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HASTA LOS DEMONIOS OBEDECEN ¿Y YO?

obediencia

Imagina por un momento que perteneces a la exclusiva lista de personas millonarias del mundo y que, por tanto, los artículos de lujo no los compras en las tiendas, sino que las tiendas vienen a ti…

Y están dispuestos a personalizar todo a tu gusto y medida. Ya sea ropas, relojes, zapatos… incluso los carros. 

Que ese carro de tus sueños es posible exactamente como lo imaginaste. Le dices al gerente general en Italia que quieres este modelo específico, de tu color favorito, con un motor de la máxima potencia.

Los asientos los quieres de cuero, pero de un color concreto. El equipo multimedia con los últimos juguetes del mercado.

El gerente, como sabe quién es el cliente, te dice que un carro así es posible y que será la máquina perfecta.

Entonces, te lo llevan hasta la puerta de tu casa cuando está listo y, al momento de entregarte las llaves, estás súper contento con tu adquisición, es exactamente lo que buscabas.

SEGUIR INSTRUCCIONES

El fabricante te da las llaves junto con el manual de instrucciones (cosas muy importantes) y ahora es tuyo, es tu responsabilidad.

Pero viene con unas recomendaciones del fabricante: cambiar el aceite cada tantos kilómetros, usar un tipo concreto de lubricante, llevarlo al taller para que le escaneen el sistema electrónico, etc.

Y una última indicación que puede parecer trivial, pero es importantísima: la gasolina.

El fabricante te aconseja que uses solo gasolina premium de 98 octanos, pero tú le dices: —Nada que ver, a mí no me gusta el olor a gasolina. Yo no quiero que mi carro huela a gasolina. Yo le voy a echar más bien al tanque, jugo de naranja, de mora o de lo que prefieras…

Imagínate la cara del fabricante que te acaba de entregar las llaves y que insiste con delicadeza, pero no hay nada que hacer, las llaves son tuyas.

Por supuesto que al fabricante le dolerá ver que el trabajo y la dedicación que supuso ese carro está ahora en juego por el capricho de este nuevo propietario.

Finalmente se resigna y te dice: —Pero luego no venga usted a quejarse de que su carro no funciona. Y se marcha indignado por la torpeza y por la terquedad del caprichoso comprador que eres tú.

NUESTRA RELACIÓN CON DIOS

Todo esto es una fábula, porque probablemente tu cartera sufra de anorexia; es decir, que tú no puedes costearte un carro así, pero tampoco es tan ficticia porque esta misma situación absurda, absurdísima, se repite todos los días en nuestra relación con Dios.

Hay quienes, lamentablemente, piensan que Dios un día decidió hacer una lista de prohibiciones y así nació la lista de pecados.

Sería una lista un tanto arbitraria que no se puede transgredir bajo pena de muerte: quien cumple con esa lista de prohibiciones va al Cielo y quien no, va al infierno…

Lamentablemente, hay mucha gente que piensa así.

En esa lista hay pecados en los que estamos de acuerdo con Dios, en que son sumamente graves y procuramos no caer en ellos, pero también hay otros que, como se dice popularmente, son pecados que ni enriquecen ni empobrecen a nadie.

Entonces, ahí entran las dudas: y “¿por qué esto es pecado si no afecta a nadie?” O “¿por qué me dicen que esto es pecado si lo que experimento es un gusto o un placer?”

“Es que consentir este pensamiento no va a matar a nadie o no le veo la gravedad a esta acción, aunque me digan que sí lo es, que es un pecado grave”…

Esta actitud es como la de quien pretende estar tranquilo porque su carro no tiene ni golpes ni raspones a la vista, aunque siga descuidando las instrucciones de mantenimiento.

En algún momento, tarde o temprano, ese carro va a dejar de funcionar, porque, así como todas las piezas del carro, no todas están a la vista, pero existen, así nuestra alma no está a la vista, pero existe; y esa alma hay que cuidarla, hay que hacerle mantenimiento, hay que seguir las instrucciones de nuestro fabricante.

UNA OBEDIENCIA MÁS HUMILDE

Dios podría responder: “Estas instrucciones hay que seguirlas porque sí y se me callan”, (como hacían antes) y no nos quedaría otra opción que obedecer.

Pero como de ordinario Dios no nos contesta así, siempre queda en nosotros esa tentación de la rebeldía. Es que no tenemos tan claro el por qué tenemos que obedecer a Dios, al menos en ciertas cosas concretas.

“Señor, por eso te pedimos que nos concedas una obediencia más humilde a tus mandatos, también a aquellos que nos haces llegar a través de nuestra madre Iglesia.

