En el Evangelio de hoy escucharemos unas palabras de Jesús en la que nos hace una invitación a seguirlo y extender su mensaje por toda la tierra. Usa una imagen muy gráfica para esto: la del fuego que arde y consume todo lo que toca.
Dice Jesús:
“Fuego he venido a traer a la tierra. ¿Y qué quiero si no que arda?”
(Lc 12, 49).
“He venido al mundo a traer fuego” …
Y no un fuego cualquiera, sino un fuego muy especial: el fuego del amor de Dios. Jesús quiere quemar todo el mundo con su amor y por eso nos elige a nosotros para que podamos extender ese fuego por todas partes. Nos confía ese fuego, lo deja en nuestras manos para que podamos llevarlo donde quiera que estemos.
Cada uno de los cristianos, tú y yo, hemos recibido la llama del amor de Dios, de su Gracia, el día de nuestro bautismo. De hecho, parte del rito del Bautismo es la entrega de la luz. Se acerca el padrino en nombre del que recién se ha bautizado con una vela y la enciende en el cirio pascual.
El fuego que Cristo trajo al mundo con su resurrección, lo recibe cada cristiano ese día en que es recibido en la Iglesia, el día en que se transforma en Hijo de Dios. Es un fuego maravilloso que arde con fuerza.
EL FUEGO DEVASTA
No sé si has tenido la oportunidad de ver un incendio grande. Cada año vemos con tristeza cómo muchos lugares se queman en verano porque hay un fuego que se propaga sin control. Hay algunos lugares del mundo que están especialmente afectados por esas altas temperaturas, por la sequedad del ambiente y, a veces, un fuego casual incendia todo. Típicas noticias que aparecen de Australia, de California o de Chile.
Yo soy de Chile y este verano recién pasado, me tocó ser testigo de varios incendios. En enero y en febrero hubo grandes incendios que fueron apareciendo en distintos puntos del país.
En febrero me tocó hacer un viaje y el humo se notaba a varios kilómetros de distancia. Un olor y una nube de humo que molestaban bastante y te hacían pensar en tanta gente que se veía afectada por ese fuego.
Porque los incendios son devastadores, consumen mucho y muy rápido: van destruyendo todo a su paso y te da poco margen para escapar.
UN FUEGO TRANSFORMADOR
A veces, cuando son muy grandes, como esos que te comentaba de este año, se pueden ver desde muy lejos y el humo se propaga rápidamente, notándose a kilómetros de los focos principales. Todo desaparece a su paso: casas, sembrados, bosques, ciudades enteras… Pero bajo las cenizas, lo que sea que había, puede volver a aparecer con trabajo y esfuerzo.
El fuego que trae el Señor no es un fuego destructor, como los que acabamos de mencionar, sino que es un fuego purificador que identifica lo malo, lo quema con su poder, lo hace quedar en cenizas y permite que de esas cenizas salga algo nuevo, mucho mejor.
En la mitología antigua, quizás lo recuerdas, especialmente en el Antiguo Egipto, existía esa figura del fénix. Una vez que llegaba a cierto momento de su vida, se quemaba; ardía completamente y quedaba en cenizas. Pero de esas cenizas, renacía una nueva criatura con un largo futuro por delante.
El fuego que viene a traer el Señor a nuestra vida y a nuestro mundo es como el fuego del fénix que no destruye, sino que repara y rejuvenece. Es un fuego que purifica y transforma para bien.
Llevar ese fuego a todas partes. El fuego del amor, un fuego purificador que quema, transforma y hace renacer. Seguramente has tenido alguna experiencia de amor que te ha transformado, que te ha quemado por dentro.
¡PRESENTE!
En una novela, el autor cuenta una experiencia de una adolescente, una estudiante de último año del colegio, a quien esa experiencia le cambia la vida. El libro se llama ¡Presente! del escritor italiano Alessandro D’Avenia.
Aunque es una novela, pienso que es una experiencia que le podría suceder a cualquier persona; a cualquiera de nosotros nos podría pasar algo así. La protagonista hacía voluntariado en un hospital acompañando a los enfermos y apoyándolos, con cariño, a pasar un rato agradable. Y cuenta cómo un día sintió el amor de Dios encarnado en una persona.
