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¿QUIERES?

LA PISCINA PROBÁTICA

Hoy es uno de esos Evangelios que la verdad es que podría dar para mucho. Podría ser un pasaje para cualquier momento del año, pero ahora, en estos días finales de Cuaresma, nos viene como ‘anillo al dedo’.

Jesús sube a Jerusalén a la celebración de la fiesta de los judíos. Pasa junto a la llamada “Puerta de las ovejas”, que es por donde entraban a la Ciudad Santa los animales que iban a ser sacrificados en el templo.

Y junto a esta puerta está la famosa piscina probática (palabra que viene del griego probaton, que significa: ovejas).

Acota el evangelista un dato que desconcertó a mucha gente por muchos siglos. Porque dice: “la piscina tiene cinco pórticos, cinco soportales”. O sea, que la verdad es que es muy poco probable, sobre todo por las costumbres judías.

Porque la construcción de las piscinas, si tienen pórticos, suelen tener cuatro pórticos. Las piscinas suelen ser cuadradas y tienen un pórtico en cada lado de la piscina. Y de hecho había mucha incertidumbre: ¿por qué habría puesto cinco?, ¿será que se equivocó? Es que es imposible, etc, etc…

Hasta que en unas excavaciones en el siglo XIX encontraron finalmente los restos de esta piscina, de la piscina probática. Y, ¡sorpresa! El evangelista tenía razón, no se había equivocado.

Porque si bien, lo que consiguieron encontrar era una piscina rectangular que había sido excavada en la roca, pues es verdad, en cada uno de los cuatro lados de esa piscina rectangular, había un pórtico, pero además, había un quinto pórtico que la atravesaba y dividía esa piscina en dos estanques iguales.

Total, que bueno, san Juan se estaría riendo en el Cielo ante nuestra soberbia. El tiempo le dio la razón.

¿QUIERES?

Y bueno, este pasaje que nos propone la Liturgia es muy conocido. Lo que sucede aquí es el milagro de la curación del hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo, esperando pacientemente la oportunidad de entrar de primero en la piscina, apenas las aguas empezaran a removerse.

Pero con tan mala suerte de que, precisamente por no tener alguien que le ayudara, siempre otro se le adelantaba…¡Treinta y ocho años de paciente espera!

«Y Jesús, al verlo echado y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: ¿Quieres quedar sano?»

Vamos a meternos también nosotros en la escena. Y claro, nosotros conocemos a este pobre hombre enfermo. Treinta y ocho años en esa miserable situación; y viene por primera vez un hombre, Jesús, y le hace la pregunta:

«¿Quieres quedar sano?»

Pues obvio que sí. Treinta y ocho años queriendo quedar sano…

Nos puede parecer entonces, que la pregunta es innecesaria. Incluso si no conociéramos a Jesús. Nos podría también desconcertar, esta es una pregunta cruel.

Pero bueno, Jesús no da puntada sin hilo. Por supuesto que se da cuenta de la terrible situación de aquel hombre.

Pero la pregunta nos recuerda aquello tan cierto que decía san Agustín:

“Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

Y esta pregunta, “¿quieres?”, no es retórica, no es superflua ni mucho menos es cruel ante el sufrimiento que es evidente.

Lo que en realidad refleja es la delicadeza con la que Dios respeta la libertad de aquel hombre. Es más, termina siendo una invitación a manifestar públicamente su plena libertad.

Y LA PREGUNTA SE REPITE…

Y no es la única vez que el Señor lo hace. En otros pasajes del evangelio se repite más o menos esta misma pregunta:

«¿quieres? ¿de verdad, quieres? —Si quieres ser perfecto…, dice al joven rico. Y aquel muchacho rechazó la insinuación».

Esto es un comentario de san Josemaría.

Y cuenta el Evangelio que abiit tristis,«que se retiró entristecido». Por eso alguna vez lo he llamado El ave triste: perdió la alegría porque se negó a entregar su libertad a Dios” (Amigos de Dios, 23-24).

El Señor sigue repitiendo esta pregunta, más o menos la misma pregunta a cada uno de nosotros: ¿Quieres? (…)

Es por eso, éste evangelio nos viene muy bien en estos últimos días de la Cuaresma, porque nos estamos acercando a la celebración de la obra de nuestra redención.

Y aunque pudiera parecer innecesario preguntar: ¿Quién no quiere estar mejor? La verdad es que en la práctica, el misterio de la libertad nuestra mueve a muchos a decir: —Bueno, capaz sería bueno, pero no estoy tan seguro de querer…

Es decir, no es que Dios no quiera curarnos, pero antes que obligarnos, asombrosamente porque nos ama, prefiere correr el riesgo de nuestra libertad. No nos va a obligar a amarle y a decirle que sí.

UN CAMBIO EN LA FÓRMULA<

Hasta hace no muchos años, no sé si te acuerdas o si habías nacido, o si estabas todavía en la mente de Dios, la fórmula de la consagración del cáliz en la Santa Misa decía: “Esta es mi sangre (…) que será derramada por todos”.