También a aquellos mandatos que no entendemos inmediatamente como beneficiosos para nosotros y que esta obediencia no sea la obediencia del robot, porque a Ti Señor no te interesan los robots, porque el robot no tiene capacidad de amar libremente.

Que sea una obediencia libre, inteligente; que la razón, movida por la fe, nos haga tomar la decisión más inteligente de nuestras vidas: obedecer a Dios diligentemente.  Diligentemente significa con amor.

Señor Jesús, en el Evangelio de hoy, vemos por ejemplo cómo la gente se queda asombrada por tus enseñanzas, porque tu palabra está llena de autoridad.

Y, acto seguido, en el Evangelio somos testigos de ese milagro en la sinagoga de Cafarnaúm, el demonio inmundo que había poseído a un hombre por muchos años se revela contra Ti y le gritas”:

“»Cállate y sal de él» y de inmediato ese demonio, lanzando al hombre por tierra, en medio de la gente, salió sin hacerle daño”.

LA OBEDIENCIA

Imagínate la cara de la gente que vio aquel espectáculo… pero a mí lo que más me impresiona de este Evangelio, no es tanto el milagro en sí o la expulsión violenta del demonio, sino ese comentario de la gente… Porque quedaron asombrados y comentaban entre sí:

«Oye, ¿qué palabra es ésta que, con potestad y fuerza manda a los espíritus inmundo y salen?»

(Lc 4, 35-36).

“Reconozco que cuando leí estas palabras me sentí interpelado, porque se me cayó la cara de vergüenza, porque hasta los espíritus inmundos te obedecen Jesús y yo no.  O, al menos, no en todas las cosas o no con la prontitud que podría.

Señor, es que la obediencia a mí, tantas veces me cuesta y ya lo decía santa Teresa:

“Decir que dejaremos nuestra voluntad en las manos de otro parece muy fácil, hasta que, haciendo la prueba, se entiende que es la cosa más recia que se puede hacer, si se cumple como se ha de cumplir”

(Santa Teresa, Camino de perfección, 32, 5).

Señor, a veces, por mi soberbia que me hace creer que tengo mejores criterios que los tuyos, no te obedezco.

Y otras veces porque se me olvida de quien me vienen estas instrucciones y que tiene esa autoridad más que suficiente para decirme: —Esto hay que hacerlo o esto otro hay que evitarlo. Y eso debería ser suficiente para obedecer.

Pero otras tantas veces me cuesta obedecerte porque no veo claro que todo lo que me pidas es por mi bien.

¿POR QUÉ NOS CUESTA LA OBEDIENCIA?

¿Por qué hasta los demonios te obedecen y yo no Señor? No termino de reconocer que Tú Señor eres mi fabricante y que sabes cómo funciono, incluso, muchísimo mejor que yo mismo…

Y no solo cualquier fabricante, sino quien me ha creado pensando en mí desde la eternidad… Porque me amas y porque quieres lo mejor para mí.

¿Por qué me cuesta tanto obedecer Señor si Tú me has dado el ejemplo, siendo manso y humilde de corazón? ¿Por qué me cuesta tanto el abandono en tu amabilísima voluntad, sabiendo que todo coopera para el bien de los que aman a Dios?

Este Evangelio de hoy, que nos ayude también a ser más obedientes, más dóciles, a tener mayor capacidad de abandono en tus planes Señor.

Ayúdanos Señor, ayúdanos Madre nuestra, porque en el ejemplo de Jesús y en el ejemplo de nuestra Madre santísima, vemos también ejemplos de felicidad”.

Felicidad también en la obediencia, en ese seguir la voluntad de Dios. Así ya no veré yo esa lista de pecados como algo que hay que cumplir, porque si no me cae el latigazo.

Veré allí en esa lista de pecados, básicamente las etiquetas que Dios ha puesto en el mundo. Incluso que ha puesto en mí para que yo sepa cómo es que yo funciono mejor.

Y si funciono mejor, puedo ser más feliz.

CONFIANZA EN DIOS

“Señor, que me dé cuenta -con la ayuda de la santísima Virgen- de que ese abandono confiado y absoluto en Dios, es la decisión más inteligente que puedo tomar en mi vida.

Que, por el abandono, por la obediencia, por ese amar la voluntad amabilísima de Dios, tuve inicio a la propia felicidad”.

El ejemplo clarísimo de nuestra Madre con ese fiat, ese cúmplase la voluntad amabilísima de Dios. Esa felicidad nuestra Madre que vivió en esta vida libre del pecado, es un ejemplo que yo, con la ayuda de la gracia, puedo seguir.

“Señor, quiero ser feliz y Tú tienes el manual de instrucciones de mi felicidad.  Ayúdame a tener la humildad de obedecerlo, de seguirlo, de hacerlo propio”.

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