Aquí estamos, una vez más, dispuestos a hacer nuestro rato de oración. Jesús está con nosotros; está delante de ti. Jesús pasa y tenemos la oportunidad de dirigirle la palabra, de acercarnos, de seguirle.
Pero ¡ojo! Es bueno pensar, examinar: ¿le quieres hablar sin poner condiciones…? ¿Le quieres seguir sin poner obstáculos? ¿Sin un “plan B”? ¿Sin posibilidad de dar marcha atrás? ¿Quemando las naves? como dicen.
¿Por qué te lo digo? Porque siempre parece haber un “pero”. Da la impresión de que siempre nos aferramos a algo, algo que no queremos dejar, que no queremos soltar, que no queremos cambiar. Estamos dispuestos a todo, peeero… siempre hay un “pero”.
ES LO DEL EVANGELIO DE HOY
“Al ver Jesús a la multitud que estaba a Su alrededor, ordenó marchar a la otra orilla y se le acercó un escriba: «Maestro, te seguiré a donde vayas» le dijo él y Jesús le contestó: «Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza».
Otro de sus discípulos le dijo: «Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre». «Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos» le respondió Jesús”.
(Mt 8, 18-22)
JESÚS PASA
Se marcha de aquel lugar y estos hombres lo reconocen y quieren seguirle, peeero… hay un “pero”. “Y eso que Tú Jesús les hablas claro, les señalas lo que hay que hacer, pero no terminan de dar ese paso. Al menos eso es lo que parece”.
Te cuento que hace poco veía el testimonio (está en YouTube) de un intelectual con estudios en el MIT, en el Harvard Business School que, naciendo judío y educado como judío, acabó perdiendo la fe y se volvió ateo. (Por cierto, se llama Roy Schoeman)
ROY SCHOEMAN
Pues en el éxito de su carrera profesional, llegó un momento en el que le parecía no encontrar el sentido y el propósito de su vida.
Había esperado que llegaría un momento de su vida en el que tendría una relación personal con Dios y su vida cobraría sentido. Pero ese momento nunca llegó, por lo que acabó cayendo en la desesperanza, hundiéndose en el sinsentido.
Hasta que un buen día estaba caminando en la naturaleza, temprano por la mañana, en una especie de reserva natural junto al mar, entre dunas de arena y un poco de vegetación, cuando recibió la gracia más espectacular de su vida.
REVELACIONES
“Estaba caminando perdido en mis pensamientos, cuando de un momento a otro la cortina entre el cielo y la tierra desapareció y me encontré en la presencia de Dios; conscientemente en la presencia de Dios y vi toda mi vida como si hubiera muerto y estuviera repasándola en la presencia de Dios”.
Así dice y él cuenta que se percató de muchísimas cosas en ese momento. Entre otras dice:
“Todo lo que me había pasado era lo más perfecto que podría haberse orquestado viniendo de las manos de un Dios que lo conoce todo y que es todo Amor.
No sólo incluyendo aquellas cosas que me habían causado más dolor y que yo consideraba los peores desastres de mi vida, sino especialmente esas cosas que me habían causado mayor dolor”.
PERO CUENTA
“Lo más sobrecogedor de esta experiencia, lo más transformador, fue llegar al conocimiento cierto, íntimo y profundo de que el mismo Dios no sólo me conocía por mi nombre, no sólo se preocupaba por mí, sino que me había estado cuidando.
Pendiente de todo lo que me había pasado en mi vida, pero también Él era consciente de cómo me había sentido en cada momento y le interesaba lo que sentía en cada momento.
De forma que todo lo que a mí me hacía feliz, a Él le hacía feliz y todo lo que me entristecía a mí, le entristecía a Él”.
ENTONCES AGREGA
“Yo supe que el sentido y el propósito de mi vida era servir y adorar a mi Dios y Señor que se me estaba revelando”.
Esto es un poco lo de los personajes del Evangelio: “te ven Jesús y saben que su vida tiene sentido solamente si te siguen, entonces se acercan aparentemente dispuestos”, peeero… hay un “pero”.
Pero Roy Schoeman cuenta:
“Yo supe que este era mi Dios y Señor. Supe que no quería otra cosa más que servirle y adorarlo de forma apropiada, pero no sabía qué religión seguir para poder hacerlo y no sabía Su nombre, así que recé.
Mientras caminaba, recé pidiendo saber el nombre de mi Dios y Señor que se me estaba revelando para saber qué religión seguir.
RECÉ:
«déjame saber Tu nombre. No me importa si eres Buda y tengo que volverme budista; no me importa si eres Krishna y me tengo que hacer hindú; no me importa si eres Apolo y me tengo que convertir en un pagano romano, siempre y cuando no seas Cristo y tenga que hacerme cristiano…»”
Y ahí está el: pero. Lo curioso -también como pasa en el Evangelio- es que comenta:
“Él respetó eso y no me reveló Su nombre”.
Aquí estamos tú y yo haciendo oración todos los días. Jesús respeta nuestros planteamientos, nos responde hasta donde le dejamos, nos pide hasta donde le permitimos. Siempre es acogedor, siempre es amoroso. No nos deja de querer, pero existen nuestros “peros”.
¿CUÁL O CUÁLES SON LOS TUYOS?
Es bueno identificarlos porque son esas cosas que limitan nuestro avance, nuestro cariño, nuestra cercanía con Él.
(Por cierto, hay que saber que Roy al final sí dio el paso que le faltaba y se convirtió.) Pero ¿y nosotros?
No sé si te la he contado ya y tampoco sé si es una historia inventada, pero es ilustrativa:
Cuentan de un escalador que mediada la noche y después de mucho progresar en una subida nada fácil, cayó al vacío. Sólo la luz de una luna cubierta ahora por densos nubarrones le había guiado en su ascenso. Ese era el riesgo, ese era el placer.
CONFIANZA
La cuerda de seguridad lo salvó de un golpe mortal. El escalador quedó pendiendo de la maroma tensa y bien segura, amarrada al clavo que perforaba la dura roca. Oscuridad total en una fría noche de invierno.
Notó dolor mientras comprobaba, no sin desazón, que la clavícula estaba partida por más de un sitio. Sin poder escalar ni tampoco vislumbrar solución alguna, decidió esperar, pero hacía frío y se estaba quedando helado.
Escuchó una voz: “corta la cuerda”, una voz insistente. Era una locura, sería como rematar el golpe cortar la cuerda y persistió en su idea de esperar la luz del sol que, no en poco, comenzaría a remontar el oriente.
«CORTAR LA CUERDA»
Resulta que el equipo de rescate lo encontró, a la mañana siguiente, muerto de frío, colgando de una cuerda a escasamente ochenta centímetros del suelo.
Pues para seguir a Cristo es necesario (para seguirlo en serio) cortar la cuerda. Hay un punto como de locura en todo esto.
Mira la vida de Cristo y mira ahora la tuya y piensa si no es ese punto de supuesta cordura el que, en definitiva, enfría tu alma y el que te impide seguir o avanzar.
¿Qué necesitas cortar? ¿Cuál es el pero que te tienes que quitar de encima? ¿Cuál es tu impedimento? ¿Tu reserva? ¿Tu lo que sea? No deja de ser un paso de confianza en Jesús el que no terminan de dar estos hombres; ojalá lo demos tú y yo.
SAN PABLO
Termino con unas palabras de san Pablo que nos hablan de confianza:
“Hermanos, siempre tenemos confianza. Caminamos guiados por la fe sin ver todavía”.
(2Co 5, 6-7)
Madre mía, ayúdame a no poner “peros” como tú no los pusiste y dejaste a Dios obrar en tu vida.
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