UNA VISITA INESPERADA
Me van a perdonar, pero a mí el Evangelio de hoy, que es muy breve, me llena de optimismo y de ganas de luchar. Y pido perdón, digo que me tienen que perdonar, porque entiendo que ésto no es tan evidente.
Y alguno puede pensar: —Que no está de acuerdo… —Que eso que yo digo es una percepción personal… —O pueden decir que la lectura está un poco forzada…
Pero bueno, es la opinión personal, porque a simple vista lo que nos propone la Iglesia para la Liturgia de hoy, es uno de esos pasajes que pueden ser vistos, vamos a decir, desde un punto de vista meramente humano, como un mal gesto de Jesús, un acto de desprecio, un desplante…
Y claro, para alguien que está conociéndote Señor, lo de hoy puede causar perplejidad, porque hay algo que no cuadra con lo que hemos visto en otros pasajes.
Aquel mismo que habla de un amor verdadero por el prójimo y que vive hasta el extremo ese amor al prójimo, ahora pareciera no amar tanto a los de su propia sangre. Hay una incoherencia allí, ¿no?
O aquel que miró con compasión a la mujer hemorroísa, a la Magdalena, al joven rico, al leproso, ahora parece mirar con desprecio hasta su propia madre…
Es que hoy escuchamos de boca del evangelista san Lucas ese pasaje, en que en medio del ajetreo de predicar la Buena Noticia, a Ti, Señor, te llega una visita inesperada.
EL TÉRMINO ‘HERMANO’
Dice san Lucas:
«Vinieron a verle su madre y sus hermanos y no podían acercarse a él a causa de la muchedumbre»
(Lc 8, 19).
Imagínense el espectáculo: tanta gente, como hemos visto en otros momentos, agolpados alrededor de Jesús. Incluso la mujer que llegaba hasta el punto de decir:
«Si tan solo lo tocas, el borde de su manto…»
La gente que tiene prisa porque los veas, porque los atiendas, porque los sanes; y la Virgen María y tus parientes, abriéndose paso en medio de aquella multitud.
Bueno aquí vale la pena recordar brevemente lo que sabemos muy bien. Hemos escuchado otras veces, y lo sabemos, que en el mundo hebreo no existe un término que sea exclusivo para cada grado de parentesco, como sí lo existe en otras lenguas: primo, primo segundo, tía, abuela,etc. Sino que para todos los parientes se solía utilizar un término genérico, que es hermano/i>.
Yo tengo varios amigos que son de ascendencia árabe y que se suelen llamar primos. Todos son primos, y en realidad no son primos, pero bueno, es un término genérico.
Y así sucede en el hebreo también, aunque en realidad fuesen primos, cuñados, incluso vecinos o discípulos se les llamaba hermanos. Y la Biblia tiene varios ejemplos claros de esto.
50 PREGUNTAS SOBRE JESÚS
Aquí aprovecho para hacer publicidad. Si metes en Google 50 preguntas sobre Jesús Opus Dei, te aparece un artículo (que ya tiene su tiempo) pero que es valiosísimo sobre precisamente esto, 50 preguntas sobre Jesús.
Y allí, en la pregunta 27 de las 50, se explica con mucho más detalle esto que acabamos de decir. Es decir, que aquí, hermano, no significa que la Virgen María haya tenido otros hijos.
Pero bueno, más o menos aclarado este punto, vamos a seguir con nuestra meditación.
HACER PROPIA LA VOLUNTAD DE DIOS
¿Por qué esta respuesta tan desconcertante, Señor, cuando a ti te avisan que tu madre y tus hermanos quieren verte, y tú les respondes…
«—Mi madre y mis hermanos son los que oyen la Palabra de Dios y la cumplen»
(Lc 8, 21).
Y por supuesto que esto puede sonar a desplante, como queriendo decir: esa gente no es mi familia, no los conozco… Pero la Iglesia nunca lo ha entendido así.
Desde los inicios, los santos han visto que Tú, Jesús, más bien aprovechas esta ocasión para darnos una gran noticia. La noticia es que, para ser miembros del círculo VIP de Dios, ahí no hay nepotismo que valga. Es decir, que lo que tiene peso para ser parte de la familia de Dios no es tanto la sangre.
Es verdad que nosotros quisiéramos compartir la misma sangre que Tú, Señor. Bueno, si alguien aquí es del grupo sanguíneo AB, podría decir: —Tengo más chance de ser familia de Jesús, porque los milagros eucarísticos, todos coinciden con que el tipo de sangre es AB.
Pero con la respuesta del Evangelio de hoy, Tú nos revela, Señor, que más que pertenecer a un grupo sanguíneo, lo que nos hace poder participar de ese grupo VIP al que tú llamas familia, lo que importa es buscar, querer y hacer propia la voluntad de Dios.
ESE GRUPO AL QUE LLAMAS ‘FAMILIA’
«Mi madre y mis hermanos son estos, los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».
Y por eso, al inicio decía: ‘A mí este Evangelio me llena de muchísimo optimismo, porque yo también (y esto es una maravilla), yo también puedo ser parte del grupo VIP de Cristo. Ese grupo al que tú, Señor, llamas familia’.
