fulano, no sé, no va tan seguido a misa, o que no se confiesa con tanta frecuencia, o que había algo de incoherencia en su vida cristiana… En cambio pues, yo sí; yo no seré un santazo pero al menos muchas cosas sí que las hago.

Pero bueno, en uno y en otro caso, la mirada no está puesta en ti, Señor. Todos tenemos una vocación, pero esta llamada, más que a hacer más o menos cosas, es primero una llamada a estar contigo, a estar con Dios. Y quien tiene ese encuentro con Dios en su vida, lógicamente quiere ser generoso con Él y entonces en un segundo momento pues viene el: Ok señor, ¿qué tengo que hacer? Viene la lista.

Es que el corazón del cristiano está tan lleno de gratitud por esa posibilidad de estar junto a Dios que una vez que lo encuentra no lo quiere soltar.

EL DESEO DE ESTAR CON JESÚS

Hay varios ejemplos en la Sagrada Escritura. Por ejemplo, los dos discípulos de Juan que te encuentran, Jesús y quieren estar donde tú estés. Y de hecho te preguntan:

“Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1, 38). O aquel otro discípulo que te encuentra en el camino y te dice: “Te seguiré a donde quiera que vayas” (Mt 9, 59).

El apóstol Tomás va más allá y cree que puede estar contigo incluso en la cruz, y dice junto a los discípulos:

“Vayamos y muramos con Él” (Jn 11, 16).

San Pedro, y después también todos los apóstoles, te prometerán con gran fanfarria:

“Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré” (Mt 126, 35).

“Algunas de estas promesas ya sabemos cómo terminan, pero lo que sí es innegable es que quien te encuentra de verdad, Señor, no te quiere dejar ir. Quiere estar donde quiera que Tú estés. Pero la experiencia universal es que quien quiere seguirte necesariamente tiene que renunciar a cosas, incluso a cosas buenísimas”.

PERLA PRECIOSA

Pero que la rama no nos impida ver el bosque. “Primero es encontrarte Jesús y saber que nos quieres junto a ti; y luego la renuncia, que después nos viene más naturalmente, una vez que te hemos encontrado”.

Por eso, quien crea que nuestra fe es sólo una lista de prohibiciones, de pecados que hay que evitar, una lista de sufrimiento masoquista, de resignaciones ante el sufrimiento absurdo, claramente se está perdiendo la maravilla del bosque, se está perdiendo lo más importante que es el encuentro con Dios, que es un tesoro, es una perla preciosa que hace que todo valga la pena.

Sólo así se nos va a hacer asequible aquella invitación tuya, Señor:

“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz de cada día y me siga” (Mt 16, 24).

Por supuesto que es renuncia, pero es renuncia para estar con Cristo. Y esa renuncia vale la pena.

En el Evangelio de hoy vemos las bienaventuranzas que efectivamente nos prometen cosas muy buenas, pero conllevan renuncia: renuncia a tener la última palabra en las discusiones, aunque sepamos que tenemos toda la razón; renuncia a recibir siempre lo justo o lo que creemos que nos merecemos; renuncia a vivir sin perturbaciones a nuestra paz, a la tranquilidad: renunciar incluso a la buena honra por calumnias de los demás, y un largo etcétera de cruces de cada día.

EL AMIGO QUE RENUNCIA CON NOSOTROS

Y es verdad que cada una de eKIKllas lleva también una promesa de un premio en el cielo. Pero si nos fijamos bien, ese premio ya lo tenemos, cuando estamos con Dios también en medio de esas dificultades, en medio de esas cruces.

El cristiano no siempre podrá entender por qué Dios le está pidiendo esta renuncia, incluso -de nuevo – a cosas buenísimas como la salud, la estabilidad económica, la buena honra; renuncia a la seguridad en el futuro… Pero siempre, siempre, siempre, el cristiano puede ver que en esos momentos no está solo. “Allí estás tú, Jesús, renunciando también con nosotros. En las bienaventuranzas Tú no nos pides nada que no hayas vivido tú primero”.

KIKIYU

Podemos recordar ese proverbio kikuyu -de una de las tribus de Kenia- que dice: “Es más fácil subir cuando en lo alto de la montaña hay un amigo”. Y ese proverbio lo podemos aplicar también al evangelio de hoy, diciendo algo así como: “vivir de acuerdo a las bienaventuranzas es más fácil cuando tenemos la mirada puesta en el Amigo”. Amigo con mayúscula.

Que la rama no nos impida ver el bosque, que las dificultades no nos impidan ver al Amigo que padece con nosotros, que padece más que nosotros, que padece por cada uno de nosotros y hace que valga la pena.

En las bienaventuranzas se nos promete que, para quien sepa pasar por todas estas dificultades,

“la recompensa será grande en el cielo” (Mt 5, 12).

Pero más que porque allá ya no tengamos esas dificultades, será porque allí nadie podrá separarnos del Amigo, y ésta es la mayor recompensa para para un cristiano: toda la eternidad en compañía de Dios.

Pues que la Virgen nos ayude a disfrutar de los adelantos de ese premio final, ya aquí en la tierra, también en medio de las dificultades, de las incomprensiones, de los fracasos.

Salir de la versión móvil