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¿POR QUÉ DIOS NO ME ESCUCHA?

oración

El Señor, en el Evangelio de san Lucas, nos dice que:

“Es necesario orar siempre y no desfallecer jamás”

(Lc 18, 1).

Orar siempre es necesario.

Después, también san Pablo, al final de la Carta a los Tesalonicenses, nos recomienda:

“Estad siempre alegres; orad sin cesar”

(1Tes 5, 16-17).

Así, en la Sagrada Escritura hay tantas invitaciones a la oración, pero a la oración continua.

Es siempre la pregunta que nos hacemos: ¿Cómo puedo yo rezar continuamente si tengo que hacer tantas otras cosas? Entre otras dormir, pero también como puedo rezar si tengo que comer o cómo puedo rezar si tengo que trabajar.

¿Cómo puedo rezar cuando estoy con los demás? Pues conversando, haciendo algún deporte, etc.

El Señor cuando nos invita a una oración, no nos está diciendo simplemente repite Ave Marías y Padre Nuestros, el Señor nos está invitando a hacer de toda nuestra vida una oración.

A que cada acción que hagamos, cada pensamiento, cada palabra, cada obra, la hagamos como una respuesta al amor de Dios por nosotros.

Así nuestra vida es una oración; nuestra vida es una respuesta de un hijo a su Padre Dios.

Es evidente, por eso, que en la calidad de nuestra oración será siempre la calidad de nuestra entrega a Dios, de nuestro vivir cotidiano cara a Dios.

¿QUÉ SIGNIFICA PARA NOSOTROS ORAR SIEMPRE?

Significa preguntarnos en cada momento: ¿cómo le agradaría a Dios que yo haga esto que tengo que hacer? Y así, qué sencillo se hace el camino cristiano.

“Jesús -podemos decirle- te doy gracias porque me has invitado a este diálogo de amor, de un hijo con su Padre.  Quisiera yo responder como Tú respondes, porque Tú eres el perfecto Hijo que se entrega totalmente en las manos de su Padre; que hace siempre la voluntad de su Padre. 

Por eso te pido que me ayudes a responder mejor a ese amor inmenso de tu padre Dios, que cada día se demuestra en las vicisitudes del día”.

Hoy en el Evangelio en la misa, aparece una escena que es posterior a la Transfiguración que meditábamos el sábado pasado.  Hoy,

“El Señor baja del monte con sus tres discípulos que lo han visto en gloria y, al acercarse a donde estaban sus discípulos, se encontró con mucha gente”.

Estaban discutiendo un poco alborotados, no lo sabemos.  Lo que sí sabemos es que los apóstoles estaban perplejos porque no habían podido expulsar un demonio.

Entre las gentes que están ahí discutiendo, se encuentra el padre del niño endemoniado y este hombre, al ver a Jesús, va corriendo y le expone el problema.

Su hijo tiene un demonio y este demonio se manifiesta con síntomas de una persona que está afectada por una enfermedad; sin embargo, es demoníaco porque hace cosas bastantes extrañas.

“El Señor le pregunta: “¿Desde hace cuánto tiempo que le sucede esto?” Le dijo: “Desde la infancia (…) Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos”.

Jesús le plantea un desafío al papá:

“¿Si puedes? Todo es posible para el que cree”.  Entonces, el padre del niño exclamó: “Creo, ayúdame porque tengo poca fe”.

El Señor hace el milagro.  Le dice:

““Espíritu inmundo y sordo, Yo te ordeno: sal y no vuelvas más”.  El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él dejándolo como muerto, tanto que muchos decían está muerto.

Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó y el niño se puso de pie”.

El Señor hace ese milagro que no pudieron hacer los apóstoles, movido no por una fe del papá, porque el papá se da cuenta de que le falta fe, pero movido por la oración humilde del papá:

“Creo, ayúdame porque tengo poca fe”.

Sabe que es miserable, sabe que es limitado y por eso se abandona en las manos de Jesús.

Al final, podríamos decir que la clave de todo el Evangelio es lo que sucede después, porque la gente se dispersa,

“Jesús y sus discípulos entran a la casa y cuando estaban solos le preguntaron: “¿Por qué nosotros no pudimos expulsar?” Él les respondió: “Esta clase de demonios se expulsa solo con la oración””

(Mc 9, 14- 29).

ORACIÓN

El Señor nos invita a rezar y esa oración expulsará los demonios, tanto nuestros, como de las personas que tengamos a nuestro lado.  Oración, el Señor nos invita a rezar.  Eso que decíamos al inicio: la necesidad de rezar, siempre sin desfallecer.

Pero rezar, decíamos, no es simplemente repetir Padre Nuestros y Ave Marías -que también lo es-, sino rezar con toda la vida.  Que seamos personas que buscan siempre la voluntad de Dios y así se producirán milagros a nuestro alrededor.

Todos tenemos la experiencia de tantas veces haber pedido a Dios algo y que, al final, el Señor no nos lo ha concedido y quizás nos hemos quedado un poco disgustados con el Señor, apesadumbrados, enojados…

“Si Tú Señor (quizá le hemos dicho) nos dijiste:

“Pedid y se os dará”

(Lc 11, 9)

¿Por qué si yo te he pedido, no me lo has dado?”

La respuesta, pienso que nos la da san Agustín.  No es texto exacto, pero hay un lugar donde san Agustín trata de este tema y, en el fondo resumiendo lo que dice san Agustín, se podría decir que Dios no nos concede a veces lo que pedimos por tres motivos: porque pedimos mal, porque somos malos o porque lo que pedimos es malo.

Empecemos por lo último que es lo más fácil.  Es verdad que nosotros solemos pedir cosas buenas, pero Dios sabe mejor si algo nos conviene o no nos conviene ahora. 

Por eso, a veces, aunque pidamos bien, el Señor no nos concede lo que pedimos porque no nos haría bien; lo que pedimos es malo.

Segunda, vamos a la primera: porque pedimos mal.  Efectivamente, a veces no somos perseverantes, pedimos una vez, después nos olvidamos. 

Cuando rezamos nos distraemos, no ponemos luchas y, efectivamente, ante una oración así o ante una oración soberbia que exige a Dios y no espera simplemente en su misericordia, el Señor tampoco nos va a conceder lo que le pedimos.

Luego, la tercera característica: porque somos malos.  Porque pedimos, pedimos, pedimos, pero nos portamos como malos hijos.  Y claro, el Señor como buen papá, no nos va a dar lo que pedimos si no sabemos ser buenos hijos.

Por eso, al final cuando nosotros buscamos siempre hacer la voluntad de Dios, hemos de estar seguros de que el Señor nos va a conceder todo lo que le pidamos.  Y si algo no nos conviene, el Señor sabrá por qué y no nos lo concederá.

Pero nos concederá cosas mayores.  Entre otras, la capacidad de rezar con perseverancia y eso es mucho más grande que muchas cosas de las que nosotros le queramos pedir.

Por eso, podemos acabar esta oración encomendándonos al Señor y pidiéndole: “Jesús, ayúdame a que toda mi vida sea una oración, a saber rezar conveniente y así, estando siempre en tus manos, sabré que estoy en las manos de mi Padre celestial que me ama.

Y en las manos de mi Padre celestial, nada malo me puede sobrevenir; al contrario, como dice san Pablo:

“Todo es bueno, todo es un bien para los que aman a Dios”

(Rom 8, 28).

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