Estamos en el tiempo de Pascua que es alegría, alegría porque Jesús ha resucitado y esto es algo que nos puede servir para todo el año: estar alegres y que a veces no será necesariamente estar siempre riendo a carcajadas, sino es esa paz, esa tranquilidad como la que el Señor les transmite a los apóstoles, a sus discípulos en esas apariciones después de haber resucitado.
Y para nuestro rato de oración, para estos 10 minutos de Jesús, podemos aprovechar el Evangelio de la misa de hoy en el cual Jesús se revela a Nicodemo.
Nicodemo, que es un fariseo de esta secta -de esta facción más observante de los judíos-, es un judío influyente, nos dice san Juan y que va de noche a buscar al Señor. Esto nos revela un poco que Nicodemo es un hombre que es observante de la Ley, que quiere complacer al Señor.
MAESTRO DE ISRAEL
Probablemente sería miembro del Sanedrín, ese tribunal máximo en Jerusalén. Seguramente era un hombre oculto; a lo mejor, era uno de los escribas o Doctores de la Ley.
De hecho, Jesús le dice que Él es un Maestro de Israel y, al mismo tiempo, nos damos cuenta de que Nicodemo busca al Señor, tal vez por curiosidad, tal vez porque ve que Jesús tiene algo que es especial, que es distinto al resto de los Maestros de Israel, por eso le busca.
Esto nos plantea una pregunta: Tú y yo, ¿cómo buscamos a Jesús? Nuestra vida es un constante buscar a Dios. Nicodemo lo hace, Nicodemo, que es un maestro de Israel, si quieres un intelectual, un hombre que de hecho razona, indaga, que busca la verdad -que es una de las cosas fundamentales en nuestra vida.
En la Semana Santa, en concreto en el Viernes de la Pasión, leíamos el pasaje de la Pasión del Señor. De hecho, tanto el Domingo de Ramos, como en el oficio del Viernes de la Pasión del Señor, se lee este pasaje.
JESÚS ES LA VERDAD
Y allí destaca cómo Pilato se sorprende cuando Jesús le dice que Él es la Verdad, que Él ha venido para dar testimonio de la verdad y por eso le pregunta: ¿Qué es la verdad? Porque la vida del hombre en esta tierra, en buena medida, se puede resumir en la búsqueda de la verdad.
Esa verdad más íntima. ¿Para qué? Para alcanzar la felicidad. Y la verdad y la felicidad están muy unidas y es eso lo que busca Nicodemo: busca la verdad.
Por supuesto, que lo hace moviéndose dentro de esos planteamientos propios de la mentalidad de un fariseo, de un judío de su tiempo. Sin embargo, para poder entender esas Verdades Divinas, no basta la razón -no porque debamos despreciarla, al contrario.
LA FE
Desde un inicio, el cristianismo en la Iglesia se ha hecho uso de la razón para tratar de explicar nuestra fe, para ver que la fe es razonable. Pero hay un momento en el cual tenemos que hacer ese salto de la fe y eso requiere humildad y gracia.
Por eso es bueno, es muy importante, que tú y yo le pidamos al Señor que aumente en nosotros la fe. Como aquel padre de familia que le dice al Señor:
“Si puedes hacer algo, cura a mi hijo”
y el Señor le dice:
¿si puedes? Y aquel hombre se da cuenta de su falta de fe.
Y le dice:
“Señor yo creo, pero ayuda a mi incredulidad”.
(Mc 9, 22-24)
Muchas veces tú y yo tendremos que repetir estas palabras que nos pueden servir como jaculatoria:
“Señor, yo creo que Tú estás conmigo, yo creo que Tú puedes más a pesar de mis defectos, a pesar de mis debilidades; a pesar de todas esas circunstancias en las que cada uno de nosotros vive, que a veces pueden ser adversas. Señor, Tú puedes más, pero ayuda a mi fe, ayuda a mi incredulidad”.
