Cuando estaba haciendo oración a solas, y se encontraban con él los discípulos, les preguntó: – ¿Quién dicen las gentes que soy yo? Ellos respondieron: – Juan el Bautista. Pero hay quienes dicen que Elías, y otros que ha resucitado uno de los antiguos profetas.
Pero él les dijo: – Y ustedes ¿quién dicen que soy yo? Respondió Pedro: – El Cristo de Dios. Pero él les amonestó y les ordenó que no dijeran esto a nadie”
(Lc 9, 18-22).
¿QUIÉN ES JESÚS PARA MÍ?
Hemos meditado esta escena otras veces. No deja de tener fuerza siempre la primera pregunta:
¿Quién dicen las gentes que soy yo?
Es un poco para romper el hielo…
Porque a Jesús no le importa lo que “dice la gente”. A nosotros muchas veces sí (cuál es el trending topic, lo que dicen de mí, si me dieron likes o los comentarios que hacen, etc.).
A Jesús eso no le importa. Le importa esa pregunta personal: Ustedes, ¿quién dicen que soy yo?
UNA RESPUESTA HECHA VIDA
Pero pasa a veces, lo que pasa en una clase, en un aula: ¿qué dice la gente de tal cosa? Y todo mundo responde. Levanta la mano. Opina. Pero luego vuelven a preguntar: ¿Y ustedes qué dicen, ¿qué piensan? Y de repente: silencio, nadie dice nada…
En este caso le respondió Pedro. Pero, ¿cómo le respondo yo? ¿cómo te respondo Jesús…?
Y que no me quede pensando que ese: Ustedes, ¿quién dicen? se refiere a una respuesta en plan explicación, un discurso o una definición. No. Se trata de algo vital: es una respuesta hecha vida.
MIS ACTOS Y MIS PALABRAS
Hay por allí un famoso autor -no de cosas religiosas, sino de empresa o de formación humana y de liderazgo- que dice: “Tus actos siempre hablan más alto y más claro que tus palabras” (Stephen Covey).
La verdad es que tiene razón. Y como decía un artículo de un periódico, que leía hace poco:
“En nuestro día a día realizamos un sinfín de acciones que dicen mucho de nosotros. La mayoría las hacemos de forma rutinaria, sin darnos cuenta, ignorando que tienen un claro significado a los ojos de los demás.
Y lo cierto es que la gente nos juzgará, sobre todo, por estas acciones.
A la hora de configurar la imagen sobre una persona, lo que le veamos hacer, pesará siempre mucho más, que lo que le oigamos decir.
Además, somos especialmente buenos captando mensajes a través de los comportamientos, ya que como seres humanos estamos genéticamente programados para detectar señales de conducta y para entender rápidamente su significado.
Y si palabra y conducta son contradictorias, si estamos ante alguien que predica una cosa y vemos hacerle constantemente la contraria, nuestro juicio se basará indudablemente en los actos, ignorando las palabras” (El País, 27-III-2011).
TÚ ERES EL HIJO DE DIOS
Jesús te pregunta: ¿quién dices que soy yo? Uno puede responder, de memoria, como Pedro (que en su caso fue una inspiración de Dios Padre):
“Tú eres el Cristo de Dios. Eres el Hijo de Dios. Eres Dios”.
A Pedro le hizo una alabanza. Pero creo que Jesús, a ti y a mí, nos anima a hacer examen de cuál es nuestra respuesta vital: la que se hace vida, la que se ve en obras, la que define tu vida… ¿Dónde está tu Dios…?
Como decía este autor ruso, Dostoyevsky: “El hombre no puede vivir sin arrodillarse. Si rechaza a Dios, se arrodilla ante un ídolo. No hay ateos, sino idólatras” (El adolescente, Fyodor Dostoyevsky).
