DIÁLOGO ÍNTIMO CON DIOS
Como en otras ocasiones Tú, Señor, nos enseñas a tratar a Dios, cosa que a nosotros nos da una tranquilidad enorme.
Pues yo creo que si nos tocase investigar cómo es el modo correcto de tratar a Dios, se nos quemarían las neuronas. Pero aquí estás Tú, Señor, que siendo Dios, nos enseñas a tratar a Dios.
Yo creo que todos los que estamos aquí escuchando esta meditación, haciendo este rato de oración, llevamos tiempo intentando buscar ese trato con Dios.
Pero nos viene muy bien ‘reaprender’ cada día este arte de la oración, porque el día que digamos: —Yo ya sé hacer oración… A mí no hay nadie que me pueda enseñar cómo hacer oración, pues ese día ya estamos perdidos.
Por eso creo que es útil meditar este Evangelio del día de hoy una y otra vez, porque es uno de esos pasajes en los que Tú, Señor, nos das unos tips valiosísimos sobre la oración, para que no nos desanimemos en ese diálogo íntimo con Dios.
Hoy leemos:
«Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; quien busca, encuentra; y al que llama, se le abre»
(Mt 7, 7-8).
Y esta indicación Tuya, es una invitación a la confianza. Pidan, pidan, pidan que se les va a conceder. Pero aún así, hay como una tentación de desánimo que nos viene a todos, a veces, porque no tenemos la certeza de estar en un diálogo, en la oración, de que estamos conversando con alguien como ahora.
Porque nuestro interlocutor en la oración es Dios. Es Dios que no es visible a los ojos, o al menos con los ojos de la carne. Y además esa voz Tuya, Señor, en la oración fácilmente queda apagada por otros ruidos típicos, ruidos del día a día.
CON ÁNIMO Y CONFIANZA
Pero de todos modos, en el Evangelio de hoy, se nos invita a no desanimarnos, a confiar en el poder de la oración y, concretamente, a confiar en la oración de petición.
También yo me atrevería a decir que, todos los que estamos haciendo este rato de oración, si hacemos un mínimo de memoria, podemos afirmar que la oración es poderosa. La oración nos ha conseguido cosas que necesitábamos.
La oración nos ha hecho darnos cuenta de que estamos hablando con alguien, pero aún así, nos frustramos al pedir.
Bueno, porque la experiencia nos ha dicho también que por mucho que pidamos, Dios no nos lo concede todo, o al menos no al ritmo que nosotros desearíamos.
Yo, en cambio, mientras hago este rato de oración en voz alta, voy pidiendo a Dios para que nos enseñe a pedir a todos los que estamos haciendo estos 10 minutos de oración Contigo, Jesús. Y pido con insistencia, porque estoy seguro de que Dios nos lo concederá.
Pero bueno, en todo caso esta misma duda es la misma duda que tantos cristianos se han planteado a lo largo de los siglos: ¿por qué Dios no me cumple lo que tanto pido en la oración?
¿Por qué Dios si es bueno, no me cumple esto, que a veces incluso ni siquiera lo estoy pidiendo para mí, lo estoy pidiendo para alguien que sé que lo necesita? (Algún familiar que está enfermo, que necesita encontrar un trabajo, alguien que está pasando por un momento sumamente difícil).
¿Por qué tarda tanto la respuesta de Dios? (…)
Bueno, eso sigue siendo un misterio porque responde a lo que Dios está pensando, lo que Dios tiene previsto…
AUT MALI, AUT MALE, AUT MALA
Yo me quedo con la respuesta que dio san Agustín hace tantos siglos en su obra “Ciudad de Dios”.
Dice san Agustín:
«Cuando nuestra oración no es escuchada, Dios no nos escucha porque pedimos ‘aut mali, aut male, aut mala’».
(Aquí vienen unas palabras en latín que después las voy a traducir).>
Esta frase de san Agustín es famosísima ‘aut mali, aut male, aut mala’, es decir, que no nos escucha porque somos malos. O mejor dicho, porque no estamos bien dispuestos para la petición.
Después, la segunda palabra ‘male’, que es un adverbio que significa ‘malamente’.
Bueno, Dios no nos escucha porque estamos pidiendo mal, malamente, con poca fe o sin perseverancia, con poca humildad.
Y por último, san Agustín dice ‘mala’, y se puede traducir como ‘cosas malas’.
Dios no nos escucha porque estamos pidiendo cosas malas, porque pedimos cosas que, o son malas, o van a resultar por alguna razón no convenientes para nosotros. Esto es lo que dice san Agustín.
Y ahora, con esta premisa, vamos a preguntarnos: ¿cómo podemos entonces mejorar nuestra oración de petición?
Lo primero que dice san Agustín es ‘malos’. Es decir, no nos escucha porque somos malos.
Entonces la pregunta viene a ser ahora: —Señor, ¿qué puedo hacer para dejar de ser malo?
Claro, no es que nosotros lleguemos en algún momento de nuestra vida aquí en la tierra a dejar de ser pecadores, o va a llegar un momento en que vamos a ser santos y a partir de ese momento sí podemos empezar a pedir.
