En las páginas de los evangelios vemos a Jesús ir de arriba abajo. Conoce a gente, lo escuchan con gusto, hace milagros, transmite su doctrina…
Ha pasado ya un tiempo desde que inició su vida pública y de repente decide volver a su ciudad… al llegar a su ciudad se puso a enseñarles en su sinagoga, de manera que se quedaban admirados… Pero me detengo justo allí.
Jesús llega. La gente en Nazaret ha oído hablar de las cosas que ha hecho. Algunos tal vez se lo tomaban a broma, a otros les ganaba la curiosidad; algunos pensaban que estaba loco; otros sí creían en serio, pero esos eran contados con los dedos de una mano…
Total: gran expectación con la llegada del hijo de María, al que dicen que algunos ahora le llaman Maestro…
Comienza a hablar, Tu Señor comienzas a hablar, y la gente se admira. Pero no con esa admiración que lleva a ilusionarse y a aceptar lo que dice, sino con esa admiración del que se sorprende, del que se extraña, con algo que le parece contradictorio, no es lo que se imagina, “esto no tiene ni pies ni cabeza”…
A ellos, no les cabe en la cabeza que ese muchacho que habían visto crecer en su mismo pueblo, con un trabajo tan sencillo y en una familia tan normal, sea capaz de enseñar estas cosas tan profundas, tan increíbles. Y entonces, tristemente, se cierran a lo que les quiere decir. (cfr. Rodolfo Valdez, Comentario en www.opusdei.org)
DESPIERTA ADMIRACIÓN
Se quedaban admirados y decían:
—¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos poderes? ¿No es éste el hijo del artesano? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no viven todas entre nosotros? ¿Pues de dónde le viene todo esto? Y se escandalizaban de él. Pero Jesús les dijo:
—No hay profeta que no sea menospreciado en su tierra y en su casa. Y no hizo allí muchos milagros por su incredulidad. ¡Es duro!
Quizás es que estaban tan acostumbrados a su pueblo, a su vida de todos los días, a sus rutinas, que son incapaces de pensar que algo grande pueda haber sucedido ahí.Parece que esas personas piensan que Dios no puede entrar en una familia de su pueblo, en esas vidas donde pasan cosas tan normales como cocinar, limpiar el taller, ir por el agua al pozo, etc.
Nazaret les parece demasiada poca cosa para Dios. (cfr. Rodolfo Valdez, Comentario en www.opusdei.org).
Casi como la primera impresión de Natanael:
¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?
(Jn 1,46)
Pero, ¿y nosotros…?
¿tú, yo, pensamos así también?
¿Creemos que Dios puede entrar en nuestro Nazaret?
¿Jesús puede crecer en esos espacios que conocemos perfectamente bien, en los rincones de nuestras casas, en las calles por las que pasamos todos los días, todas las semanas?
Jesús cabe en esos lugares. Su entrada no está vetada, prohibida. Lo importante es que nosotros lo descubramos; que corramos el telón y nos demos cuenta que está allí.
SENTIDO INFINITO DEL MOMENTO
Hace poco te comentaba sobre el testimonio de un profesor en Harvard que tuvo su conversión gracias a un encuentro con Dios muy peculiar. Él dice que se percató de muchísimas cosas en ese encuentro, entre otras:
Dios le hizo ver cuáles serían sus mayores arrepentimientos al morir… Uno de esos arrepentimientos “sería el de cada hora que había desperdiciado haciendo cosas que no tenían valor para el cielo.
Vi que había estado tan preocupado aquí con que la vida no tuviera un sentido cuando de hecho tiene un sentido infinito porque cada momento contiene la posibilidad de hacer algo de valor para el Cielo;
y que cada vez que aprovechamos esa oportunidad se nos recompensará por toda la eternidad. Y cada oportunidad que dejamos escapar, que no aprovechamos, se pierde para toda la eternidad.” (Roy Schoeman).
