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EL HIJO PRÓDIGO: EL AMOR INCONDICIONAL DEL PADRE

entrañas

Hoy leemos en el Evangelio la parábola del hijo pródigo que está repleta de enseñanzas.  Cada vez que la leo, que la medito, le encuentro cosas nuevas.

“Una historia que Tú Señor creaste para enseñarnos quién es Dios, quiénes somos nosotros, cuál es la actitud de Dios ante nosotros y cuáles son nuestras actitudes ante Dios; nuestras mezquinas actitudes.

Señor te pido ya desde ahora, que me agrandes el corazón porque ya al inicio del Evangelio de hoy, vemos cómo Tú planteas esta historia, esta parábola, para explicar a los fariseos y escribas el amor de Dios.

Porque ellos, como a veces nosotros, como yo muchas veces Señor, eran mezquinos y se comparaban y se creían mejor que los demás”.

“En aquel tiempo se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo”.

“Tú Señor no rechazas a los publicanos y a los pecadores, personas que se han portado mal pero que quieren cambiar, que quieren ser mejores y por eso se acercan a Ti, por eso se dejan atraer por Ti.  ¡Que yo me deje atraer por Ti!”

“Por lo cual, como se acercaban estos hombres pecadores a Jesús, los fariseos y lo escribas murmuraban entre sí: “este recibe a los pecadores y come con ellos””

(Lc 15, 1-2).

Así que los fariseos y los escribas se sentían superiores.  “Ellos los pecadores son inferiores a mí porque yo hago muchas cosas buenas, porque yo cumplo con la ley y Jesús debería rechazarlos” y por eso murmuraban.

QUE SE CONVIERTA Y VIVA

“Tú Señor que te das cuenta de esos sentimientos, de esos juicios equivocados, de esos juicios mezquinos que empequeñecen el corazón, te compadeces de ellos y les explicas con esta historia maravillosa cómo es el amor de Dios por nosotros, cómo Dios perdona, cómo Dios quiere nuestro bien”.

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

Como Dios no solo quiere que el pecador viva, sino que ama al pecador porque ese pecador es su hijo, porque ese pecador es criatura suya y si está bautizado, está identificado de un modo especialísimo con su Hijo unigénito y busca de muchas maneras su conversión, que vuelva para que pueda recibir el amor.

Hace algunos días leí unas palabras del profeta Miqueas; de hecho, al buscarlas me percaté que son las últimas palabras del libro:

“¿Qué Dios hay como Tú que quita la iniquidad y pasa por alto el delito del Resto de tu heredad? 

Porque no guarda su ira para siempre y se complace en la misericordia; volverá a compadecerse de nosotros, sepultará nuestras iniquidades y ¡lanzará al fondo del mar todos nuestros pecados!

Darás tu fidelidad a Jacob, tu misericordia a Abraham, las que juraste a nuestros padres de los tiempos antiguos”

(Miq 7, 18-20).

Me gusta mucho esa imagen de: lanzar al fondo del mar todos nuestros pecados.  “Qué alegría Señor irme a confesar, qué deseos de pedirte perdón.
Soy pecador, soy débil, a veces soy tonto, me dejo engañar, pero rápidamente voy a recibir tu perdón, porque Tú arrojas al fondo del mar mis pecados”.

LIBER

En la parábola del hijo pródigo nos encontramos con dos hijos.  Un padre que ama tremendamente a sus dos hijos y los quiere libres porque son sus hijos.

De hecho, un modo de decir hijo en latín es liber; los hijos, líberi.  Y el hijo te pide su herencia, se va, se la malgasta y ya que está pasando hambre, Tú Señor dejas que las consecuencias del pecado nos hagan reaccionar un poco.

Este joven desparramó, despilfarró sus bienes y siente hambre, siente vergüenza, siente soledad.

Muchas veces el pecado nos deja así, nos deja vacíos, nos deja avergonzados, nos deja como ese joven cuidando a los cerdos, queriendo saciarse de lo que comían los cerdos; así como completamente alienado.

