“Han oído lo que se les dijo: Amen al prójimo y aborrezcan al enemigo. Yo en cambio les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que les aborrecen, recen por los que les persiguen, por los que les calumnian, así serán hijos del Padre que está en el Cielo, que hace salir el sol sobre los buenos y malos y manda la lluvia a los justos y a los injustos.
Si aman a los que los aman, ¿qué premio tendrán? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?
Si saludas solo a tu hermano, ¿qué haces de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Sean perfectos como Dios Padre es perfecto”
(Mt 5, 43-48).
Aquí se refiere el Señor cuando nos dice que seamos “perfectos como Dios Padre es perfecto”, podríamos preguntarnos: ¿acaso podremos llegar a ser como Dios Padre: perfectos?
Hay una distancia muy grande entre Dios y nosotros, pero tenemos que acordarnos que el Señor nos ha creado a su imagen y semejanza. Quiere decir que en todos, los hombres y las mujeres, hay un parecido a Dios.
Entonces, cuando escuchamos que Dios nos dice que seamos “perfectos como Dios Padre es perfecto”, nos está señalando aquellas cualidades que nos asemejan a Él.
¿Cuáles son esas cualidades? Son aquellas exclusivas de los seres humanos y que no las tiene el resto de la creación: el entendimiento y la voluntad; la inteligencia y el amor; y de allí se desprende la afectividad: cómo queremos, cómo amamos.
Dios nos ha dado una inteligencia para conocer la verdad. Todos debemos luchar para encontrar la verdad.
Se puede decir que la verdad nos capacita, desarrolla nuestras capacidades para poder conocer la realidad y, de ese modo, somos libres.
SER PERFECTO
En toda relación con los demás interviene el entendimiento y la voluntad; la inteligencia y el amor. Hay, por tanto, un conocimiento y un afecto, conocemos y amamos. La relación armoniosa con el prójimo nos hace libres.
Siempre debería darse una relación armoniosa con todas las personas. Cuanto mejores sean las relaciones humanas, somos más libres y si estamos libres, estaremos muy contentos.
O sea, cuando el Señor nos dice que seamos perfectos como el Padre celestial es perfecto, se está refiriendo a la manifestación principal de Dios con nosotros, que es el amor.
Descubrir que Dios nos ama es algo grandioso, algo que nos libera y nos da paz. Eso es lo que nos pide Dios:
“Ámense los unos a los otros como Yo los amo”
(Jn 13, 34).
No hay nada más perfecto en el mundo que el amor de Dios que marca el rumbo de nuestra existencia. La perfección consiste en vivir enamorados. La persona enamorada tiene una interioridad rica que trasciende y llega a mucha gente.
Es tan grande ese enamoramiento con Dios, que terminamos por querer a todas las personas sin excepción. Entran, desde luego, los que nos aborrecen también, los que nos calumnian, los que nos persiguen.
No podemos rechazar a nadie porque hay un amor muy grande en nuestra interioridad y el amor no se queda en una tolerancia. La tolerancia es un primer paso, pero el amor es mucho más.
Cuando se ama bien, se ama mucho y cada día se ama más a las personas que tenemos cerca, cada día las queremos más; igual al Señor, cada día lo queremos más.
Como decía san Josemaría:
“Hoy te quiero más que ayer, pero menos que mañana, porque mañana te voy a querer más”.
QUERER A LOS ENEMIGOS
Cuando se ama como Dios nos ha amado, se quiere a todas las personas sin excepción. Las personas son distintas, el cariño también es diferente. Se quiere de un modo a los papás, de un modo a los hermanos, de un modo distinto a los primos y parientes o a las amistades.
También queremos de distintos modos, hay amigos que queremos de una manera y otros de otra. Se puede decir que hay un amor distinto para cada persona.
El amor varía en el modo de querer, también en el tipo de intensidad de ese amor.
Cuando el Señor nos pide querer a los enemigos, nos está diciendo que nosotros no debemos ser enemigo de nadie, para eso es necesario esforzarse en ver el lado positivo de las personas; todas las personas tienen un lado positivo.