IGNORANTES EN LAS COSAS DE DIOS
Por eso, Nicodemo -que seguramente ha estudiado muchísimo la Sagrada Escritura- debe reconocer que, a pesar de sus estudios, es todavía ignorante en las cosas de Dios.
¡Por supuesto! ¿Quién podrá decir en un momento: yo tengo un doctorado en las cosas de Dios? Por más de que uno sea doctor en teología, uno no puede decir: yo ya he alcanzado la ciencia máxima en lo que se refiere a Dios.
Dios es tan grande que, nosotros no podemos llegar a comprenderlo. Como cuando uno se encuentra frente a una ecuación -te habrá pasado cuando uno estudia matemáticas y está delante de una ecuación, un problema que trata de resolverlo y, al final, cuando lo ha resuelto, uno tiene esa sensación de alegría, de triunfo, porque ha podido hacer lo suyo.
Con Dios no sucede lo mismo. No es una ecuación que, por más complicada que sea, la podamos resolver. Sino que es Dios quien se revela a nosotros. Por eso, cuando Nicodemo busca a Jesús -que es Dios, que es la Verdad, el Logos, la palabra de Dios-, tienen un diálogo.
EL BAUTISMO
Y al hilo del diálogo de Jesús con Nicodemo, san Juan nos presenta una enseñanza clara de quién es Jesús, “de quién eres Tú Señor, de cuál es esa salvación que traes a los hombres y cuál es la condición para alcanzarla”.
Y es justamente el Bautismo que recibimos bajo la acción del Espíritu Santo, (esto es una constante en los Hechos de los Apóstoles que estamos leyendo estos días en la Primera Lectura de la misa).
Los apóstoles, movidos por el Espíritu Santo, dejan ese miedo, esos respetos humanos y salen a evangelizar y, a continuación, imponen las manos y desciende el Espíritu Santo y se convierten tres mil, miles… poco a poco (tampoco son millones), pero ahí está el Espíritu Santo a través del Bautismo.
En un primer momento del diálogo, Jesús le hace ver a Nicodemo la necesidad de nacer de nuevo por el agua y el Espíritu Santo, que es algo que Nicodemo no entiende porque tal vez lo lee o lo escucha al pie de la letra, significa ese de nuevo y no ese de nuevo como Nicodemo lo entiende.
SER OTROS CRISTOS
¿Acaso uno puede volver a estar en el vientre de su madre? “Lo que Tú Señor quieres hacer, es resaltar esa nueva condición del hombre, de cada uno de nosotros, a través del Bautismo. Que somos una nueva persona”. Eso es una locura, es morir a ese hombre viejo, a ese yo viejo.
Pensemos ahora mismo cada uno en sus defectos, en esas cosas que le gustaría cambiar. Justamente es ese yo viejo que en el Bautismo muere, ya no son cosas superficiales, cosas materiales; es el pecado y cada uno de nosotros se transforma y se configura en Cristo.
Ser otros cristos, el mismo Cristo, esto es humanamente imposible, pero para Dios nada hay imposible. El ser humano es transformado en un ser según el Espíritu de Dios, como cuando el Espíritu Santo desciende sobre Jesucristo en el río Jordán.
FILIACIÓN DIVINA
Jesús está lleno del Espíritu Santo, Él es Dios; adquirimos en el Bautismo esa filiación divina y esa libertad propia de un hijo de Dios, que Tú Jesús nos has ganado.
Por eso Señor, ayúdanos a estar libres de todas las ataduras. En primer lugar, la atadura del pecado. Pensemos cada uno ¿qué es lo que nos ata? ¿Qué es lo que nos esclaviza? Y pidámosle al Señor, en nuestro rato de oración, en la Santa Misa: “Señor, líbrame o libérame de esto, yo creo en Ti, yo creo que Tú eres el hijo de Dios, yo creo que Tú puedes”.
Sólo así, llegaremos a ser felices, a ser plenamente libres. Tú y yo, que somos esos hijos de Dios, que hemos nacido de nuevo en el Bautismo.