Y Jesús les dice a sus discípulos:
“Si el mundo los odia sepa que antes me ha odiado a Mí, si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya, pero no son del mundo sino que Yo los elegí y los saqué de él”.
(Jn 15, 18-19)
Y hoy queremos hablar con Jesús en este rato de oración, le pedimos Señor enséñanos a entender de qué forma el mundo nos odia, enséñanos cómo te odio a Ti y cómo podemos hacer para que en nuestros corazones jamás se albergue el odio. Que nosotros no tengamos esa rivalidad con los demás.
A veces puede surgir un sentimiento como de envidia o de celos de que a los otros les vaya mejor o de que una persona ha hecho igual que yo, pero a ella el resultado es distinto y es mejor.
Con los hermanos, es típico cuando los niños son pequeños, cuando ven que el hermano tiene algo que les gustaría tener sienten celos.
Pero cuando uno va creciendo, esos celos a veces pueden estar más presentes, uno no se da tanta cuenta cuántas veces los celos nos pueden jugar malas pasadas.
Porque hay que darse cuenta que todos estamos expuestos a sentir celos, no sólo celos de la pareja, no celos de fidelidad en general, sino celos de que a otros les vaya mejor que a nosotros o de querer que nos vaya tan bien como a los demás.
LOS CELOS HACEN ESTRAGOS EN EL ALMA
Pero hay que tomar en cuenta que los celos a veces van haciendo estragos en el alma, porque los celos son esa oscura y perturbadora emoción que se arraiga en el temor profundo de ser desplazados por un rival o privados de lo que consideramos nuestro derecho.
Los celos son la manifestación más insidiosa de la envidia, pues no se limita a la admiración del bien ajeno, sino que invade nuestro ser con nuestra angustia de perder lo que poseemos.
Es esa envidia pero a la vez temor. Los celos albergan un sentimiento de agravio por la intrusión en nuestro territorio, como aves territoriales por ejemplo, que les molesta que otros estén en ese ámbito.
También lo malo es que provocan como una disposición a la venganza ante el desprecio percibido de nuestros derechos o de nuestras reclamaciones, van más allá de la mera envidia, se distinguen por ese amor desmedido a nuestro bien personal, que a veces nos puede meter hasta como un miedo irracional que nos impulsa a preferir la inacción, antes de arriesgarnos a perder el reconocimiento, o que nos lleva a incluso a portarnos de una mala forma.
LOS CELOS SOCAVAN LA PAZ INTERIOR
Porque los celos no solo corroen la confianza en los demás, sino que también socavan nuestra propia paz interior, nos sumergen en un estado de constante alerta, de constante ansiedad.
Es fundamental confrontar y reconocer los celos, pues solo así podremos liberarnos de su yugo opresivo y alcanzar una relación más auténtica con nosotros mismos y con los demás.
En última instancia los celos nos privan de la alegría de celebrar los logros de los demás y de disfrutar plenamente de nuestras propias bendiciones.
Los celos son algo muy humano y de hecho encontramos en San Juan una escena que tal vez podríamos describirla como una escena de celo, en que Pedro volviéndose vio que los seguía el discípulo a que Jesús tanto amaba, el mismo que en la última cena había apoyado su pecho y le había preguntado Señor quién es este quién es el que te va a entregar y al verlo Pedro dice: Jesús Señor y ¿este qué? y Jesús le contesta: si quiero que este se quede hasta que yo venga, ¿a ti que? tú sígueme.
Y cuenta a San Juan que ese discípulo que empezó a correr entre los hermanos del rumor de que ese discípulo no moriría, pero podemos ver que Pedro parece que se ha dejado llevar por los celos, que son como esa deformación del corazón, una manifestación de una inseguridad interior o de un afecto maltrecho, Pedro va camino de santo, pero todavía habría de recibir del Señor enseñanzas importantes.
Y el Señor le corrige, ¿a vos qué pues? y es que esa es la mejor forma de salir de los celos, es a mí esto no me tiene que importar tanto, porque cuando le damos demasiada importancia entonces efectivamente nos pesa, nos duele, nos da deseos de venganza.
Porque recuerda el celo no perdona ámbitos ni los infantiles, ni el ámbito del mundo, de la pareja, ni a los hermanos, ni nada y ese instinto de acaparamiento no deja vivir al que le duele el celo, que está aquejado por las celotipias, le vienen dudas y más dudas que le van atormentando, en realidad es un efecto de la envidia.
LA ENVIDIA
La envidia es la tristeza por el bien ajeno y los celos son la angustia de no ser el centro del corazón del otro.
El celoso controla con desmedida, duda vive a agujas de sufrimiento, su propio corazón, no comparte la amistad, no es maduro en el amor, queda fijado en una obsesión malsana por el ser querido, que llega a ser enfermizo.
San Pedro seguramente no llegó a tanto, pero en este pasaje que estamos viendo aparecen los síntomas típicos de uno que se ha dejado llevar por los celos.
El celoso o se hunde en su sufrimiento o al contrario crece en el amor, las circunstancias en las que sufre desmedidamente, si las vive correctamente, se pueden transformar en espacios enormes donde da rienda suelta al amor, ya no son circunstancias dolorosas, sino ocasiones, oportunidades para crecer, para purificar, para darle esa fuerza a ese recomponer.
Se oyen historias en las que dos enemigos tras experimentar pruebas, llegan a ser los mejores amigos y el celoso tiene un gran potencial de amor en su interior.
A veces cuando las escenas de celos han sido fuertes y dejan heridas en los dos, especialmente cuando son parejas, tiene que pasar un poco de tiempo pero también uno puede reconocer el amor del otro, el amor del otro que tal vez no es tan sano. Y el que se ha mostrado celoso también descubrir su gran error, que es tal vez recurrir a la venganza, a la violencia, o a hacerle sentir mal al objeto de sus celos.
Vamos a pedirle a San Pedro, que nos ayude a no ser celosos nunca y si es que notamos que nos volvemos celosos, que sea de estos celos que se convierten en un buen amor. Que nos ayuden a rectificar, porque cuando detectamos en nuestra vida que hay celos, hay que intentar que sean un dolor que nos lleve al amor.
Que sean un dolor que sane, que nos ayude a moldear, a dar forma, cauce a este caudal y una adecuada educación en los afectos, puede llevar a personas sensibles, porque muchas veces son personas más sensibles, a una elevada posición en el amor.
QUE LOS CELOS NO GOBIERNEN NUESTRO CORAZÓN
Y todo comienza con este saber perdonar, saber pasar por alto y saber pedir perdón, igual que San Pedro sigue el consejo de Jesús, “¿a vos que te importa esto? Sígueme tú.
Nosotros también le seguiremos y escucharemos que muchas veces nos odiarán por esto, sí porque el mundo les odia,
“pero sepan que antes me han odiado a mí”.
El Señor nos da claridad también en esto.
Que saquemos en nuestra vida los celos.
Yo me imagino a nuestra Madre, la Virgen como una mujer llena de virtudes y que nunca dejó que los celos, de que tal vez Jesús se portaba tan bien con los discípulos, o con las santas mujeres, jamás le dio celos a Nuestra Madre, al contrario, siempre empujaba a la gente para que se acerquen más a su Hijo, Jesús, eso se lo pedimos, Señora que en este mes de mayo, aprendamos a estar cada vez más cerca de tu Hijo Jesús y que no permitamos nunca que los celos gobiernen nuestro corazón.
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