Las personas que no nos quieren, cuando notamos que nos rechazan o que incluso nos quieren maltratar, tenemos también que quererlas.
Las queremos porque son hijos de Dios y nosotros estamos enamorados de Él y porque también esas personas podrían cambiar, arrepentirse de sus males, pedir perdón, convertirse…
¡Cuántas conversiones hemos visto en la historia! Y muchas de esas conversiones se han debido a la paciencia de los santos, incluso al martirio de algunos.
Como Maximiliano Kolbe que dio su vida por un padre de familia y luego, más adelante cuando pasaron los años, ese padre de familia estuvo en la beatificación de san Maximiliano.
A todos nos impresionó mucho cómo trataba Juan Pablo II a Ali Agca, aquel que le disparó para matarlo. Lo trataba con mucho respeto, afecto; hemos visto las imágenes y nos ha impresionado mucho.
El amor a los enemigos es calidad humana y cristiana. El ejemplo más grande lo dio Cristo en la Pasión, no se fue contra nadie y en la Cruz cuando estaba sufriendo muchísimo dijo:
“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”
(Lc 23, 34).
De Él aprendemos a amar, de Él aprendemos a perdonar. Una persona que ama perdona constantemente, no guarda resentimientos, no tiene sentimientos de venganza, siempre está dispuesta a perdonar, a dar la oportunidad a los demás.
San Josemaría, el santo de lo ordinario, perdonó a quienes los persiguieron y maltrataron y nos hablaba en esos años de la persecución de los buenos, de personas que perseguían a los santos pensando que hacían el bien.
SEÑOR, QUE VEA
Hay muchas personas que viven confundidas y que condenan a las personas buenas haciéndolas sufrir.
¿Cuántas personas buenas ahora están sufriendo por la incomprensión de personas que están confundidas, que son buenas personas, pero están confundidas, no conocen todavía bien la realidad?
Hay que rezar para que las personas abran los ojos y conozcan la realidad.
San Josemaría, el año antes de morir, nos pedía que repitiéramos la jaculatoria del Evangelio: “Señor, que vea”. Y que añadamos: “Que todos veamos, que muchos vean”.
Hoy también pedimos eso: que mucha gente vea, que abra los ojos a la realidad para poder seguir a Dios, para poder perdonar, para poder comprender mejor a las personas, para poder servir mejor a las personas, para lograr la libertad de las personas.
Porque una persona que está en pecado, que no está en la realidad, está esclavizada, está sufriendo y cómo nosotros podemos ayudar a esas personas a salir de esos sufrimientos.
Dios nos enseña a perdonar.
Que en nuestro corazón no haya odio, resentimientos; que todos quepan en nuestro corazón.
Al Papa le gusta mucho la Virgen desata nudos. Muchas veces los seres humanos nos hacemos varios nudos y quizás desatamos primero uno, pero no desatamos los otros. Hay que ir desatando todos los nudos, uno por otro, uno y otro, constantemente.
A veces no podemos porque el nudo está muy fuerte y uno no tiene fuerza para poder desatarlo. Para eso está la Virgen María.
La Virgen desata nudos nos desata todos los nudos que nos hacemos los seres humanos y nos da libertad, nos da paz; esa paz grande para amar a todos, para amar a los demás.
Esa paz que llega, incluso, a los enemigos que, con nuestra presencia -también decía san Josemaría:
“Ahogar el mal en abundancia de bien”.
Con la abundancia de bien que llevemos en el corazón, podemos ahogar los males que puedan tener las personas. Los curamos enseguida cuando ven a Dios, cuando ven a Jesucristo, nadie se queda indiferente, allí hay una reacción.
Hasta los más pecadores reaccionan bien con la verdad, con Jesús; y si nosotros nos identificamos con Cristo, ¿cuánto bien podemos hacer a tantas almas que necesitan de nuestra presencia?
Vamos a pedirle entonces al Señor, vamos a pedirle a la Virgen que siempre está dispuesta a ayudarnos, que ella sea la que nos ayude a ir por delante, abriendo camino y llevando mucha gente con nosotros hacia Dios, que es llevarlos al Cielo.
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