Como siempre, empezamos pidiéndole a Jesús que nos ayude a hacer este rato de oración, porque quizás llegamos un poco distraídos, dispersos, con muchas preocupaciones o, simplemente, cansados.
Incapaces de establecer un diálogo con alguien que parece que no nos ve, que parece que no nos escucha, que no nos habla, que está en un silencio tremendo y, sin embargo, está super activo.
Por eso, le pedimos una especial ayuda para hacer este rato de oración. Sin su auxilio no podemos decir ni si quiera Padre a Dios. Necesitamos que Jesús intervenga y que el Espíritu Santo nos ayude. Necesitamos ese fuego, esa vida que solo viene de Dios.
LA VERDAD VIENE DE LO ALTO
A lo largo de todo este tiempo de Pascua, el Señor nos dirá muchas veces, a través de Evangelios, de pasajes, de los Hechos de los apóstoles, de san Pablo, que tenemos que pensar en las cosas de arriba, no en las cosas de acá abajo.
Que la verdad nos viene de lo alto, que la salvación nos viene de lo alto, que tenemos que renacer.
Esto que le decía a Nicodemo:
“Tenéis que nacer de nuevo con un nacimiento que viene de lo alto”
(Jn 3, 3).
Y ese venir de lo alto es un poco lo que trata el Evangelio de hoy. Dice san Juan, que es a quien leemos en este tiempo:
“Jesús dijo en aquel tiempo a la gente: “Nadie puede venir a Mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado; y Yo los resucitaré en el último día.
Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a Mí. No es que alguien haya visto al Padre, a no ser que el que está junto a Dios, ese ha visto al Padre.
En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron en el desierto el maná y luego murieron; este es el pan que baja del Cielo para que el hombre que coma de él no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo. El que coma este pan, vivirá para siempre y el pan que Yo daré, es mi carne para la vida del mundo””
(Jn 6, 44-51).
MIRAR LAS COSAS DEL CIELO
Jesús nos recuerda a través de este pasaje del Evangelio, que por lo pronto tenemos que mirar las cosas del Cielo y saber que la solución no está en las cosas de la tierra. No están en el poder, en el dinero, en el prestigio, en el éxito.
Si bien son muchas cosas que tenemos que buscar porque nos hacen bien, porque nos hacen falta, porque son medios; que nos vaya bien en el trabajo, conseguir determinados ascensos, determinados objetivos en la vida…
Hay un montón de cosas que necesitamos: dinero, prestigio, determinados logros profesionales, sociales, deportivos. Necesitamos la ropa que nos haga falta, los libros que necesitemos, los medios que necesitemos, el teléfono que necesitemos…
Tantas cosas que son de aquí abajo y que necesitamos, pero Jesús nos dice: “Ojo, fenómeno, con todo eso. Pero no se olviden que la felicidad no viene de esas cosas”.
No viene nunca de acá abajo. No viene de que pensemos de cuál es nuestra mejor estrategia para hacer esto o aquello. Nunca vendrá de abajo la solución. La solución vendrá de Dios; la solución nos viene de lo alto.
IR A JESÚS PARA CONSEGUIR LA SABIDURÍA
Esto que Jesús repite tantas veces en este tiempo, en sus últimos días y a lo largo de la Pascua, nos lo hace llegar. Tenemos que meditarlo en estos términos.
Necesitamos ir a Jesús para conseguir la sabiduría necesaria para decidir bien, para pensar bien, para sentir bien, para tener los sentimientos correctos, las emociones correctas.
Necesitamos desprendernos de las broncas, de los rencores, de todo aquello que nos va atando a las cosas de aquí abajo, porque son parte de las cosas de aquí abajo.
GRANDES OBRAS
A veces, las cosas de aquí abajo son el mal, el pecado, el famoso laberinto de Minos, en el cual aquel minotauro se encontraba encerrado, representa de alguna manera el hombre cuando comete errores.
