Jesús dijo a sus discípulos:
“Entiéndanlo bien: si el dueño de la casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa. Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada.”
(Lc 12, 39-40).
Un evangelio que lo hemos meditado muchísimas veces y yo quería fijarme en un tema que, estos días le estaba dando bastantes vueltas… En definitiva, es que no sabemos cuándo llegará el día y la hora.
El Señor hace referencia a que el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada. Hay algunas personas que estarán presentes cuando vuelva Jesucristo en su segunda venida. Pero yo creo -al menos es lo que parece ser- que la mayor parte de nosotros, no estará en ese momento, sino que nos encontraremos con Jesucristo antes.
Eso quiere decir que la muerte será nuestra puerta de entrada para conocer a Jesús. Tenemos que estar preparados para la muerte. Es importante vivir siempre preparados para la muerte.
No es porque nos pongamos especialmente tétricos, pero es así: no sabemos cuándo llegará. Nadie tiene comprada su vida.
Aunque, Cicerón decía que nadie es lo suficientemente viejo como para pensar que no vivirá un año más. Y aunque esa máxima filosófica es interesante, la verdad es que no sabemos hasta cuándo estaremos en la tierra.
Es importante que nos demos cuenta que el Señor, que sí sabe hasta cuándo nos vamos a quedar aquí, nos da una y otra oportunidad para que le conozcamos, para que vayamos poniendo o instaurando el Reino de Dios, el Reino de los Cielos desde esta vida. Que empecemos a vivir el Reino de los Cielos aquí, ya.
REINO DE LOS CIELOS
Por eso, la parábola de la pequeña simiente, como el grano de mostaza que se siembra o como esas medidas que se ponen en la harina y que empieza a crecer y que es poca. Pero bueno, son fórmulas de decir que algo pequeño llegará a ser algo muy grande. Es empezar desde ahora.
El Señor es claro cuando le pregunta Pilato, le dice:
“- Entonces, ¿Tú eres Rey? Jesús contestó: -Sí, soy Rey. Pero mi Reino no es de este mundo…
(cfr. Jn 18, 37).
El Reino de los Cielos, el Reino de nuestro Señor Jesucristo es un Reino Espiritual. Al ser un Reino Espiritual, estará en el más allá. El más allá, el Reino de los Cielos, el después de la muerte… Todos estas son fórmulas para hablar el mismo lenguaje, es lo que vendrá después.
Nuestra fe nos lleva a tener la convicción profunda de que después de esta vida hay otra. Dirá, de hecho, Él mismo que, si no existiría resurrección, vana, o sea, estúpida es nuestra fe. Seríamos los más tristes de todos los habitantes de la tierra los cristianos, pero sabemos que Cristo resucitó.
¿Qué es lo más importante que podemos saber de Cristo? Los cristianos, esto: que resucitó. O sea, que es un Hombre perfecto, que resucitó y que nos abre esa posibilidad a nosotros. Nos dice que después de esta vida vendrá la otra.
Tener esta esta convicción nos lleva a ver este mundo como algo que no es lo definitivo. Por lo tanto, los problemas, las dificultades, las contradicciones nos ayudan a prepararnos mejor para el siguiente, no solamente para este.
Para este, por supuesto que cuando uno tiene esa mirada trascendente las cosas se hacen más fáciles. Pero cuando uno pierde esa mirada trascendente, entonces, claro, todas las cosas de este mundo son las únicas que importan.
Y al ser las únicas que importan, entonces nos llenamos de miedo cuando algo no funciona, cuando algo se sale de lo planificado; o cuando el dolor, es una contradicción son compañeros constantes de viaje. Qué distinto es para alguien que tiene fe enfrentar esas mismas batallas.
DIOS QUIERE QUE NOS ACERQUEMOS A ÉL
No, como el que: sé que voy a poder… Con esa fuerza, que no sé de dónde me viene, pero que voy a poder… Porque, cuando uno dice que va a poder, entonces va a poder; el poder de la palabra. No sé qué tantas cosas…
Insensatos que creen que simplemente con el hecho de querer hacer algo ya ese algo se vuelve fácil, ¿no? o asequible. No, no, la vida no es así.