Yo veo que Jesús me sigue llamando todo el tiempo a ser parte de su familia. Y con la ayuda de Dios lo veo posible y lo veo deseable.
No sé, pero a ti ¿no te ilusiona también que al terminar tu pasaje en este mundo, seas recibido por Jesús como su familia? Pues es posible. ¡Podemos ser familia de Dios por la divinidad!
Eso es evidente y en sentido estricto, tampoco podemos ser familia de Dios según la humanidad, porque no nos unen directamente vínculos sanguíneos con Jesús. Pero sí podemos serlo si nos empeñamos cada día en conocer la Palabra de Dios y ponerla por obra.
De hecho, eso es lo que procuramos fomentar con esta iniciativa de 10min con Jesús, sacarle brillo al Evangelio, a la Palabra de Dios. Meditarlo contigo, Jesús, para que vayamos agarrando ese gusto a tratarte, a conocerte, a querer lo que quieras Tú.
Que al leer la palabra de Dios no nos quedemos en lo etéreo, en lo nebuloso, en los buenos deseos, en el ojalá, sino que me salga natural.
Pregúntate cada vez que escuches, cada vez que leas la palabra de Dios: Señor, ¿qué quieres que cambie de mi vida con lo que acabo de escuchar? ¿Qué tengo que abandonar? ¿En qué quieres que me esfuerce más? ¿Qué virtud te gustaría que yo trabajara más? (…)
BUSCAR ESE PRIVILEGIO
¿Qué quiere Dios que yo cambie con este Evangelio de hoy?
Bueno, pues que seamos más almas de oración para poder preguntarle con mayor frecuencia durante el día: Señor, ¿esto es lo que quiero yo… Pero, ¿qué es lo que quieres tú? O Señor, ¿yo creo que debería estar en este o en aquel lugar? Pero, ¿dónde quieres que esté yo?
O Señor, ¿así creo yo que debería tratar esta persona?… O así creo yo que ésta persona merece ser tratada? Y cómo la tratarías Tú?…
O Señor, ante esto que me sucede, yo creo que debería reaccionar de este modo. Pero, ¿cómo reaccionarías Tú?
Además, para ser familia de Dios, no basta con conocer o con intuir más o menos lo que Dios quiere, sino que hay que dar el siguiente paso, que es ponerlo por obra, que es hacer lo propio.
Porque eso es algo típico del amor. Si no hay amor, se puede perfectamente saber lo que la otra persona quiere, sin hacer el mínimo esfuerzo por querer en algo lo que la otra persona quiere… (esto no es un juego de palabras).
Es que el amor, en cambio, mueve a querer lo que la otra persona amada quiere…
Lo vemos en un matrimonio de personas que se aman. Lo vemos en un padre, una madre que ama y se interesa por las cosas de su hijo o de su hija. Eso es lo que hace el amor.
LO IMPORTANTE ES QUERER
Y por eso, una segunda invitación del Evangelio de hoy es, a no quedarnos en el mero hecho de saber o de intuir lo que Dios quiere para nosotros. Sino en quererlo como lo haría una persona enamorada.
Hay ejemplos: Jonás sabía lo que Dios le pedía, pero en un primer momento no lo quería. No lo hizo propio.
Otro ejemplo: el joven rico del Evangelio, que se marchó triste y tenía clarísimo lo que Dios le estaba pidiendo.
Otro más evidente todavía es que hay alguien que no solamente escuchó la Palabra de Dios, sino que se convirtió con la Palabra de Dios. Judas Iscariote conoció la Palabra de Dios y la voluntad de Dios de primera mano, es que convivía con el mismo Verbo de Dios. Y prefirió darle la espalda. No hizo lo propio porque no había amor, eso que Dios le estaba pidiendo.
Por eso, no basta con saber, no basta con intuir, no basta con resignarse ni siquiera.
Ayúdanos, Señor, a dar el siguiente paso y a amar tu voluntad hasta el punto de hacer propia esa voluntad.
Yo creo que con esta ilusión, podemos soñar con ser parte de la familia de Dios.
…Y CUMPLIR LA VOLUNTAD DIVINA
Y ahora entendemos lo que tantos santos han entendido con estas palabras del Evangelio de hoy. Evidentemente no es un desprecio de Jesús hacia su madre, eso es imposible. Eso no cabe en una cabeza que tenga un mínimo de fe,
Sino que es todo lo contrario. Es un elogio, el elogio de la cercanía de la Virgen con Jesús, que va más allá de la sangre. Es una cercanía por el amor.
Como decía san Josemaría, es: «un amor llevado hasta el extremo, hasta el olvido completo de sí misma, contenta de estar allí donde la quiere Dios y cumpliendo con esmero la voluntad Divina.
María, nuestra Madre, es para nosotros ejemplo y camino. Hemos de procurar ser como ella. O sea, si alguien puede decir que es familia de Dios, es María. Y no solamente por la sangre, sino por esto que dice el Evangelio, por identificación con la voluntad de Dios.
Por eso debemos procurar ser como ella en las circunstancias concretas en las que Dios ha querido que vivamos»
(San Josemaría, Es Cristo que pasa, 148).