Hace unos poquitos días, entré a la clínica de la Universidad de los Andes. Los que viven aquí, en Santiago de Chile, aprovechen cuando estén por ahí… para ir a rezar, porque de verdad que es muy bonita.
Y los que no, -los que viven repartidos por América-, si algún día vienen por aquí, y se pueden asomar a esa clínica, vayan al oratorio, a la capilla, ¡es preciosa!
Bueno, hace poquitos días, fui a la clínica. Era ya tarde, estaba obscuro afuera, aquí es invierno y se oscurece temprano.
SALUDAR AL SEÑOR
Entré a la clínica, al cuarto piso, al oratorio, a la capilla grande, larga, hacia delante. Al fondo, bien visible, bonito: “el Sagrario”. Y saludé al Señor, pero lo saludé desde delante del oratorio, porque se ve desde ahí al Señor.
Lo hice así para no interrumpir a los que están rezando dentro, y cuando saludé el Señor, -fue cosa de unos pocos segundos- con una genuflexión, pues, iba para el otro lado, me di cuenta de algo que estaba pasando…
Algo que pasa tan frecuentemente, ¡es tan bonito!, algo que estaba pasando un justo al final del oratorio, pero dentro del oratorio, dentro de la capilla, en la última banca, por el lado izquierdo. Ahí había una señora, una mujer de pie, sosteniendo con un brazo a un niño o una niñita… ni siquiera alcancé a ver si era niñito o niñita, pero muy chiquitito, un año habrá tenido.
Y este niñito o esta niñita, estaba de pie sobre el respaldo de la última banca del lado izquierdo, entonces su mamá lo sostenía con un brazo, porque ¡claro! el niño o la niña estaba parado ahí, y era inestable…
Y entonces, la cabeza de ella junto a la cabeza de su hijo, o de la niñita, quedaban a la misma altura. Ella lo sostenía con su brazo izquierdo, y le estaba hablando, y le estaba mostrando el Sagrario.
Todo esto en dos o tres segundos, y la mamá le estaba haciendo con la mano de un lado hacia el otro, moviéndola para saludar, como para decir un “chao” o un “hola” a Jesús.
JESÚS ESTÁ AHÍ
Le estaba enseñando a su niñita, o a su niñito, a saludar a Jesús. A decirle “hola”, o decirle “chao” a Jesús.
Era todo en silencio o con una voz muy bajita, pero cabeza con cabeza, con un cariño inmenso, y en verdad, transmitiéndole a esa criatura: “que ahí está Jesús”, porque ¡ahí está Jesús! Que Jesús está ahí; sonriente, cariñoso, atento. ¡Que nos ve, que nos oye!
Y el niñito o la niñita, también estaba levantando el bracito, y haciendo “chao” o haciendo “hola”, con la sencillez de un niño. Todo esto en tres segundos y me fui… ¡pero muy contento!
Porque estas cosas ¡gracias a Dios!, son muy constantes, muy frecuentes y siempre preciosas.
Todo esto nos sirve, porque ¡qué bueno es que en la familia transmitamos así la fe!
Muy posiblemente lo han hecho así con nosotros, y ¡es un tesoro! Y qué alegría le damos al Señor cuando lo saludamos así, como esa mamá. Y más alegría todavía, cuando lo saludamos así… como ese niñito o esa niñita.
PAN DEL CIELO
El Evangelio de hoy día, y todas las lecturas de la Misa de hoy son muy Eucarísticas.
La primera lectura del Antiguo Testamento, es ese hecho histórico, -pero que era imagen, era una señal-, ya espiritual hacia el Nuevo Testamento. Cuando el pueblo de Israel, -el pueblo de Dios-, tiene hambre en el desierto, y Dios lo alimenta con el pan que Él le envía desde el cielo: “el Maná”.
Y luego, en el Evangelio que quizá ahora nos sirve para rezar… quizá podemos acercarnos a alguna capilla donde está un oratorio, o a la Parroquia donde está Jesús, verdadera, real y sustancialmente presente; con su cuerpo, con su sangre, con su alma, con su divinidad.
Quizá nos podemos acercar hoy… si no con el corazón podemos volar, no hay problemas de kilómetros con el corazón.
UN EVANGELIO MUY EUCARÍSTICO
Y el Señor les dice esto:
««En verdad, en verdad les digo: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; sino que es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.»»
