ASPIRANTE A MILLONARIO
No sé si te lo he contado ya, pero a mí me dio en qué pensar cuando lo escuché por primera vez. Lo contaba un sacerdote recordando los años en los que había vivido en Roma, -estudiando, preparándose para su ordenación sacerdotal-. Eran muchos los que vivían en aquella casa; la mayoría jóvenes e inquietos.
No sólo estudiaban y trabajaban; también cuidaban el descanso haciendo deporte y viendo uno que otro programa en la televisión para distraerse un poco. Uno de ellos era de estos tipos “¿Quién quiere ser millonario?” en los que los concursantes van acumulando dinero siempre que responden a una serie de preguntas de acuerdo a la categoría que eligen o les cae en suerte.
Típico que cuando uno lo ve, se siente un ignorante (¡no sabes las respuestas a tantas preguntas!) y todos aquellos estudiantes más o menos se sentían así. Pero estaban convencidos que cuando alguien eligiera la categoría –que existía- sobre las Sagradas Escrituras, ellos serían capaces de responder a cualquier pregunta.
LA ANSIADA CATEGORÍA
Se sentían confiados; estudiaban teología, tenían la piadosa costumbre de leer algún pasaje del Nuevo Testamento todos los días… Hasta que aquel día llegó: un concursante eligió la tan ansiada categoría.
Todos estaban expectantes delante de la televisión esperando la pregunta, queriendo responder lo más rápido posible. Entonces el que dirigía el programa empezó a formularla: “En la región de Galilea existe un monte elevado…” Y la gente gritaba: “¡El Tabor!”. Pero sólo para escuchar “un monte elevado llamado Tabor. Donde en una ocasión Jesús subió acompañado…”
Y todos venga a gritar: “¡Pedro, Santiago y Juan!” Pero aquello seguía: “acompañado por sus apóstoles Pedro, Santiago y Juan. Fue en presencia de ellos que tuvo lugar…”
Y otra vez gritos: “¡La Transfiguración!”
El conductor del programa seguía;“Fue en presencia de ellos que tuvo lugar la Transfiguración. En la que se hicieron …”
Más gritos: “¡Moisés y Elías!” Pero ya la sorpresa fue grande, cuando escucharon que la introducción a la pregunta continuaba: “En la que se hicieron presentes dos grandes figuras del Antiguo Testamento: Moisés y Elías. Quienes sostuvieron una conversación con Jesús».
Pregunta: «¿Cuál fue el tema de esa conversación…?» Y entonces el silencio reinó en aquella sala.
Este buen sacerdote comentaba que no se lo podían creer, que hasta les daba vergüenza. ¿Cómo era posible que ellos no supieran responder a aquello…? Él, por su parte, sacó el propósito de leer la Escritura con más atención y devoción a partir de aquel momento.
Ahora, te pregunto a ti ¿sabes la respuesta?
Ese pasaje del Evangelio es el que se lee en este domingo de Cuaresma. Pero este año leemos a San Marcos y la respuesta sólo se encuentra en San Lucas:
Hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén… Ahí está: ¡con eso eres millonario!
MILLONARIO ESPIRITUALMENTE
Pero el verdadero millonario es el que entiende a Jesús, el que entiende la Escritura, -el que te entiende a Ti Jesús- el que sabe qué sentido tiene que leamos la Transfiguración en plena Cuaresma.
Y es precisamente ese: que habla de la muerte que le esperaba en Jerusalén, que es a la que nosotros nos estamos dirigiendo contigo Jesús, hasta la Semana Santa.
Tenemos la suerte que la Iglesia nos quiera millonarios, espiritualmente hablando; que no nos quiera perdidos como Pedro en el Tabor cuando lleguemos a la cumbre -nosotros-, a la cumbre del Domingo de Resurrección donde todo es luz.
Por eso mismo nos propone las dos lecturas de este domingo. La de San Pablo a los Romanos y el pasaje del Génesis que narra el sacrificio de Abrahám.