¡También tiene razón! Esto es fuerte y nos sirve. Nos sirve porque yo actúo y me arrodillo ante mi Dios… No hay ateos, sino idólatras…
LOS FALSOS ÍDOLOS
Hoy, tristemente, se ven tantos ídolos: el dinero, el poder, el éxito, el sexo, la droga, la popularidad, el placer por el placer y nosotros mismos, cuando nos arrodillamos ante nosotros mismos, como si fuéramos el centro del universo. Siempre ocupándonos de nosotros mismos.
Y vivimos para estos ídolos, nos arrodillamos. Y es algo tan vacío. No llenan el corazón. Lo duro es que, el corazón, cuando no tiene a Dios, es una fábrica de ídolos.
¿BUSCO EN EL LUGAR CORRECTO?
¿Quién dices que soy yo? ¿Dónde está tu Dios…? ¿Dónde lo busco o dónde me lo encuentro…? Pues será en el Sagrario, en la Eucaristía, en el interior de mi alma en gracia, en la oración.
Pero no se trata de dar respuestas de libro, esto no es un examen del colegio. Se trata de ver si esas son las respuestas que dan mis acciones: “Tus actos siempre hablan más alto y más claro que tus palabras”.
¿Le dedico tiempo a la oración? ¿Le visito en el Santísimo Sacramento? ¿Asisto a la Santa Misa con regularidad y con piedad?
VIDA COHERENTE
Pensemos en los santos, su ejemplo -el de los santos- siempre impacta. ¿Por qué? Porque esa es la fuerza de la coherencia. ¡Esa es la santidad!
Y es que, como dicen:
“Quien no vive como piensa, termina pensando como vive” …
¿Quién dices que soy yo? ¿Dónde está tu Dios…? ¿Dónde lo busco o dónde me lo encuentro…?
Hay un autor que advierte que muchas veces nos rendimos (nos arrodillamos podríamos decir), ante nuestros deseos. Y cuando nos rendimos ciegamente a esos deseos, sean cuales sean: sexo, comida, dinero, estatus, estima, las drogas, el alcohol.
Nos convertimos en adictos y llegamos a asumir que todo eso es bueno y que supera nuestra capacidad de control.
VIDA DE IDÓLATRAS
“Muchos de nosotros adoptamos la actitud del adicto en alguna área de nuestra vida, cuando nuestras pasiones o deseos nos consumen y nos complican la vida de uno u otro modo.
Dios nos ha creado para que cualquiera de nuestros deseos apunte (…) a nuestro anhelo esencial de una honda intimidad con Él.
Por desgracia, en lugar de perseguir el encuentro con lo sagrado que permanece oculto tras nuestros deseos terrenales, el adicto se instala en el placer del momento.
Y, curiosamente, cuanto más instalados estemos en él, más inestables nos sentimos.
El resultado es una relación aún más obsesiva con el ídolo. Acudimos una y otra vez a un pozo cegado con la esperanza de que esta vez saciaremos nuestra sed.
En palabras del escritor y analista cultural Mark Shea: “Nunca se tiene bastante de lo que en realidad no se quiere” (2001, Gregory K. Popcak, Dioses rotos).
LO PRIMERO ES DIOS
Y esas cosas no se quieren, no se necesitan, porque el corazón está hecho para algo más grande.
San Agustín lo resumía diciendo aquella famosa frase:
“Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
Y Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de inicio de su pontificado, dijo:
Dios no quita nada de lo que hace grande y hermosa la vida. La clave está entonces en ordenar mis amores. En saber disfrutar, pero dando su lugar a cada cosa. Y para eso: lo primero es Dios.
PONER ORDEN
A veces, lo que pasa, es que ese “poner orden” nos cuesta, implica lucha. Me puede costar. Pero eso no significa que no valga la pena.
Volvamos al inicio. Jesús se gira, nos voltea a ver y nos pregunta: ¿Quién dices que soy yo? ¿Dónde está tu Dios…?
Y le pedimos a nuestra Madre, con esa oración de la Salve: Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. Muéstranoslo, porque es el único que llena nuestro corazón y no queremos andar por allí idolatrando un mal sucedáneo del que nunca tendremos suficiente, simplemente porque no lo necesitamos.
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