(Jn 6, 32-33)
Y cuenta San Juan -lo que le diríamos nosotros, lo que le podemos decir nosotros ahora a Jesús, y se lo puedes decir tú también-:
«Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»»
(Jn 6,34)
¡Qué bonita oración! Bueno, eso es lo que le responden y Jesús contesta:
«Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de vida. El que viene a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá sed jamás.»»
(Jn 6, 35)
Bueno, el Evangelio es más largo, termina con estas palabras:
“Señor, danos siempre de este pan.”
(Jn 6,34)
Y cuando podamos acercarnos a alguna capilla, a algún oratorio, a alguna parroquia, a donde está el Señor presente en la Eucaristía ¡que ganas de acercarnos con la fe de esa mamá, con la fe de ese niñito, y saludar a Jesús!
Porque Tú, Señor, desde ahí me sonríes, me quieres, me consuelas, me animas.
UNA SANTA CHILENA
– Hay una santa chilena, que es la “única santa chilena”
– Tenemos un santo varón, que se llama: San Alberto Hurtado, sacerdote jesuita del siglo XX.
– Tenemos alguna beata también: Laurita Vicuña.
– Pero la única una santa mujer chilena canonizada, es santa Teresa de los Andes, una monja Carmelita muy joven, 20 años apenas, también es del siglo XX, nació en 1900 y murió en 1920.
Es muy fácil de encontrar en Internet todas las cartas de ella. Están editadas ahí, se pueden descargar fácil, y de verdad es de una profundidad muy bonita, muy grande.
Hay una carta a una amiga suya que se llamaba Amelia Montt, de octubre de 1919, esto es seis meses antes de que ella muriera, cuando ella tenía 19 años, y era Carmelita hacía poquitos meses.
Entró en mayo de 1919 al convento, esto lo escribe en octubre de 1919, y en abril de 1920 se fue al cielo, por una enfermedad fulminante.
A PROPÓSITO DE LA EUCARÍSTIA
En octubre de 1919, a propósito de la Eucaristía, le escribe a su amiga. Son dos niñitas, o dos mujeres jóvenes de 19 años. Y ella, santa Teresita, le dice a su amiga, -hablándole de Jesús-, le dice:
“Amalo mucho, pero conócelo. En la Eucaristía está, vive ese Jesús entre nosotros; ese Dios que lloró, gimió y se compadeció de nuestras miserias. Ese pan tiene un corazón divino con las ternuras de pastor, de padre, de madre, y de esposo y de Dios… Escuchémosle, pues Él es la Verdad. Mirémosle, pues Él es la fisonomía del Padre. Amémosle, que es el amor dándose a sus criaturas”.
Y le sigue diciendo santa Teresita a su amiga:
El viene a nuestra alma para que desaparezca en El, para endiosarla. ¿Qué unión, por grande que sea, puede ser comparable a ésta? Yo como a Jesús. Él es mi alimento. Soy asimilada por El. ¡Qué dicha más inmensa es ésta: estrecharlo contra nuestro corazón, siendo El nuestro Dios!”
ENTRE AMIGAS
Se nota el cariño que tiene Teresita al Señor, a Ti, Jesús. Ahora que estamos todos en estos 10 minutos, rezando, acompañándote, mirándote, pidiéndote ayuda. Y un poquito más delante (esto es “entre amigas”), le dice:
“Comulga bien y penétrate bien de la visita qué recibes, del amor infinito, de la locura divina: que no sólo se hizo hombre como nosotros, sino pan. Después que comulgues, dile a Jesús -ese Dios que tienes prisionero en tu alma- que se quede contigo para que todo el día continúes amándolo y dándole gracias. Pídele a la Santísima Virgen que te prepare con fe, humildad y amor para la comunión; que todos los momentos desocupados pienses en tu Dios que tienes dentro de tu alma”.
Podemos terminar nuestra oración así. ¡Bonita esa oración! Esa comunión espiritual, que le enseñaron a san Josemaría cuando era niño, muy chico, y él la repitió por ahí…
Bueno, nosotros también ¡Qué ganas de recibirte Jesús, con la pureza, la humildad, la devoción de María santísima! ¡Este pan del cielo!
Miremos también a José, porque si vamos a José, como nos habla el Papa Francisco y que hablaba san Josemaría: si vamos a José, vamos con María y vamos a Jesús.
Mil Gracias me ayuda mucho leer la meditación después de escucharla.
Mil Gracias me ayuda mucho leer la meditación después de escucharla.