No. Sino que se trata más bien, creo yo, de lo que dice san Agustín, de que quitemos los obstáculos que haya entre Dios y nosotros.
DIOS NOS ESCUCHA
Por ejemplo, ¿yo me he confesado recientemente? Eso me puede ayudar a ser mejor, ¡seguro! Me puedo ayudar a ser mejor y que mi oración sea escuchada con mayor facilidad. Sobre todo porque si hemos levantado un muro entre Dios y nosotros, ¿cómo pretendemos que Dios nos escuche?
Además, sabemos que el único muro, el único obstáculo verdadero entre Dios y nosotros, es el pecado. Entonces vamos a derribarlo con la confesión, con humildad, por supuesto.
>De nuevo, no se trata de esperar al estado de perfección para empezar a pedir, porque nos atrevemos a pedir incluso sabiendo que no somos dignos.
Como por ejemplo, esa mujer cananea que era humilde y persistente en la oración, y se sentía indigna de pedir, porque ella no pertenecía a la raza judía. Y aún así se atrevió a pedir llena de fe.
El segundo punto de san Agustín, ‘male’, ‘malamente’. La pregunta entonces es: Oye, ¿y cómo se pide bien? ¿Cómo aprendemos a pedir?
Pues en el Evangelio de hoy Tú, Señor, nos ayudas a pedir con insistencia y de hecho nos das otro ejemplo en ese momento cumbre de nuestra redención. Tú, Señor, nos dejas ver cómo es tu oración de petición.
UN ABANDONO FILIAL
El momento es sumamente doloroso, pero a mí me causa risa porque, es un poco como ese gran amigo nuestro que, en medio del examen dificilísimo, se echa para un lado y nos deja ver sus respuestas. ¡Nos deja copiarnos!
El Señor, en la oración en el huerto, nos deja copiarnos de su oración de petición:
«Padre mío, si es posible, aparta de mí este cáliz; pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú»
(Lc 22, 42).
Claro, es sacar cuentas y ver que cuando pedimos, es un negocio en el que tenemos muchísimo que ganar y poco que perder.
Pero en toda petición, por muy urgente, por muy necesaria, por muy importante que parezca, siempre debe ir acompañada de ese abandono filial que nos muestra el Señor en la oración del Huerto.
Dios es mi Padre, estoy en sus manos. Qué mejores manos que las de mi padre Dios. Él sabe más. Y yo sé que, lo que Él quiera para mí, aunque yo no lo entienda del todo, siempre será lo mejor.
Y en esto, el Evangelio de hoy también es sumamente claro.
«Si ustedes, aún siendo malos, saben que saben dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?»
(Mt 7, 11).
Porque, quien no se sabe hijo de Dios, fácilmente va a desconfiar de Dios. Quien no se sabe hijo de Dios, de ese Dios tan amable, fácilmente desconfía de esa providencia divina.
Además, los padres, por un tema de sentido común, suelen tener más experiencia en la vida.
Cuando buscan nuestro bien, muchas veces cuentan también con esa ventaja de que ya han pasado por ese sitio, por el que estamos pasando nosotros. Ya han recorrido nuestro camino, manejan mejor los tiempos, saben estimar qué es lo que es urgente y qué es lo que no.
Saben, incluso estimar qué es lo que es inevitable y lo que no, incluyendo el dolor.
CON PLENA CONFIANZA
Y por eso, si eso es así en la vida común, ¿cuánto más en Dios, para ese Dios que lo ve todo desde la perspectiva de la eternidad? Por eso, tenemos razones para confiar y para perseverar en la oración.
Y por último, san Agustín dice ‘mala’. Significa que estamos pidiendo cosas que son malas.
Bueno, efectivamente hay que confiar en que el Señor sabe más. Confiar en que si le pedimos algo a Dios, que nos parece buenísimo, Dios será el que sabrá si eso que pedimos es algo bueno o puede ser bueno, pero capaz no es bueno para nosotros, al menos en ese momento.
Pero entonces, ¿qué sentido tiene pedir en oración? ¿Acaso Dios no sabe lo que es bueno y lo que me conviene? ¿No debería darme las cosas buenas para mí, incluso sin pedirlas?
Bueno, de hecho, esto sucede con muchísima frecuencia. Dios nos hace favores, Dios nos concede cosas buenas sin nosotros tener que pedirlas. A veces ni siquiera nos damos cuenta.
Pero en todo caso, todos tenemos siempre esa experiencia de que, la oración, incluso cuando Dios no nos concede lo que le estamos pidiendo, agranda nuestro corazón.
Por eso, podemos repetir como san Josemaría, esa oración que ha dado tanta paz a las almas, especialmente en medio de la tribulación. Di muy despacio, como paladeando ésta oración recia y viril:
«Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima voluntad de Dios, sobre todas las cosas. —Amén. —Amén»
>(Camino, p.691).
Yo te aseguro que alcanzarás la paz.