“Estaba en el hospital y entré en el pasillo de pediatría, donde había niños con todo tipo de enfermedades. Vi a un niño deforme que con solo mirarlo daba miedo, sobre todo porque era un niño. -Dios no puede existir si hay estas cosas, pensé. Me rebelé y dentro de mí le grité: ¿por qué no haces nada?
No recibí ninguna respuesta como era de esperar.
Pero de repente una mujer, una monja de la madre Teresa, pasó por el pasillo, lo reconoció, se detuvo, lo tomó en brazos y le dijo varias veces: -¡Qué bello eres! ¡Pero qué hermoso estás hoy! Ella lo llenó de besos en la cara y él se rio porque le hizo cosquillas.
Esa fue la risa de Dios. No sé lo que vi en ese momento.<
Había una mujer completamente ordinaria y un amor completamente extraordinario.
Sé que si Dios existe, se parece a eso que te hace hacer lo imposible, que te hace ver lo imposible.
Entonces, dentro de mí, una voz abrió paso y respondió a mi pregunta: -Una cosa hice: la hice a ella y te hice a ti. Desde ese día ya no puedo estar tranquila”.
ACTITUD QUE TRANSMITE AMOR
Como te decía, quizás tú has tenido alguna experiencia de este tipo, alguna experiencia que te transforma. Porque el fuego del amor de Dios es así: se nota, es contagioso, se pega y nos deja con esa responsabilidad de llevar ese mismo amor a mucha gente, a otras personas, para que también ellas puedan quemarse, encenderse y llevar ese fuego a todas partes.
Ese mandato de Jesús es un mandato que nos toca a ti y a mí.
“Fuego he venido a traer a la tierra. ¿Y qué quiero si no que arda?”
No es un mandato directo, no te dice: lleva el fuego, sino que nos dice: quiero que arda y cuento contigo; cuento contigo para llevarlo a todas partes. Él lo está esperando.
“Jesús, tú que nos escuchas en estos 10 minutos de oración, estás esperándonos, estás esperando que yo me decida a llevar ese fuego de tu amor a todas partes”.
Eso se concreta principalmente en nuestra actitud ante el mundo. No fueron las palabras las que sorprendieron a esta adolescente, a la protagonista de la historia que acabamos de leer. No fueron las palabras de esta mujer, sino la actitud. Esa actitud que supo entregar amor a una persona que la necesitaba.
TRANSMITIR EL FUEGO DEL AMOR
Y eso nos puede llevar a nosotros a preguntarnos en este último momento del rato de oración, ¿cómo es mi actitud delante de los demás? Pregúntatelo tú también, ¿cómo es tu actitud delante de los demás? ¿Es una actitud que transmite el amor de Dios y hace que otros se contagien? ¿O es más bien una actitud que hace que brille mi propio yo?
De estas preguntas puede salir un propósito real de mejorar, porque siempre podemos crecer en el amor que comunicamos, especialmente con las personas que tenemos más cerca -nuestros familiares, nuestros amigos, las personas que trabajan o estudian con nosotros.
Y como a veces mantener esa actitud no es fácil, sobre todo cuando estamos más cansados, cuando tenemos alguna contrariedad, algún problema grande, le pedimos al Señor que nos ayude a ser buenos receptores del amor de Dios, buenos transmisores de su amor.
Que sepamos abrir el corazón para que Él nos encienda con su fuego, para que Él queme, para que Él purifique, para que nos ayude a llevar ese fuego a otras partes con esa actitud positiva, alegre, abierta hacia los demás.
También miramos a nuestra Madre santísima, la Virgen. Ella siempre estuvo y sigue estando llena del amor de Dios. Ella supo recibir ese fuego y transmitirlo a todos. Y está dispuesta a dar ese fuego a cada persona que se acerca con confianza a ella, como el fuego que el Señor quiere que arda por todo el mundo.
Santa María, llena de gracia, ruega por nosotros.