No exageramos en absoluto cuando pensamos que el mejor alimento de la oración es la Palabra del Señor. Ahí encontramos todo: la luz, para nuestros pasos diarios y la fuerza para avanzar.
Tenemos que alimentar nuestra alma con los mejores nutrientes sobrenaturales, y ese alimento lo encontramos en la Sagrada Escritura y, particularmente, en los Evangelios.
Meditar, asimilar, vivir la Palabra de Dios, es el camino nuestro y si bien existen tantos autores espirituales que nos ayudan también, nunca encontraremos algo mejor que lo que Jesús dice.
Decimos en tiempo presente:
«Porque su Palabra es eterna, los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán»
(Mt 24, 35).
La Palabra de Cristo está llamada a encarnarse en nuestra propia existencia y eso es un trabajo del Espíritu Santo, pero también de cada uno de nosotros, a base de pensar, reflexionar y, sobre todo, conversar con Jesús de las cosas que Él mismo nos dice hoy:
«En aquel tiempo designó el Señor otros 72 y los mandó delante de Él de dos en dos a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir Él»
(Lc 10, 1).
Los envía como embajadores (nos los imaginamos así santamente orgullosos de anunciar a Cristo). Sin rarezas, sin violencias, con una profunda libertad interior y una convicción muy profunda también de que están entregando lo mejor, absolutamente lo mejor: Jesús de Nazaret; Dios hecho Hombre.
La Palabra de Jesús, el amor de Cristo disponible para todos y parten con esta convicción, con esta seguridad que los llevará a su regreso volver encantados.
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre»
(Lc 10, 17).
Llenos de alegría, porque ven que Jesús actúa a través de ellos.
APOSTOLADO
¡Qué alegría cuando acercamos a alguien al Señor a través de nuestra pobre vida llena de limitaciones y de errores!
Pero, por otro lado, resplandece la presencia vital de Jesús en cada uno de nosotros.
Tenemos la alegría de Jesús. Tenemos la seguridad de Jesús. Se superan todos los miedos, vamos confiados por la vida cuando estamos bien aferrados al amor de Cristo.
Esa alegría, esa confianza siempre dará fruto en los demás tan sedientos, tan hambrientos de Dios.
Van, obedecen, hablan de Cristo -no hablan de sí mismos, no se inventa teorías propias-, sino que son fieles a la enseñanza de Jesús y eso da muchísimo fruto.
A continuación, dice el texto de hoy:
«La mies es abundante y los obreros pocos. Rogad pues al dueño de la mies que envíe obreros a su mies»
(Lc 10, 2).
Mies abundante, como esos campos de la pampa argentina: inmensos con todo el trigo abundante para ser cosechado y faltan obreros.
Si el trigo no es cosechado, se dobla y finalmente se pudre, se pierde. ¿Cuántas personas se pierden porque faltan cristianos coherentes, convencidos y convincentes que despierten a Cristo dormido en sus corazones.
“Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”.
Este verbo que utiliza el Señor nos hace también pensar: no es un pedir; no dice Jesús: pidan, sino que ruegan; es decir, con un sentido de urgencia.
¿Puede haber algo más importante, grandioso, determinante que la santidad? ¿Podrá haber algo más valioso que la salvación?
No estamos en una ONG que se dedica a algo interesante y que tiene elementos muy rescatables, como es el cuidar el planeta. Hay tantas ONG’s de esta línea ecológica…
Nosotros no salvamos el planeta -que está bien, ahora hay que salvarlo- pero salvamos las almas.
El universo entero, todas las estrellas, todo ese mundo que no somos capaces ni siquiera de dimensionar, están creados por Dios para nosotros, para que a su vez nosotros nos abramos a la grandeza de su Amor.
¡Qué pequeño resulta el horizonte de salvar el planeta, comparado con el horizonte de salvar las almas! De ayudar a que muchos sean felices en esta vida y, luego, para siempre con Dios tras la muerte.
Jesús les dice así:
“Poneos en camino”.
También nos lo dice a nosotros: “Ponte en camino, no esperes situaciones distintas más favorables; no hagas de las circunstancias de tu vida un problema, transfórmalas en una oportunidad.
LLEVAR A CRISTO A LOS DEMÁS
Siempre se puede llevar a Cristo a los demás desde nuestra propia fragilidad también; desde los problemas de la vida que a veces nos aquejan y nos pesan, también. Siempre se puede llevar a Cristo a los demás, incluso aunque nos encontremos con la resistencia de un ambiente adverso.
Con la convicción de que se cumplen esas palabras tan sabias de san Agustín:
“Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”.
Anunciamos a Cristo con la convicción de que los corazones están inquietos. Vale la pena trabajar por el Señor, no de vez en cuando, no en la época de verano -como los trabajadores del campo temporeros que luego desaparecen y, quizá, con suerte en la época siguiente, vuelven a ser contratados.
Nuestro trabajo en la viña del Señor es 24/7, somos obreros vitalicios.
Vitalicios porque toda la vida la queremos poner a los pies de Cristo y en el servicio a los demás y porque estamos transmitiendo vida. Entonces, dedicarnos con todas nuestras fuerzas a través de la vida diaria.
Renovemos este propósito de santidad y apostolado en la vida ordinaria, en lo de cada día. Ahí están las oportunidades divinas, eternas, pensadas por la Santísima Trinidad desde siempre y para siempre, para que tú y yo ayudemos a que esa persona haga conexión con la vida del Señor; con la fuerza del Señor.
“No hacemos apostolado, somos apóstoles”,
Nos ha recordado el prelado del Opus Dei hace algunos meses atrás.
No es una dedicación de tiempo, no es solo un hablar de Dios, sino que la vida entera puesta en esta perspectiva de servicio, de entrega a los demás y, entonces, también nosotros podremos repetir con alegría:
“Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre”.
¡Qué grande es trabajar por Ti!
Roguemos al Señor de la mies que envíe obreros a su mies y, como dice el refrán:
“A Dios rogando y con el mazo dando”.
También hay que poner los medios para encontrar más brazos que trabajen por Cristo.
ANÉCDOTA
Termino con una pequeña anécdota que está en el origen de mi vocación.
Cuando mi mamá desesperada un poco, al ver que no tenía interés en asistir a los medios de formación (en cuarto y quinto año de carrera), habló con una amiga suya y se les ocurrió lo siguiente:
La mamá de esta amiga suya estaba un poco resfriada. Decidieron meterla a la cama y pedirle al cura que le llevara la comunión. Y para eso, necesitaban a alguien que le manejara el auto.
Así fue que llamó ésta amiga a mi madre y ahí, cuando estábamos todos almorzando me pregunta: —¿Tú podrías Daniel llevar a don José para que le lleve la comunión a fulanita? Y yo no tuve otra escapatoria que decirle que sí…
Todo un asunto bastante armado para que, al final, yo conectara con el cura. Y así, al año siguiente encontré mi vocación.
Mi mamá no se quedó cruzada de brazos esperando a que yo hiciera contacto con los planes divinos, sino que ella puso toda su iniciativa y creatividad, y Dios se sirvió de su audacia para tocar mi corazón.
Le pedimos a la Virgen, Reina de los apóstoles, que nos ayude a tener esta disposición valiente llena de confianza y, a la vez, de naturalidad para llevar a Cristo a los demás.