FE DE CADA MOMENTO
Cuenta varias cosas, pero en esta me quería detener… Porque esa es la fe de nuestros Nazaret’s…: cada momento, cada actividad, cada cosa que hacemos…
La clave de lectura de todos los acontecimientos: exteriores e interiores de nuestra alma y de nuestros días nos lo dará siempre la fe:
En el viale della Regina Margherita, en Roma, en una villa, te asomas un poco a la reja de la entrada y observas la fachada; ves un reloj de sol y una inscripción: “Tú sin fe eres como yo sin sol”. O sea, una inutilidad de persona.
Tenemos que estar atentos…
Hemos escuchado el nombre de Jesús desde pequeños (que dice San Pablo: al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos…), rezamos por la mañana y antes de dormir, vamos a Misa, tenemos alguna imagen de la Virgen en la casa, un crucifijo…
Y nos acostumbramos… al milagro de la Eucaristía, a la maravilla del perdón de Dios en una confesión, a la oración misma… Y matamos el amor con la rutina…
Apagamos la luz del asombro… Nos hacemos “sobrados” y corremos el riesgo de sacar poco fruto, que las cosas no calen, que no permeen…
ABRIR LOS OJOS
Abrir los ojos… Fe en los sacramentos, por supuesto. Fe en un rato de oración como este Señor, en el que estamos contigo; Fe en un Avemaría… Contaba en una tertulia, el que fue Director de la Escuela Diplomática Vaticana y Nuncio en muchos países, cómo antes de ser nombrado Nuncio de Lituania, sin saber nada de este nombramiento, pensó decirle al Papa que había decidido dejar de ser Nuncio para dedicarse a cuidar a su madre que estaba muy mayor y enferma.
El Papa, san Juan Pablo II, le recibió y le comunicó el nombramiento, que él no esperaba. Entonces le comentó lo que había decidido, sobre todo por la salud de su madre. El Papa le respondió: –«¿Ése es el problema? Vamos a rezar ahora un Avemaría los dos». Rezaron, con mucha piedad e intensidad, y al terminar le dijo el Papa. -«Ya está solucionado, ¿hay otro problema?».
Y su madre, efectivamente, mejoró de lo que tenía. Un ave Maria, ¡Vaya cosa! (apuntes tomados de una tertulia con Mons. Justo Mullor)]
¡VAYA COSA!
Atentos, porque se dice más de los sacramentos, pero se puede decir casi de cualquier cosa: lo que se recibe es de acuerdo al recipiente que lo recibe (como el agua agarra la forma de un vaso, de un termo, de una piscina, etc.)… Tanta gracia como quien recibe aquello (o hace aquello) sea capaz de acoger: o sea: depende de nuestras disposiciones…
La fe, juega un papel importante, es la que conmueve a Jesús y le mueve a hacer milagros.
Y es cierto que la fe la da Él; pero hay que poner algo de nuestra parte: al menos pedirla y no dejar que se empolve.
DOS IMPORTANTES
- Pedirla,
- Y no dejar que se empolve…
Pedirla… Una familia en un país nórdico: «–Mira: el otro día estuve hablando, aquí en la cocina, con una de mis hijas. Estaba muy preocupada. «¿Qué te pasa?», le pregunté. «Es que me da pereza rezar… Me cuesta ir a misa… Como si no tuviera fe». «¡No te preocupes! –le dije–. Al contrario: ¡este es un día memorable! Cuando Dios llamó a Abraham tampoco tenía fe, pero se fió de Dios, que es Quien concede la fe.
Por eso, si has descubierto hoy la necesidad de vivir de fe, estamos de suerte, porque solo tienes trece años, y eso significa que Dios está empezando a construir en tu vida. Descubrir que a uno le falta fe es un don de Dios, porque la fe es una gracia, lo mismo la vocación…»»
No dejar que se empolve: porque no me puedo acercar con indiferencia. Tengo que meter cabeza, buscar recordatorios, ponerme metas, encontrar algo que me lo facilite (una imagen, leer algo, etc.)
La fe es la que mueve a Jesús… La falta de milagros en Nazaret es una llamada de atención: “si me piden milagros, tienen que ser consecuentes, y mostrarme también la fe que se necesita”. ¿Será que la tenemos nosotros?
Dios se fijó en María, en su capacidad de creer, en su capacidad de amar… Pues madre nuestra danos esto también a nosotros.