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¿DE QUÉ TAMAÑO ES MI CORAZÓN?

para amar

Hoy es el domingo después de Pentecostés y celebramos una de las fiestas más importantes del año: la fiesta de la Santísima Trinidad.

Durante el año litúrgico tenemos distintas oportunidades de celebrar los distintos misterios de Dios, pero ahora celebramos su esencia, lo central de quién es Dios.

Es el misterio de que Dios es Uno, pero que en Él hay tres Personas; Uno y Tres a la vez.

Hoy celebramos la fiesta de Dios mismo, de lo que lo hace ser quien es.

Dios no es un Dios solitario.  Dios vive en comunidad.  El Padre ama al Hijo y ambos aman al Espíritu Santo.

El amor es lo que define a Dios.  El amor entre las personas divinas y el amor a los hombres: sus criaturas más importantes.

De hecho, en la misa de hoy escucharemos unas palabras maravillosas del Evangelio de san Juan:

“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna”

(Jn 3, 16).

Tanto nos ama Dios, tanto, tanto…

Cuando un hijo se enferma, los papás sufren muchísimo, sobre todo cuando son más chicos, si el hijo se enferma están todo el día alrededor suyo pendientes de lo que necesita.

Uno, incluso, llega a escuchar que los padres le piden a Dios que quite ese sufrimiento a su hijo y se lo pase a ellos. ¡Tanto es como los aman!

Pero los papás no son capaces de hacer eso, no son capaces de tomar el dolor del hijo y pasárselo a ellos mismos, pero serían felices si eso ayudara a sus hijos.

Dios sí puede hacerlo, Dios puede tomar nuestro dolor, nuestra enfermedad, nuestro sufrimiento, nuestra debilidad y no solo puede hacerlo, sino que lo hace.

DIOS ME QUIERE

Isaías en el Antiguo Testamento nos dice:

“Dios tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores.  El castigo de la salvación pesó sobre Él y en sus llagas hemos sido curados”

(Is 53, 4-5).

Y ¿por qué hizo esto el Señor? No hay más que una sola respuesta: por amor.  Dios nos quiere o, mejor dicho, Dios me quiere.  

Tú y yo podemos decir con propiedad: Dios me quiere.  No me quiere en genérico, no me quiere, así como un miembro más de todo un cuerpo, sino que me quiere en particular, me quiere a mí hoy y ahora.

Me quiere con mis virtudes y me quiere con mis defectos; me quiere con mis triunfos y me quiere con mis derrotas; me quiere con mis luces y me quiere con mis sombras; me quiere luchando, me quiere esforzándome, me quiere santo y por eso me da todo su amor, toda su gracia.

Por eso se queda escondido en la Eucaristía, por eso me manda su Espíritu en Pentecostés para que yo no tenga que ir solo sino con mi abogado, con mi defensor;  Dios me quiere.

San Josemaría decía en un punto de Camino (uno de sus libros más conocidos):

“¿Saber que me quieres tanto, Dios mío y… no me he vuelto loco?”

(San Josemaría, Camino 425).

Señor me quieres tanto que te has entregado en la Cruz, has enviado a tu Hijo único a morir por mí.  Me has enviado a tu Espíritu Santo.

Por eso una santa como santa Faustina podía exclamar con autoridad:

“¡Qué fácil es ser santo!”

Quizá tú y yo nos reímos un poco por debajo, porque a nosotros nos parece muy difícil.  Lo es, pero es que tenemos al Señor con nosotros.  

Es fácil porque Tú Señor me acompañas, porque no soy yo el que me santifica, sino que eres Tú Dios mío, Tú me santificas y no me dejas solo nunca.  Me llamas a ser humilde.

¿DE QUÉ TAMAÑO ES MI CORAZÓN?

Los cristianos, los santos (estoy robando esta idea a una clase que escuché a otro sacerdote hace poco) no son los superhombres, no son los superhéroes, los que lo hacen todo bien.

Los santos son los súper humildes, los que dejan actuar a Dios en su vida.  Él es quien nos convierte, Él es quien nos cambia, Él es quien actúa a través de nosotros.  Solo cuando reconocemos esto vamos a lograr cosas grandes, grandes, grandes.

Dios es amor. Dios derrama todo su amor en mi alma.  La Santísima Trinidad que es puro amor llena cada alma, tu alma y la mía, con su amor y mi capacidad de aprovechar ese amor depende de mi recipiente.

Yo te invito a preguntarte ahora, que le preguntemos juntos a Jesús que nos está escuchando en estos diez minutos: ¿De qué tamaño es mi corazón? ¿Cuánto puede recibir mi alma?

Podemos imaginarnos a Dios como un camión aljibe infinito, un camión aljibe de esos que repartan agua, que nunca se acaba esa agua y que cada vez que pasa por delante de una casa, llena todo lo que le ponen con el agua más pura y más fresca.

Llena un pequeño dedal, llena un vaso, llena una tina, una regadera, una bañera, una piscina…

¿Cómo es mi corazón? ¿Es mi corazón un dedal, un vaso, una tina o una piscina?

En este rato de oración quiero mirar mi corazón con tu Luz Señor.  Quiero que me ayudes a mirar mi corazón y medirlo con tu criterio.

¿Es mi corazón un corazón grande o un corazón pequeño? ¿Un corazón capaz de recibir mucho o de recibir poco? ¿Me contento con mucho o me contento con poco?

Seguramente tú y yo vemos que, aunque recibimos, nos gustaría poder recibir más.   Aunque el Señor nos ha llenado con su amor decimos: ¿cómo podemos hacer crecer esa capacidad? ¿Cómo podemos hacer crecer la capacidad de nuestro corazón?

ENAMÓRATE

Yo creo que el Señor a ti y a mí nos sugiere al oído, en voz baja:

“Enamórate, enamórate”.

¿Cómo puedo ser más amigo de mis amigos? ¿Cómo puedo querer más a mis padres, a mis hermanos?

Tú quizás, el que escuchas estos diez minutos, tienes novio o novia, ¿cómo puedes querer más a tu novio o a tu novia? Tratándolo, tratándola, conversando, perdiendo el tiempo con esas personas.

¿Cómo puedo enamorarme más de Jesús? Tratándolo, hablando con Él.

Nos podemos preguntar de nuevo: ¿yo hablo con Jesús? ¿Busco su compañía ya sea en la intimidad de mi habitación, en una capilla delante del Sagrario en un oratorio?

Cuando escucho estos 10 minutos con Jesús, el de hoy o el de cualquier día, ¿hablo con Él? ¿Puedo decir que soy más amigo de Jesús, mejor hijo del Padre? ¿Intento conocer más al Espíritu Santo y ser su amigo sabiendo que Él habita en mí?

Se nos acaba el tiempo de este audio, pero te quiero invitar a que no dejes sueltas esas preguntas, que intentes responderlas en la presencia del Señor y verás grandes cosas, grandes deseos de mejora.

Verás cómo se va ampliando tu corazón, como el de nuestra Madre santísima, la Virgen María, que fue no superhéroe, no súper mujer, sino súper humilde.  Ella fue haciendo que su corazón, siempre lleno de gracia, fuera creciendo en su capacidad.

Ella siempre tuvo un corazón grande; quizá nunca fue un dedal, pero terminó siendo un océano capaz de recibir infinito y el Señor siempre, siempre la llenó de su Gracia, de su Fuerza y de su Ayuda.

Señor, te pedimos que nos ayudes, en este rato de oración, a hacer crecer nuestro corazón como el de la Virgen María y acudimos -como siempre al terminar estos 10 minutos con Jesús- a su intercesión poderosa.

Santa María, hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo, ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

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