El Papa Benedicto XVI recomendó que se cambiara la traducción en las lenguas vernáculas y se aproxime más a lo que decía el misal en latín, o incluso al texto en griego, y se emplease lo que ahora decimos los sacerdotes, el momento de la consagración del cáliz: “Ésta es mi sangre (…) que será derramada por muchos”.

Ya no se dice por todos, como se decía antes, ahora se dice por muchos. Y por supuesto que este cambio tuvo sus detractores. Y tenían sus razones, porque pensaron que aquello, lo que podía sugerir, es que el sacrificio de Cristo en la Cruz, no fue un sacrificio por toda la humanidad, sino por un grupo de escogidos.

Y en todo caso, podría ser incluso un grupo de predestinados, cosa que teológicamente no tiene sentido, pero por supuesto, que esto en absoluto es lo que tenía el Papa Benedicto en su mente.

Porque de hecho, explícitamente, en la justificación que da para este cambio, dice:

“Me gustaría recordar solamente tres pasajes de la Escritura: «Dios entregó a su Hijo por todos nosotros», escribe san Pablo en la Carta a los Romanos (Rm 8, 32).

«Uno solo murió por todos», dice san Pablo en la Segunda Carta a los Corintios, sobre la muerte de Jesús (¡ Cor 5, 14).

«Jesús se entregó a sí mismo para rescatar a todos», dice la primera Carta a Timoteo (1 Tm 2, 6).

Pero entonces, podemos preguntarnos nuevamente: si todo esto está claro, ¿por qué entonces la Plegaria Eucarística dice “por muchos””.

REDENCIÓN DE LA HUMANIDAD

Y la respuesta es la misma de la pregunta al paralítico en la piscina probática que leemos en el Evangelio de hoy: “Porque desde la Cruz Cristo ofrece la redención a toda la humanidad.

Y es como si le preguntase a cada uno de nosotros: “¿Quieres ser curado?” Algunos dirán que sí. Otros darán una respuesta dolorosísima para el Señor…

Pero movido por el amor, Jesús prefiere correr el riesgo de nuestra libertad. El mismo cardenal Ratzinger en un documento bastante previo a todo esto, lo recordaba y decía: “Debemos escuchar la totalidad del mensaje, no quedarnos solamente con lo que nos interesa. El Señor sí ama en verdad a todos y murió por todos. 

Pero también hay otra cosa que él no empuja ni rompe nuestra libertad como por arte de magia, sino que nos deja decir sí en su gran misericordia”. 

Por eso ahora, cada vez que escuchamos la fórmula de la consagración del Cáliz, y más ahora que nos acercamos a la Semana Santa, la semana de nuestra redención, nos acordamos de que Dios sí quiere sanarnos de la muerte del alma que trae el pecado y está dispuesto a llegar hasta el extremo de la muerte por conseguirlo.

Pero, para que esta curación surja todo su efecto, cada uno de nosotros tiene que responder rotundamente que sí con toda nuestra libertad.

Y NOS VUELVE A PREGUNTAR

En una de las catequesis de monseñor José Ignacio Munilla, que la verdad es que dice cosas muy interesantes y con una claridad impresionante, él resumía todo esto de un modo que a mí me parece sencillamente genial.

Y decía: “Estamos salvados en Cristo, Si. Pero la redención subjetiva quiere decir que esa gracia que Cristo ha obtenido, tú tienes que recibirla personalmente. Tú tienes que personalizarla. Es decir, tienes que abrirte a ella. 

El Señor quiere que la recibas libre y responsablemente. Y por eso los efectos del sacrificio de Cristo no acontecieron únicamente ahí en la Cruz, sino que están aconteciendo también ahora, hoy, en ese momento en el que el Señor te dice: 

“Ábrete a recibir los dones de la Redención, de la Cruz de Cristo y de su Resurrección; ábrete a recibirlos, porque podría ocurrir que hayamos sido salvados en Cristo y, sin embargo, no tengamos nuestro corazón abierto a recibir los dones de su Gracia. 

Estos son los efectos del sacrificio de Cristo. Y obviamente, pedimos el don del Espíritu para poderlos recibir y hacerlos nuestros. En una infinita acción de gracias”.

Pues esto es sencillo. Es decir, que el paralítico del Evangelio del día de hoy, en realidad somos cada uno de nosotros postrados a causa de nuestros pecados, de nuestras miserias.

Y la pregunta de Cristo, tan sencilla que puede parecer obvia, innecesaria, superflua ante lo evidente, en realidad tiene todo el sentido del mundo, especialmente en estos días:

“¿Quieres? Me dices que sí, que quieres. —Bien, pero ¿quieres como un avaro quiere su oro, como una madre quiere a su hijo, como un ambicioso quiere los honores o como un pobrecito sensual su placer? —¿No? —Entonces no quieres?”

(P. 316 de Camino, San Josemaría).

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