Cuando se equivoca, queda encerrado en un laberinto del cual no puede salir y en el cual se autodestruye, porque terminará muerto.
Toda la historia que cuenta Borges maravillosamente en un cuento sobre este personaje es trágica porque esta mezcla de toro y hombre, lo que hacía era destrozar personas y sin entender siquiera, incluso hablaba con él mismo cosas de locura.
El laberinto de cada persona, ese descenso a los infiernos de Ulises en la Odisea, ese golpe del Cid Campeador cuando es desterrado, ese paso por el infierno que Dante nos hace ver en la Divina Comedia, son manifestaciones de lo mismo.
NO ADAPTARNOS A LAS COSAS DE LA TIERRA
Eso que Jesús con mucha más simpleza nos recuerda y que, a través de los clásicos, también nos viene a la cabeza con imágenes más elaboradas.
Corremos el riesgo de adaptarnos a las cosas de la tierra, de entrar en esos laberintos de pecado, de soberbia, de confusión, de ignorancia, de no Dios y de esos laberintos es muy complicado salir. Hay que salir solo de la mano de Dios o con un mentor que nos ayude.
Por eso, la última parte del Evangelio de hoy es especialmente significativa:
“Yo soy el pan de la vida. Yo soy el pan que ha bajado del Cielo para darles la vida. El que coma este pan, va a vivir; el que no coma este pan, no va a vivir”.
El Señor es muy taxativo: “Necesitan de este pan, necesitan de Mi carne”. Necesitamos la Eucaristía. La Eucaristía nos va transformando, nos va dando lo que no tenemos.
COMULGAR CON FRUTO
Especialmente, le pedimos hoy: “Señor, ayudame a comulgar con fruto. Jesús, me encantaría comulgar como comulgaron santos, como comulgó la Virgen, con una conciencia total de lo que está pasando, de a quién estoy recibiendo, de lo que puede cambiar en mí Aquel que estoy recibiendo”.
Por eso tenemos que pedírselo y suplicarlo como un mendigo que no tiene nada. Los mendigos cuando suplican no tienen nada que comer.
Por eso le pedimos a Jesús: “Señor, ayudame a vivir de Vos. Que Vos seas ese pan de vida eterna que me alimente. No quiero alimentarme de las cosas de aquí abajo, no quiero ser como el avestruz que busca entre la tierra bichitos, cosas para comer”.
EL AVESTRUZ
Es un animal de una altura, de un porte formidable, pero que para subsistir tiene que humillarse a bajarse y hacer lo que hacen las serpientes, prácticamente: comer como lo más vil, como hacen los cerdos.
Es interesante mirar al avestruz. Cuando come, tiene que abajarse y revolver en la tierra. Aquella ave que no puede ni siquiera volar porque son saltitos los que puede hacer, no es como un águila.
No solo estamos llamados a ser como águilas. Por algo san Juan, el evangelista de hoy, es pintado con la forma de un águila y aparece en la iconografía clásica siempre como un águila, porque nos hace mirar hacia arriba.
Es hacia arriba de donde nos viene la solución, no desde abajo como el avestruz. Tenemos que pedirle al Señor: “Señor, que siempre mire hacia donde está la verdadera solución y, concretamente, en la Eucaristía.
CUMPLIR LA MISIÓN
“Jesús, ayudame a comulgar bien, ayudame a comulgar más y mejor. Ayudame a que me proponga comulgar más veces entre semana, pero, sobre todo, que comulgue con fruto, sacándote todo lo que necesito para llevar adelante mi vida, para ser una buena persona, para hacer aquello que esperas de mí, para cumplir la misión”.
Hace unos días veíamos en el Evangelio cómo los apóstoles cuando están en la pesca esa que después el Señor la hará milagrosa, no distinguen a Jesús en la orilla hasta que se acercan y es san Juan el que dice:
“Es el Señor”
(Jn 21, 7).
A veces estamos perdidos, tenemos que ir nosotros hacia Jesús, por eso se lo pedimos hoy.