Hoy la Liturgia nos propone el Evangelio de la misa, el capítulo 5 de san Mateo, y nos dice,
“En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte; tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa.
Alumbre así su luz a los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo”
(Mt 5, 13-16).
SAL Y LUZ
Cada cristiano, tú y yo y todos los que deseamos ser buenos cristianos, tenemos que luchar por nuestra santificación personal pero también por la santificación de los demás. Jesús nos lo enseña aquí con esas expresivas imágenes de la sal y de la luz.
Son unos versículos como una llamada a la misión apostólica que todo cristiano tiene, simplemente por el hecho de serlo. Así como la sal preserva de la corrupción a los alimentos, además les da sabor, los hace agradables y de un modo que no se nota, que desaparece confundiéndose con los mismos alimentos.
Así, el cristiano tiene que desempeñar esas mismas funciones con los demás, entre sus semejantes. Una de las manifestaciones más claras de la caridad es dar lo que tenemos, lo que nos hace felices, lo que nos da paz, alegría, gozo, a los demás.
DARLO TODO
Ya el Concilio Vaticano II ponía esa obligación como relieve de los cristianos en la labor apostólica. Un derecho y deber que nacen del bautismo, después de la confirmación. Decía:
“Hasta el punto que, formando el cristiano parte del Cuerpo Místico, el miembro que no contribuye según su medida al aumento de este Cuerpo, hay que decir que no aprovecha ni a la Iglesia ni a sí mismo. -Y más adelante decía- son innumerables las ocasiones que tienen los laicos para ejercer el apostolado de la evangelización y santificación. El mismo testimonio de su vida cristiana y las obras hechas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios”.
LA CARIDAD
No podemos dejar que la sal se vuelva sosa ni que la luz permanezca oculta. El Papa Benedicto recomendaba meditar a todos los fieles, en una oportunidad, un documento que nos decía que:
“Estimular honestamente la inteligencia y la libertad de una persona hacia el encuentro con Cristo y su Evangelio no es una intromisión indebida, sino un ofrecimiento legítimo y un servicio que puede hacer más fecunda la relación entre los hombres”.
Y decía también:
“La actividad por medio de la cual el hombre comunica a otros, eventos y verdades significativas desde el punto de vista religioso favoreciendo su recepción, no solamente está en profunda sintonía con la naturaleza del proceso humano de diálogo de anuncio y aprendizaje sino que también responde a otra importante realidad antropológica. Es propio del hombre el deseo de hacer que participen de los propios bienes”.
Esa es la caridad. La caridad, no dar una limosna solamente es también enseñar al que no sabe y sobre todo, enseñar las verdades de la fe. Porque esas verdades no son poca cosa, significa la salvación del alma. Puede significar toda la eternidad además.
DON RECIBIDO: LA LUZ DE LA FE
El Papa Francisco también en esto nos ha insistido en diversas ocasiones, decía que:
“Todos nosotros, los bautizados, somos discípulos misioneros. Estamos llamados a ser en el mundo un evangelio viviente con una vida santa daremos sabor a los distintos ambientes y los defenderemos de la corrupción, como lo hace la sal. Y llevaremos la luz de Cristo con el testimonio de una caridad genuina”.
Y en otra oportunidad nos decía el Papa Francisco también que:
“Tenemos por tanto una tarea y una responsabilidad por el don recibido: la luz de la fe. Que está en nosotros por medio de Cristo y de la acción del Espíritu Santo. No debemos retenerla como si fuera nuestra propiedad”.
No es nuestra propiedad, es un don recibido: la luz de la fe. Que tenemos que, como los apóstoles, como los primeros cristianos, darla a los demás. No podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos.
Así como no nos quedamos con una buena noticia cuando la recibimos sino que, prácticamente tenemos como una necesidad de ese bien difundirlo a los demás. Lo mismo debe pasar con la vida de fe.
Santa Teresita, esa santa maravillosa, decía que ahora entendía que la verdadera caridad consiste en soportar todos los defectos del prójimo. En no extrañar sus debilidades, en edificarse con sus menores virtudes. Pero ha aprendido especialmente que la caridad no debe permanecer encerrada en el fondo del corazón pues no se enciende una luz para ponerla debajo un celemín sino sobre un candelero a fin que alumbre a todos los de la casa.
Me parece que esa antorcha representa la calidad, decía ella, que debe iluminar y alegrar, no sólo aquello que más quiero sino a todos los que están en la casa. En esta casa común que es nuestro mundo.
FORMARSE, ESTUDIAR Y ENSEÑAR
Esta es una manifestación o de las manifestaciones más claras de la calidad. Nuestra labor misionera, nuestra actividad apostólica. Y por eso, tenemos que sentir esa necesidad apremiante. Y sobre todo formarse para ella. Formación de las verdades fe, estudiar y enseñar el catecismo, obra maravillosa de san Juan Pablo II que debemos leer, transmitirla…
Conozco una isla del Caribe de habla inglesa donde muchos católicos, que son una minoría, tienen amigos y se reúnen una vez a la semana, 40 minutos, una hora, en casa, se van de una a otra, para leer el catecismo y discutirlo, entenderlo un poco más, dialogar sobre ello.
Todos los cristianos, todos y cada uno según los dones que ha recibido, talento, estudios y constancia, necesita poner los medios para adquirir esa buena doctrina. Ocasión de esa formación comienza por allí, por conocer bien el catecismo.
Ahora cuando hay tantos lugares, con tantos medios, se ataca a la doctrina de la Iglesia, es necesario que los cristianos nos decidamos a poner todos los medios para adquirir un conocimiento hondo de la doctrina de Jesucristo y de las implicaciones de sus enseñanzas. En la vida nuestra, en la sociedad…
AMAR A DIOS CON OBRAS
Amar a Dios con obras significa, en muchos casos, dedicar el tiempo oportuno a esa formación. A estudiar, a esmerarse en la lectura espiritual, a estar atento a charlas de formación que pueda haber por allí, que escuchemos.
Amar a Dios con obras, será apreciar esas verdades que tienen su origen en el mismo Cristo como un tesoro que tenemos que amar, meditar con frecuencia. Nadie da lo que no tiene y para dar doctrina primero hay que tenerla.
Le pedimos a Santa María que nos ayude a no desaprovechar ninguna ocasión en la que podamos dar a conocer a su hijo Jesucristo y le pedimos que nos guíe para que sepamos ilusionar a otros muchos en esta noble tarea de difundir la verdad.
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