Hoy es un día en el que la Iglesia recuerda la pasión, el martirio de san Juan Bautista. Y san Juan Bautista es uno de los grandes santos que tiene la Iglesia, de quien la Iglesia se enorgullece muchísimo.
San Juan Bautista era primo de nuestro Señor Jesucristo, hijo de Santa Isabel y de Zacarías. Isabel es prima de nuestra Señora, a quien ella -la Virgen-, visita cuando se entera que ella estaba embarazada.
Por tanto, la vida de Juan Bautista está ligada íntimamente a la vida de nuestro Señor y, por supuesto, ligado a la Cruz. Él es el profeta que prepara el camino del Mesías.
Desde antes de que nuestro Señor empezara a predicar, Juan el Bautista empieza también a predicar la conversión, la conversión de todos en el corazón.
Ya no a través de unos ritos, como consistía la Ley de Moisés -la ley judía de aquel entonces-, sino algo más profundo, algo que el Señor ya venía pidiendo: que le importaba más un corazón contrito que todos esos sacrificios de animales que se hacían, que era una figura, una imagen de la verdadera conversión, del verdadero sacrificio.
Juan el Bautista es un personaje bastante peculiar, muy austero, que nos dice que vestía con una ropa muy sencilla; que comía unas pocas cosas que le proveía la naturaleza. Sobre todo, Juan el Bautista era un hombre que predicaba con mucha fuerza e incluso con mucha dureza diríamos hoy.
En nuestro tiempo, san Juan Bautista tendría pocos seguidores, incluso sería cancelado de las redes sociales por su discurso. Sin embargo, pienso que también tendría hoy en día muchos seguidores, como en aquel tiempo.
En aquel tiempo muchos seguían a san Juan el Bautista y sobre todo quienes lo escuchaban y hacían caso a su predicación; de esta conversión eran, diríamos, los descartados de la gente, aquellos que tenían una etiqueta de pecadores.
Ellos, sin embargo, se convirtieron; hicieron caso a ese abandonar esa vida de pecado alejada de Dios, conscientes de que eran pecadores. Y así se bautizan, no como hemos sido bautizados tú y yo, sino un bautizo que era también una figura y un bautizo que, si bien es cierto era en el río, lo más importante era convertirse, dejar esa vida, dejar a ese hombre viejo.
Y así, san Juan el Bautista preparó ya todo el camino, todo el terreno, para que el Señor empezara su predicación, sus milagros, sus obras.
LA MUERTE DE JUAN EL BAUTISTA
Juan el Bautista también es un santo del cual celebramos dos fiestas: su nacimiento -que lo celebramos a lo grande- y su muerte. En la Iglesia solemos celebrar las fiestas de los santos el día de su muerte; es decir, cuando nacen para el Cielo. Sin embargo, Juan el Bautista merece una doble fiesta y hoy es la pasión, el martirio de san Juan Bautista.
¿Cómo ocurre ese martirio de san Juan Bautista? Se da a causa de que san Juan, muy fiel a su estilo, fue encarcelado por Herodes, aquel tetrarca que gobernaba esa región.
Herodes tenía cierta admiración por Juan el Bautista -él, un pecador. Y ¿por qué decimos que es un pecador? Porque él estaba conviviendo con la mujer de su hermano, vivía en adulterio. Y eso no está bien porque no estaban casados -ella estaba todavía casada- y vivían juntos y esto era motivo de escándalo. Entonces el Bautista no tenía miedo en decirle la verdad.
Herodes, en cierto modo, era consciente; sin embargo, le faltaba la fuerza para cambiar esa situación en la que estaba. Lo apresó y esta mujer con la que vivía, (que se llamaba Herodías) le odiaba a muerte. Y vamos a decir que en realidad lo odiaba a muerte porque es ella la que consigue que Juan el Bautista muriera.
Y es así, nos cuenta el Evangelio de san Marcos que un día, el día del cumpleaños de Herodes, éste ofreció un gran banquete y allí estaba con sus invitados -tal vez estarían con unas copas de más. Entonces la hija de Herodías salió a bailar para deleitar a los invitados y Herodes, movido por la emoción del momento, le dijo:
“Pídeme lo que quieras”
(Mc 6, 22).
La joven, tal vez con su inocencia, va y le pregunta a su madre:
“¿Qué le pido?”
(Mc 6, 24)
¿Qué podría pensar? Le pido a lo mejor un viaje, le pido algún palacio, le pido oro… Y su madre le dice que lo que debía pedirle era la cabeza de Juan Bautista.
Esto es muy penoso, porque la chica pensaría un regalo bonito, algo grande, porque es un rey; Herodes le dice incluso:
“pídeme la mitad de mi reino y te lo doy”
(Mc 6, 22).
En cambio, qué feo -es la palabra, feo- pedir como regalo la cabeza de una persona, además que no es algo bonito de ver. Y ahí vemos el odio que tenía Herodías ante lo que representaba Juan el Bautista: el justo, la santidad, el camino hacia Dios.
Es así que la joven va y le pide a Herodes que le dé la cabeza de Juan el Bautista y así se hizo. En efecto, el rey se puso muy triste -lo dice san Marcos- porque apreciaba a Juan el Bautista y le falta la fortaleza para decir que no, tuvo miedo de quedar mal porque había hecho esa promesa frente a sus invitados y lo hace.
LA VIRTUD DE LA SANTA PUREZA
Este evento que sucede, histórico diríamos, nos permite entender, hablar sobre la virtud de la santa pureza -la castidad, la santa pureza- a la cual estamos llamados todos: hombres y mujeres, solteros y casados, célibes y no célibes, casados y solteros… Todos, porque es la virtud que nos permite amar: amar con todo lo que somos, cuerpo y alma.
Pues Herodes y Herodías simplemente se dejaban llevar por el cuerpo, por esa pasión que no les importaba justamente, incumplir con aquel compromiso de amor del matrimonio. Entonces ella, Herodías -también Herodes-, veía en Juan el Bautista como un obstáculo para vivir como ellos querían vivir y eso termina por hacer perder la cabeza al pobre Juan el Bautista.
“Y pensaba, Señor, que muchas veces la impureza nos hace perder la cabeza. No nos lleva justamente a pensar y a ver qué es lo mejor para nuestro corazón, para amar con un corazón limpio. Entonces es cuando a veces nos podemos dejar llevar únicamente por esa pasión, por ese sentimiento.
Por eso Señor, te pedimos con humildad que nos ayudes a vivir ahora, cada uno según su estado, cada uno según sus circunstancias, esta virtud tan bonita que nuestro mundo necesita: un corazón limpio, una mirada limpia.
Ayúdanos a tener esa fortaleza que no tuvo Herodes para decir: ¡No! Esto no va, no vivo con Herodías, que es la mujer de mi hermano. No accedo a esta petición de cortarle la cabeza a este hombre, la muerte de un inocente.
Ayúdame Señor, ante esa tentación a decir que “no” a esto, a esta persona, a esta tentación, a esta imagen, a esta acción que me aleja de Ti y que mancha mi corazón; que me hace perder la cabeza, que me deja como ciego y no me permite ver con claridad”.
Le pedimos también a santa María, ella Inmaculada, nos ayuda en cada momento, en esas circunstancias en las que nos puede costar un poquito más. Pero también pidámosle que nos ayude, cada día, con ese entregarnos a un amor limpio, un amor que sea desinteresado, que piense solamente en su amado.