Ahí es donde reflexiona, un golpe de gracia:

“Volveré a mi padre y le diré: “Padre, perdóname, no soy digno de ser tu hijo.  Recíbeme como uno de tus siervos.  Yo seré dichoso si tú me recibes como a uno de tus sirvientes””

(Lc 15, 18-19).

Qué alegría poder estar en casa de mi padre, en ese lugar tan hermoso donde hay abundancia, donde hay comida y si ya no soy su hijo, ya no puedo tener los privilegios del hijo porque me he portado mal, tener presencia como siervo será mejor que estar como estoy yo aquí.

EL PADRE

Leyendo y releyendo, meditando, pidiéndole luces al Señor sobre esta historia, me daba cuenta cómo el hijo mayor que está en la casa de su padre, que lo obedece y que trabaja, cuando se indigna que su hermano vuelve y le echa en cara a su papá que él está siempre ahí, caí en la cuenta cómo este hijo mayor se juzgaba a sí mismo como siervo, no como hijo.

Su relación frente a su padre era de su asalariado, no de su hijo y le echa en cara eso a su papá: “Tanto que te sirvo, tantos años de fidelidad, aquí rompiéndome la espalda y tú nunca me has dado ni siquiera…” así como echándole drama a su situación.

El papá le dice: “Hijo, tú estás aquí siempre y todo lo mío es tuyo, es cosa de que me lo pidas, es cosa de que lo platiquemos, de que lo hablemos.  Tú estás como aislado de mí, no tienes mis mismos sentimientos, no compartes conmigo.

Estás tú aquí y estás malviviendo porque quieres vivir así, porque no te das cuenta de que eres el hijo”.

El padre pudo haberse ofendido por esos pensamientos y esas actitudes de sus dos hijos: uno que ha despilfarrado y vuelve diciendo: recíbeme, aunque sea como uno de tus siervos. Y le dice: “¿Cómo te voy a recibir como un siervo si tú eres mi hijo? Date cuenta de que eres mi hijo”.

Y el otro que le dice: “Es que yo siempre te sirvo y tú me tratas como…” y el papá dice: “pero ¿cómo? Todo lo tuyo es mío”.

ESFORZARNOS POR PORTARNOS BIEN

Esto no significa que no sean importante las buenas acciones, que no sea importante la fidelidad.  Es muy importante que nos esforcemos por portarnos bien, pero el amor de Dios no depende de que nos portemos bien.

Dios, ciertamente, celebra nuestras buenas acciones, pero no nos ama por ellas.

Esas buenas acciones son necesarias para que nosotros podamos recibir todo el amor que Dios nos tiene. Pero su amor por nosotros es incondicional, es el amor de un padre por sus hijos.

La primera obra buena, obviamente, es reconocer que somos pecadores, reconocer que Él es nuestro creador, que Él es el legislador, que Él es el juez, que Él es el Rey, pero que también es nuestro Padre que nos quiere, que nos acompaña, que nos perdona, que tiene una infinita paciencia.

Podemos pensar en aquella parábola de un rey que dio unas monedas a sus siervos y volvió.

“El primero le dice: “Señor, tu moneda ha producido diez”. Y le dijo: “Muy bien siervo bueno, porque has sido fiel en lo poco, ten potestad sobre diez ciudades”

(Lc 19, 26-27).

Si correspondemos a sus dones, podremos recibir también más bendiciones de Él.  Él es infinitamente generoso y bueno, es nuestro Padre que nos ama incondicionalmente.

Y así como tenemos este Padre en el Cielo, también tenemos a nuestra Madre, santa María, que nos quiere también incondicionalmente.

Madre nuestra, ayúdanos a darnos cuenta del gran amor de Dios, del gran amor que tú nos tienes para querer corresponder y querer darle muchas alegrías a nuestro Padre Dios.

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