Nacer de nuevo
La liturgia nos propone para la misa de hoy, el evangelio según san Juan que nos dice que:
“En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Te lo aseguro, tienes que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido; pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Nicodemo le preguntó: ¿Cómo puede suceder esto? Jesús le contestó: ¿Y tú, el maestro de Israel no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos, de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable del Cielo? Porque nadie ha subido al Cielo sino el que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él, tenga vida eterna”.
(Jn 3, 7-15)
Esa respuesta que el Señor da a Nicodemo a esa pregunta inicial que había hecho él mostrando un poco sus dudas acerca de Jesús, pues el Señor le contesta de un modo extraño para el propio Nicodemo.
Esperaba quizás aquel hombre que le hablase de Él, de su misión, y en cambio el Señor le revela una verdad un poquito asombrosa ¿no?, que hay que nacer de nuevo del Espíritu; un nacimiento espiritual por el agua y el Espíritu Santo.
No sé que entendería Nicodemo en ese momento -después seguramente si entendería-, pero el Señor le está abriendo por delante un mundo nuevo, y que subraya con fuerza esa nueva condición del hombre. Ya no se trata de nacer de la carne o del linaje de Abraham, como los judíos pues, se sentían orgullosos de ello, sino de renacer por obra del Espíritu Santo por medio del agua.
Bautismo en el Espíritu Santo
Hablando el Señor allí por primera vez del bautismo cristiano, confirmando la profecía de san Juan Bautista, el Señor ha venido a instituir un bautizo en el Espíritu Santo.
Y habla el Señor de esos efectos maravillosos que la fuerza del Espíritu Santo produce en el alma del bautizado. Así como cuando sopla el viento, nos damos cuenta de su presencia, oímos su silbido, pero no sabemos de donde surge ni a dónde terminará. Pues así sucede también con el Espíritu Santo, que es el soplo divino y que se nos da en el nuevo nacimiento del bautismo.
No se sabe por qué camino el Espíritu penetra en el corazón de los hombres, pero penetra; da a conocer su presencia por ese cambio de conducta de quien lo recibe -o al menos de quien lo recibe con buena voluntad.
Pues Nicodemo no habrá entendido esa lógica de Dios, que es la lógica de la gracia, la lógica de la misericordia, por el cual, pues el que se hace pequeño, se vuelve grande; el que se hace el último, pasa a ser el primero; el que se reconoce enfermo, se cura… Bien, esas paradojas que tú y yo las conocemos, que tiene la vida cristiana. El bautismo.
Esa revelación que hace el Señor allí, que nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre, por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo. Nacer de nuevo por el Espíritu.
Somos portadores del Espíritu Santo, que es lo que nos conduce al Hijo, al Verbo. Y el Hijo, pues nos presenta al Padre, y ese Padre nos concede esa incorruptibilidad. “Por tanto –como decía un Padre de la Iglesia, San Irineo-, sin el Espíritu no es posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre, porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dios se logra por el Espíritu Santo” (San Irineo de Lyon, Demonstratio praedicarionis apostolicae, 7: SC 62 41-42).
Incorporados a Cristo
Bueno, es una participación que tenemos en la vida intratrinitaria, por el bautismo: entramos en ese ser de Dios -los antiguos lo decían muy fuerte: Dios se hace hombre para que nosotros nos hiciéramos dioses-, por la participación en la naturaleza divina. Y nos da, pues, un conocimiento de fe muy superior a cualquier otro conocimiento, precisamente por el Espíritu Santo.
Y para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraídos por el Espíritu Santo. Él es quien, de algún modo, nos precede, quien despierta en nosotros la fe… Bueno, esas son las maravillas del bautismo ¿no? primer sacramento de la fe. La vida que tiene su fuente en el Padre, y se nos ofrece por el Hijo. Se nos comunica, pues, íntima y personalmente a través del Iglesia.
“Incorporados a Cristo por el bautismo”, decía san Pablo.
(Rm 6, 3-4)
Y nos incorporamos a Cristo por el bautismo. Por el bautismo estamos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, y ahí participamos en la vida del Señor resucitado.
En estos días pasados pues, todo el tiempo Pascual, nos lo hace ver en todas las liturgias, la resurrección del Señor; participamos en la resurrección del Señor y participamos en la resurrección del Señor por el bautismo.
Siguiendo a Cristo, en unión con Él, todos los cristianos podemos ser imitadores de Dios como hijos queridos, y vivir en el Amor, conformando nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras acciones con lo mismos sentimientos que tuvo Cristo y siguiendo sus ejemplos.
Gracias del bautismo
Bien, hemos sido justificados en el Nombre de nuestro Señor y en el Espíritu de nuestro Dios; hemos sido santificados, hemos sido llamados a ser santos. Los cristianos nos convertimos en templos del Espíritu Santo y por ese bautismo, los que creemos, participamos en la muerte de Cristo; somos sepultados y somos resucitados con Él.
Por aprovechar los efectos del bautismo que recibimos en nuestra vida, es mucho más que eso, porque recibimos también la plenitud del Espíritu Santo con el sacramento de la confirmación. Saber que el bautismo no solamente nos purificó de todos los pecados, sino que nos ha hecho criaturas nuevas, nos ha hecho hijos adoptivos de Dios. Nos ha hecho partícipes de la naturaleza divina, miembros de Cristo, coherederos con Él, templos del Espíritu Santo.
Como la Santísima Trinidad nos ha dado una gracia maravillosa, una gracia especialísima; esa gracia de la justificación que nos hace capaces de creer en Dios, de esperar en Él, de amarlo mediante las virtudes teologales, nos concede ese poder vivir y obrar bajo la moción del Espíritu Santo, mediante los dones del Espíritu Santo, y nos permite crecer en ese bien mediante las virtudes morales.
De manera que, se puede decir que todo el organismo de la vida sobrenatural del cristiano tiene su raíz en el santo bautismo. Por una gran responsabilidad, hay que tener conciencia un poco de ello para poner en práctica y aprovechar mucho más la gracia que todos los cristianos tenemos por el solo hecho de haber sido bautizados.
Pedimos a nuestra Madre la Virgen, que Ella que es la plena de gracia, la llena de gracia, nos haga a nosotros participar más, valorar más, los sacramentos que el Señor nos da, que hemos recibido, y especialmente el sacramento del bautismo, donde nos ha infundido esos dones maravillosos del Espíritu Santo.