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JESÚS RESUCITADO NOS PERDONA

SAN PEDRO

Hoy vamos a oír en el Evangelio de la misa, la continuación del encuentro tuyo Señor con los discípulos de Emaús hasta que te descubren al partir el pan.

Entonces hoy se cuenta donde sus discípulos salieron alegres al encuentro de los demás apóstoles y recorrieron el camino de regreso, aunque ya era de noche.

Estando reunidos los apóstoles, es que Tú te apareces.

“Estaban hablando de estas cosas, cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: ‘La paz con vosotros’”.

Cuenta aquí que se asustaron, que pensaban que estaban viendo un espíritu.

Es llamativo esto, efectivamente parece más fácil creer en un espíritu que se aparezca, que en un hombre que ha sido muerto y que resucite. Quizás eso explica el que algunas personas todavía puedan ir a buscar alguna ayuda o consuelo en el espiritismo.

Pero Tú Señor te presentas con tu cuerpo y dices:

“¿Por qué os turbáis y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”

(Lc 24, 36-39).

Esa maravilla del cuerpo glorioso que todos vamos a compartir después de muertos, si es que tenemos Señor tu ayuda y la sabemos aprovechar para llegar al Cielo.

NOSOTROS PECADORES

Quería fijarme en las consecuencias de tu Resurrección. Una de ellas, quizás la más bonita, es que se han perdonado los pecados, nuestros pecados. Desde ese día no son una huella indeleble, sino más bien todo lo contrario, es algo bastante fácil de borrar.

Tú Jesús has muerto en la Cruz para arrancar -diríamos- de la misericordia de Dios Padre esta posibilidad de que, en la memoria, en el corazón de Dios, se pierda una hoja del libro de mi vida.

Cada vez que me confieso, Tú Señor haces ese milagro: desaparece esa hoja de tu memoria y no la tendrás en cuenta más. Tu Resurrección Jesús es esa respuesta afirmativa al sacrificio que Jesús hace.

Entonces Jesús es el primogénito de esta multitud, diría yo, que Tú esperas Señor que resucite, así esta multitud, que está compuesta por nosotros pecadores, vamos a estar donde está Jesús resucitado ahora, porque Jesús ha muerto por nosotros pecadores.

Todo pecado ha sido perdonado ya. Para eso ha muerto Jesús y ningún pecado queda fuera de ese sacrificio de valor infinito.

Pero ese perdón ya concedido lo recibimos cada vez que nos acercamos al sacramento de la confesión.

LO QUE HA TRAÍDO LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Tú Señor Jesús, en la persona del sacerdote que nos escucha, nos aplicas ese perdón directísimamente y nos pones, por decir así, tu mano cariñosa sobre nosotros diciéndonos: “No te preocupes, tus pecados han sido borrados”.

Esto pasa en el sacramento de la confesión que es una -como digo- de las consecuencias más bonitas de la Resurrección de Cristo.

Qué bueno será que nosotros hagamos ese propósito de valorar y mucho la confesión sacramental. Que Dios es un Padre misericordioso y no un Ser vengativo, rencoroso y, mucho menos, peligroso.

Vamos a valorar esto mucho y recordarlo personalmente: ya me ha perdonado Dios, es lógico que me ponga contento. Me va a recibir siempre que me acerque con las disposiciones adecuadas de arrepentimiento y de sinceridad, con un abrazo de Padre misericordioso.

Esto es lo que, en la práctica, ha traído la Resurrección de nuestro Señor.

Me parece que puede ser hasta un propósito muy bonito, el que nosotros lo recordemos con frecuencia, de tal modo que nos mueva a acercarnos a la confesión también con frecuencia y a invitar a las personas que queremos que nos acompañen a ese abrazo de Dios que supone la confesión.

Al mismo tiempo te pedimos para que siempre haya confesores que representen al Señor como el Señor quiere ser representado: con misericordia, paciencia, comprensión; como pide el Papa Francisco.

Podremos entender cómo san Josemaría llamaba a este sacramento de la confesión: el sacramento de la alegría.

JESÚS NOS ESPERA EN LA CONFESIÓN

Qué bueno que, en esta semana primera de Pascua, donde estamos con todos los recuerdos tan recientes de la Resurrección del Señor, que sí haya un punto de alegría mayor que la habitual.

Porque realmente tengamos esta certeza de que Tú Señor vivo, nos esperas en la confesión para curarnos.

Pero en tantos otros momentos nos esperas en un buen libro para hablarnos en un rato de oración, para escucharnos en la santa misa, para alimentarnos en el Sagrario, para acogernos y tantas veces en los demás, en el prójimo.

Te quieres encontrar con cada uno de nosotros y nosotros podemos también acercarte a los demás, en la medida en que tengamos conciencia de que Cristo vivo quiere hacerse presente a través de los cristianos que procuran vivir santamente su vida ordinaria.

Es muy grande nuestra dignidad. Todo esto porque has resucitado Señor y porque tu Resurrección me alcanza cada vez que me confieso.

Madre mía, ayúdame a darme cuenta, a vivir con alegría y a valorar mucho el sacramento de la confesión.

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