DIOS PROVEERÁ
Pero no voy a ser yo quien te explique estas lecturas. Le doy la palabra a uno de esos grandes autores de los primeros siglos del cristianismo…
“Abrahám tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. El hecho de que llevara Isaac la leña de su propio sacrificio, era figura de Cristo que cargó también con la cruz; además, llevar la leña del sacrificio es función propia del sacerdote.
Así, pues, Cristo es -a la vez-, víctima y sacerdote. Esto mismo significa las palabras que vienen a continuación: Los dos caminaban juntos. En efecto, Abrahám, que era el que había de sacrificar, llevaba el fuego y el cuchillo, pero Isaac no iba detrás de él, sino junto a él, lo que demuestra que él cumplía también una función sacerdotal.
¿Qué es lo que sigue? Isaac -continúa la Escritura- dijo a Abrahám, su padre: «Padre». Ésta es la voz que el hijo pronuncia en el momento de la prueba. ¡Cuán fuerte tuvo que ser la conmoción que produjo en el padre esta voz del hijo a punto de ser inmolado!
Y, aunque su fe lo obligaba a ser inflexible, Abrahám, con todo, le responde con palabras de igual afecto: «Aquí estoy, hijo mío.» El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio?» Abrahám contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío».
Resulta conmovedora la cuidadosa y cauta respuesta de Abrahám. Algo debía prever en espíritu, ya que dice no en presente, sino en futuro: Dios proveerá el cordero; al hijo que le pregunta acerca del presente le responde con palabras que miran al futuro.
Es que el Señor debía proveerse de cordero en la persona de Cristo. Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el Cielo «¡Abrahám, Abrahám!» Él contestó: «Aquí me tienes». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios.»
Este autor continúa diciendo…
«Comparemos estas palabras con aquellas otras del apóstol, cuando dice que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.
Vean cómo Dios rivaliza con los hombres en magnanimidad y generosidad. Abrahám ofreció a Dios un hijo mortal, sin que de hecho llegara a morir; Dios entregó a la muerte por todos al Hijo inmortal.
Abrahám levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. (Creo que ya hemos dicho antes que Isaac era figura de Cristo, mas también parece serlo este carnero). Vale la pena saber en qué se parecen a Cristo uno y otro: Isaac, que no fue degollado y el carnero, que sí fue degollado.
Cristo es la Palabra de Dios, pero la Palabra se hizo carne. Cristo padeció, pero en la carne; sufrió la muerte, pero quien la sufrió fue su carne, de la que era figura este carnero, de acuerdo con lo que decía Juan [el Bautista]: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (…) Por esto, Cristo es, a la vez, víctima y pontífice según el espíritu. Pues el que ofrece el sacrificio al Padre en el altar de la cruz, es el mismo que se ofrece en su propio cuerpo como víctima.”
(De las homilías de Orígenes, presbítero, sobre el libro del Génesis. Homilía 8, 6. 8. 9: PG 12, 206-209)
–La verdad es que es una explicación impresionante.-.
CORRESPONDER A TANTO AMOR
Pues, pon atención porque a eso nos encaminamos: al sacrificio del Hijo de Dios por nosotros. ¿Cómo nos preparamos? ¿Cómo correspondemos a tanto amor?
Hacia ahí nos llevas contigo Jesús como a uno de estos apóstoles predilectos. ¡Queremos caminar contigo! Llegar a la cumbre, a la luz que está en la cumbre.
En el Tabor hay mucha luz, pero porque el Tabor arroja luz. ¿A qué? A lo que va a suceder después: a la Pasión y Muerte de nuestro Señor.
Se nos acaba el tiempo. Pero tu puedes seguir por tu cuenta meditando en estas escenas, sacando luces. Sigue el consejo que te da Dios Padre en el Evangelio de hoy: “Este es mi Hijo, el amado; escúchenle”.
Esa es la oración: dialogo con Jesús, hablar y escuchar; enriquecerte interiormente, hasta ser millonario, porque consigues sacar todo lo que encierran las escenas (auténticas minas de oro) de su paso por esta tierra.
Deja una respuesta