En estos 10 minutos de oración con Jesús le pedimos fundamentalmente a Él porque es momento de encuentro con Jesús. No es simplemente un momento de reflexión o de escucha, sino fundamentalmente un momento de diálogo, un momento en el cual necesitamos encontrarnos con nuestro Jesús. Porque Jesús es el que preside nuestras acciones, es Él que nos da el ejemplo, el que da la vida por nosotros, quien nos muestra el camino.
“Yo soy el camino”
(Jn 14,6).
Por eso necesitamos entrar en una profunda comunión con Jesús, y por eso le decimos: “Señor, creo fielmente que me estás escuchando, qué me estás mirando, que estás pendiente de mí en este rato de oración, en este rato en que intentaré encontrarme con Vos y decirte aunque sea una palabrita. Jesús te quiero mucho. Jesús Ayúdame. que vea, que entienda el Evangelio.
Que tenga hambre de leer el Evangelio. Jesús, ayúdame a que quiera leer el Evangelio todos los días. Porque hay días que me da pereza y días que no tengo ganas, días que me dejo llevar por mi cansancio, por mi egoísmo, por mi trabajo, o porque tengo muchas cosas por hacer y te relego a segunda, tercera, o cuarto lugar. Y me gustaría Jesús que seas siempre lo más importante. ¡Que seas siempre lo primero!”
JESÚS PROTAGONISTA DE NUESTRA VIDA
Por eso vamos a leer el Evangelio con esta ilusión de que Jesús es realmente el protagonista de nuestra vida. Dice el Evangelio de hoy:
“En aquel tiempo los discípulos se pusieron a discutir sobre quién era el más importante de ellos. Jesús, adivinando lo que estaban pensando tomó de la mano a un niño, lo puso a un lado y les dijo: -El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a mí. Y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El más pequeño de ustedes es el más importante”.
(Lc 9, 46-50)
Qué lección tan increíble nos da Jesús con este Evangelio. Por eso todo lo que Jesús hace y dice marca nuestra vida y la marca como fuego. Es sumamente importante mirar a Jesús, escuchar a Jesús, ver lo que hace Jesús. Saber ver por qué reacciona de esta manera, o por qué reacciona de esta otra. Por eso le pedimos ahora a Jesús: “Ayúdame a tener hambre de leer el Evangelio, de escuchar el Evangelio todos los días. Y sobre todo ayúdame Jesús a que me entre al corazón lo que estoy leyendo de tu Palabra”.
En este caso vemos que Jesús se mete en una discusión que estaban teniendo los apóstoles a espaldas de Él. Estaban discutiendo nada menos que quién era el más importante de ellos, de los doce. Una discusión horrible, porque es como discutir entre hermanos y preguntar:
- ¿A quién quieren más mis padres?
- ¿A quién de todos nosotros nos quiere más papá y mamá?
- ¿Quién es el más importante?
- ¿Quién es más importante en el trabajo?
- ¿Quién es el más importante para este profesor?
¿Quién es el más importante para mis hijos?…Son discusiones como muy feas, comparaciones feas, en el cual unos intentarán tener la razón y decir: Mira, yo soy el más importante porque soy el que más plata aporto. Yo soy el más importante porque soy el que más títulos tiene, o el que más sabe de este tema. Yo soy el más importante porque soy el que siempre está, porque soy el que se ocupa de todos los problemas… y así podemos estar hasta el infinito diciendo que somos los más importantes por esto o por lo otro. Cuando en realidad no somos los más importantes. ¡Nunca, nunca, nunca, nunca! El más importante solo es Jesús.
Y Jesús, nos recuerda con ese ejemplo tan gráfico de meter a un niño en el medio y decirles: ¡Éste es el más importante, el que no tiene ni idea de su importancia. ¡El que no tiene ninguna importancia! Porque este chiquitín que Jesús pone entre los discípulos, no tiene ni ciencia, ni sabe, no tiene sabiduría, no tiene poder, no tiene plata, no tiene virtudes todavía, no tiene nada. Es un niño, un niño no tiene nada fundamentalmente.