Lo que sí es cierto es que cuando uno tiene esa medida trascendente relativizamos las cosas, porque no son todas importantes. Dios quiere que nos acerquemos a Él y se nos pone como un Dios cercano, justamente para eso, para que nos demos cuenta de que lo importante vendrá después; que todas las cosas que pasamos en esta vida son para conseguir lo que viene después.
Es importante atesorar y ¿qué es atesorar las cosas del Reino de los Cielos? Pues, atesorar las cosas del Reino de los Cielos es, por ejemplo: cómo tratamos de las demás personas, si somos misericordiosos, si tenemos esa inquietud de ayudar a los que no tienen nada, si tenemos esa necesidad de ayudar a los que vemos que necesitan ayuda. ¿O somos diferentes? Tenemos esa mirada distanciada.
¿Queremos ser ricos en las cosas de Dios? Debemos tener el mismo corazón que tiene Cristo: un corazón misericordioso, que una y otra vez vuelve a la gente que lo necesita.
No sabemos el día y la hora, lo que sí sabemos es que tenemos que ir conformando nuestro corazón al corazón de Cristo. Tenemos que ser otros Cristos, el mismo Cristo, Ipse Christus, el mismo Cristo.
HACER LAS COSAS QUE LE AGRADAN AL SEÑOR
Para eso tenemos que ir quitando las cosas que son odios, rencores, malas decisiones y tal… Y tenemos que ir poniendo en su lugar las cosas que sabemos que le agrada a Dios: misericordia, caridad, compasión… Saber que muchas veces nos tratarán mal.
Varias veces, he comentado en este mismo espacio, eso que me sorprende de las monjitas que atiendo de la Toca de Asís. Porque muchos de los homeless -gente que no tiene casa- y que ellas atienden y que, todos los días, van a comer, a veces, no se portan tan bien, no les tratan tan bien.
Y digamos que hay una cosa básica que es: no morderás la mano del que te da de comer. A ellas les muerden a cada rato y eso lo he visto yo. Y estas mujeres les atienden de una forma sobrenatural, porque no es que pierdan la compostura, sino que siempre, una y otra vez, les vuelven a tratar con cariño.
Yo me imagino que, estas mismas situaciones, se repiten en esa madre que tiene un hijo con adicciones, con ese esposo que tiene una esposa con depresión o con un hijo que ha crecido de una forma distinta y que de repente les hace sufrir por sus formas de ser o sus formas de actuar. Tantas situaciones que no se pueden sanar rápidamente, sino que, sólo se pueden acompañar en el dolor.
Dios sabe que cuando nos ponemos nosotros como instrumentos para acompañar en el dolor, entonces esos son las cosas que atesoramos más para el Cielo.
Decía san Juan Pablo II, que uno de los males más terribles de esta sociedad es justamente el egoísmo. Porque el egoísmo está en el origen de los males y, al contrario, la compasión quita el egoísmo está enraizada en lo más propio positivo de lo humano.
AYUDAR A LOS DEMÁS
Es bonito darnos cuenta que tenemos que hacer también nosotros esos vínculos de compasión con los demás, que tenemos que ver cómo les ayudamos a pasar esos tiempos difíciles.
“No sabes el día ni la hora”. No, no sabemos cuándo nos vamos a morir, pero sí sabemos qué es lo que debemos tener en las manos cuando muramos. Que no debemos tener rencores ni resentimientos ni muchas riquezas.
Al contrario, lo que tenemos que tener son muchas obras de caridad realizadas, muchos deseos de ayudar a los demás, obras concretas de misericordia, mucha caridad. Cosas que, realmente, hagan que nuestro tesoro en el cielo esté compuesto de esas buenas obras, de las obras de misericordia.
Vamos a acabar este rato de oración, no sin antes acudir a nuestra Madre, la Virgen. Ella es la más interesada en que seamos misericordiosos, en que tengamos claro que no sabemos el día ni la hora, pero que tenemos que llegar con las manos llenas de regalos para el cielo, de tesoros que solo Dios valora.
Muchas veces, solo Dios los ve. Ponemos estas intenciones en manos de nuestra Madre, la Virgen, para pedirle que nos ayude a ser cada vez más misericordiosos.
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