En la misa de hoy aparece el comienzo de un libro del Antiguo Testamento que es, según los expertos, de las piezas literarias más preciosas que se han escrito.
Se trata del libro de Job, que nos cuenta en este pasaje cómo Dios está reunido con sus hijos en una charla muy amena, que nos puede hacer pensar en el gozo del Cielo, donde le van compartiendo en alegre armonía sus cosas.
(Yo me lo imagino como un picnic en el campo, algo muy placentero).
Entonces aparece también satanás que viene de dar vueltas por la tierra. El diablo que anda siempre rondando para perjudicar. Y Dios le pregunta:
«—¿Te has fijado en mi siervo Job? En la tierra no hay otro como él. Es un hombre justo y honrado que teme a Dios y vive apartado del mal»
(Job 2, 3).
Este es el primer punto que quería detenerme para hablar con Vos Señor en estos 10 minutos: el orgullo con el que Dios habla de Job, dice:
«Te has fijado».
Nos lo podemos imaginar con los ojos grandes que le brillan al decir que es un hombre justo y honrado, que vive apartado del mal.
“A mí me gustaría Jesús, que tu Padre también hablase así de mí, que se llene de orgullo al tener que decir algo de mí”.
No tanto quizá por lo que diga o a quién se lo diga, sino sobre todo que quisiera darme cuenta, pensar, creer que a Dios le importo y me mira también, así como a Job cuando habla bien de este hombre, se nota que es su orgullo.
CREER EN EL AMOR QUE DIOS NOS TIENE
Podemos ahora en nuestra oración volar un poco con la imaginación y pensar, mirar si mi Padre Dios, que tanto me quiere, que más de una vez quizás ha comentado algo parecido con un ángel, con Vos Jesús, que estás a su derecha, con algún conocido mío que ya está en el Cielo: “Mirá qué bien, mirá qué bien Juancito…”
Cada uno puede pensar en sí mismo, que Dios lo mire con orgullo, que se refiere a cada uno de nosotros con una sonrisa.
Y no es solo cuestión de imaginación, sino de fe, de creer en el amor que Dios nos tiene y gozarse en ese amor.
Nos podría venir, sin embargo, a la cabeza la idea de “la verdad es que no sé qué tanto puede decir Dios de mí.
¿Por qué se va a poner orgulloso Dios al mirarme a mí? ¿Por qué entre tantas personas en el mundo mucho mejores, más destacadas, más capaces, emprendedoras, valientes, generosas, inteligentes que yo, por qué justo a mí me va a mirar Dios con agrado y va a estar orgulloso?
La primera respuesta a esa pregunta nos la podrías decir Vos Jesús muy bien:
«Porque mi Padre es bueno»
(Lc 18, 19).
Me vienen a la cabeza esas palabras tuyas Jesús”:
«Pues si ustedes que son malos saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más su Padre que está en el Cielo dará cosas buenas a quienes se las pidan»
(Lc 11, 13).
DIOS NOS VE CON ORGULLO
Porque es verdad, los padres en la tierra dan cosas buenas y también se enorgullecen de sus hijos: porque sacó una buena nota en el colegio o le trajo un dibujo muy bien pintado o ayudó algo en casa…
Y una mamá o un papá lo comenta: “mirá qué bien fulanito” o “presta esto…” las cosas buenas que hace, las cosas en las que es bueno.
Podemos aplicar ese razonamiento tuyo Jesús:
«Cuanto más el Padre del Cielo».
Él sí que es bueno. Cuanto más ese enorme cariño.
La otra respuesta que se me ocurre a esa pregunta: ¿Por qué Dios va a estar tan contento conmigo? “Es lo que hoy Vos Jesús nos decís en el Evangelio de la misa”:
«El más pequeño de ustedes, es el más importante»
(Lc 9, 48).
Justamente, los discípulos, una vez más, discutían sobre quién era el más importante.
«El más pequeño»
dice Jesús, ese.
¿QUÉ QUERÉS DECIR CON ESTO SEÑOR?
Pienso que lo que le hiciste comprender también a Santa Teresita de Lisieux (que celebraremos su fiesta en unos días, el 1 de octubre): que a Dios no le importa tanto la grandeza de nuestras obras, cuanto el cariño, el amor que pongamos en ellas.
Decía esta santa que se sabía amada por Dios en su pequeñez, no por hacer grandes cosas. Decía ella:
“Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florcita en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras”.
Compara los grandes cedros -cedros del Líbano, plantas importantes- pero también al sol no le cuesta y lo hace: alumbra en particular cada florecita. El sol lo hace naturalmente, porque irradia hacia todas partes su energía, su luz, su calor.
En cambio, nuestro Padre Dios, claro que puede hacerlo y lo hace queriendo, fijándose, libremente con su voluntad, no de modo automático.
“Por eso hoy Jesús, en este rato de oración con Vos, te pedimos que nos ayudes a ser sencillos y gozarnos en esa mirada paternal de nuestro Padre Dios, que podemos atraer hacia nosotros con las cosas pequeñas que tenemos para ofrecerle a lo largo del día”.
BUSCAR DARLE MUCHAS ALEGRÍAS A NUESTRO PADRE DIOS
Ahora en la oración podemos pensar: hoy, ¿qué cosas tengo entre manos? ¿Qué cosas me esperan? ¿Qué puedo poner un poco de cariño y dirigirlas a mi Padre Dios? Ofrecérselas.
Buscando así darle muchas alegrías a nuestro Padre Dios, que pueda estar contento.
Quizás hay tantos y tantas que no se acuerdan de Él, pero acá podría comentar Dios en el Cielo: “ahí tenés a alguien que se acuerda de Mí, que me ofrece lo que hace”.
Aunque, incluso, a veces y por ahí nos pase también hoy, no tengamos otra cosa que ofrecer a nuestro Padre Dios que nuestro arrepentimiento por las cosas que hicimos mal, que nos apartan de Él.
Sin embargo, a veces caemos en esas e incluso en ese caso sabemos que lo que podemos ofrecerle a Dios es volver a sus brazos y que, de hecho, como dice en la parábola del padre misericordioso: Nos recibirá con un abrazo y habrá fiesta en el Cielo.
Por eso, hasta cuando hacemos las cosas mal, podemos al Señor darle alegría; puede mirarnos con orgullo.
Hay una oración que le pide a la Virgen, Madre de Dios, que cuando esté en la presencia del Señor le hable cosas buenas de nosotros.
Seguramente, lo hace María y consigue sacarle a Dios muchas sonrisas y hacer que esté orgulloso de sus hijas y de sus hijos, aunque a veces no tengamos grandes cosas, grandes hazañas para ofrecerle.
Vamos a pedirle a María que se acuerde de hablar cosas buenas de nosotros delante de Dios y que nosotros busquemos sacarle muchas sonrisas al Señor. Que creamos que puede estar orgulloso de nosotros en esas cosas pequeñas que le ofrecemos cada día.