Es alucinante lo que hace Jesús, ponerles en el medio a alguien quien no tiene nada y les dice: ¡Éste es el más importante, este es el más rico, este es el que tiene la posta, éste es el que sabe, el que no tiene nada, el que parece que no vale nada! Porque en este, Dios escribe. En esta persona Dios puede escribir. No olvidemos que Dios escribe derecho con renglones torcidos. Dios no puede escribir derecho con renglones derechos. Dios no puede escribir con personas adultas, con personas que se creen dueñas de sus virtudes, y piensan que son sabias, que se ufanan de las virtudes que tienen.
RENGLONES DERECHOS
En la medida en que nos ufanamos, nos agrandamos y nos sentimos mejores porque vamos a misa los domingos, porque vivimos mejor la castidad, porque vivimos mejor la generosidad, porque vivimos mejor el plan de vida, las obligaciones de piedad que cada uno haya querido imponer, porque somos buenos hijos, porque somos generosos con el dinero, porque ayudamos a los demás…
Y en la medida en que nos sentimos mejores que otros… ¡En ese momento somos los peores! En ese momento tal vez no es que seamos de los peores, pero Dios deja de poder contar con nosotros. Nos hemos convertido en un renglón derecho, y los renglones derechos no sirven para Dios. Dios sólo puede utilizar renglones torcidos.
Por eso es tan importante, tan importante, que hiciéramos siempre un renglón torcido. Porque Dios con renglones torcidos, puede escribir todo lo que quiera. Necesitamos ser renglones torcidos para Dios. Por eso pidámosle a Jesús: “Jesús, que nunca me sienta mejor. Que nunca me considere mejor que nadie. Y nunca me considere superior. Que nunca me sienta superior a los demás, mejor en importancia, porque en ese momento habré perdido mi norte, mi rumbo”.
CORAZÓN DE NIÑO
Es muy bonito el actuar de Jesús, poner a un niño como lo más importante, como el que tiene la razón, como el que tiene el poder, como el que se parece más a Dios, porque Dios actúa mejor con los niños. Dios puede actuar con los niños y no puede actuar con los adultos, con los que se creen adultos.
“Háganse como niños”
(Mt 18,3)
Necesitamos hacernos como niños para que Dios pueda comunicarse con nosotros. Para que Dios pueda hablar a nuestro corazón: hacernos como niños. Para eso es mejor “servir”.
Pienso que un camino que siempre nos ayudará mucho en la vida interior, en este trato con Jesús, porque estamos tratando de hacer dos cosas en estos ratos de oración: crecer en relación con Jesús, tener más vida interior, tener más parecido a Jesús, y que si nos mirásemos en el espejo de Dios pudiésemos decir: -Bueno, la verdad que me voy pareciendo un poquito más a Jesús que ayer o anteayer, o que el año pasado. Tengo un poquito más de parecido a Jesús.
Si existiese ese espejo (que existe y son los demás) y que al vernos nos puedan decir: ¡Mira, si, la verdad que cuando veo tu vida, veo la vida de Cristo. Cuando leo en tu vida entiendo y leo la vida de Jesucristo!
Por eso, para poder conseguir ese “parecernos un poquitito más a Dios”, estamos haciendo esto que es crecer en vida interior a través de la oración, a través del diálogo con Jesús. Estamos apuntando a dos objetivos: crecer en parecido con Jesús para hacernos más como Jesús y que los demás puedan decir: ¡Esta persona lee la vida de Cristo seguro, porque se le parece más!
PERSONA DE ORACIÒN
Y por otro lado, necesitamos alimentar esa relación, crecer en ese camino de oración. En ese camino de diálogo con Jesús para que pueda ir creciendo nuestra relación con Él.
Por eso le estamos pidiendo a cada rato a Jesús: “Ayúdame a ser una persona de oración. Ayúdame a que pueda hablar más con Vos, a que tenga hambre, no sólo de leer el Evangelio, de conocerte mejor, sino, además de tratarte. Que me salga a pedirte ayuda, que te dé gracias, que me salga contarte mis problemas, que me salga abrirte mi corazón. En este caso, decirte que me gustaría ser como ese niño del cual estás hablando.
Me encantaría tener el corazón de los niños. Me encantaría Jesús tener un corazón que no sea grande con lo que hace. Y me gustaría no era andarme, no considerarme superior a nadie”.
Yo tengo a mi padre al que estoy cuidando, que ya es mayor, y por lo tanto a veces parece más débil. Y sin embargo, es claramente mucho más parecido a Jesús que yo. Y Dios escuchará mucho más su oración.
Pidámosle a Jesús ser como niños, y que acoja nuestra oración.