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RESCATAR A JESÚS

Jose y María Mafalda España

Hoy se cumplen cuarenta días después de la Navidad, cuarenta días después de ese 25 de diciembre y lo sé, no sólo porque haya contado los días en el calendario, sino porque hoy es la fiesta de la Presentación del Señor.

Incluso, podría haber sido una fiesta dentro del tiempo de Navidad (ya no estamos en el tiempo de Navidad), pero es una fiesta que está muy unida a esa infancia de Jesús.  Cuarenta días después del nacimiento del hijo, sobretodo en los matrimonios primerizos, tenían que ir con el hijo, con el primogénito, a presentarlo al Templo para, en un rito, entregárselo al Señor y, a su vez, rescatarlo.

LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO

En el cuarto misterio del rosario, consideramos esta escena: la Presentación o también la purificación de la Virgen.  Se cumplían estas dos ceremonias, según mandaba la Ley de Moisés: “El hijo primogénito debía ser presentado al Señor y después rescatado y la madre debía purificarse de la impureza legal contraída”.

Y así ocurre: Jesús llega al Templo en los brazos de María para ser presentado al Señor, como mandaba la Ley judía.  Entre las muchas enseñanzas salta a la vista el ejemplo de humildad que el Señor ha querido darnos.  Una humildad alegre, gozosa, porque de este modo ¿qué está queriendo decir? Cumplir la Voluntad de Dios.

“Si es para la Voluntad de Dios, pues allá voy, me presento en el Templo con Mis padres” y después ¿Qué otra enseñanza? Muchísimas.  Otra enseñanza que salta a la vista: la humildad de la Virgen.  No había entrado nunca antes a ese Templo, alguien tan puro como la Santísima Virgen María, ¡ninguna criatura!

LA HUMILDAD DE LA VIRGEN

La que concibió y fue concebida sin la más leve sombra de pecado ¿qué hace? Se humilla, se anonada, se abaja y nos da ejemplo de humildad.  Esa es la Virgen y ese es el Señor, van muy por delante.

Si se me permite Señor, la humildad de la Virgen es extraordinaria ¿por qué? Porque ¿en qué consiste la humildad?  Consiste, sencillamente, en tomar conciencia de quién soy yo, tomar conciencia de nuestra poquedad, de nuestra nada, porque eso es la verdad, eso es para nosotros andar en verdad.  Andar con la humildad siempre presente en nuestro corazón.  Andar en humildad, es andar en verdad.

Pero ¿la Virgen? Ni una arruga, ni una mancha; sin embargo, se sabía esclava delante de Ti, humilde delante de Ti.  Algo que también podemos considerar -bueno o por lo menos las madres- es que piensen en la presencia del Señor, si han consagrado sus hijos a Dios, si se los han entregado, si están desprendidos de ellos, si consideran que son del Señor.

OFRECER LOS HIJOS A DIOS

Este ejercicio lo podrás hacer si eres mamá primeriza, incluso si estás esperando en tu seno a tu primer hijo, a tu segundo, a tu tercer hijo o, si en cambio, eres ya abuelita, porque aún es tiempo de, en la oración, en la intimidad, en ese diálogo con Jesús, ofrecer los hijos a Dios: “Señor, son tuyos, cuídalos, son tuyos”.

Otro aspecto que podemos considerar es lo que presentan José y María para rescatar al Niño, ¿qué ofrecen? Un par de tórtolas.  Se podía ofrecer un ternero también, pero si la situación económica no lo permitía, pues se podían ofrecer un par de tórtolas y eso es lo que ofrecen José y María.

Yo me pregunto, ¿si José y María hubiesen tenido la oportunidad de ofrecer al Señor un ternero ¿qué habrían hecho? lo hubieran ofrecido, te lo aseguro.  No se ponen con medianías, no se ponen a ver, “si puedo ofrecer un ternero, pero también dos tórtolas… llevemos un par de tórtolas”.  No, no, no, no.  Ofrecen un par de tórtolas porque, literalmente, no tenían tanto dinero.

¿QUÉ LE OFREZCO YO AL SEÑOR?

Jesús, es el momento de preguntarnos: ¿Yo te ofrezco cascarilla, lo que me sobra? o ¿te ofrezco lo mejor, lo de mejor calidad?  En realidad, ¿qué fue lo que ofrecieron María y José? A Jesús, eso fue lo que ofrecieron, ¡es la mejor ofrenda!

Y esa es la ofrenda que todos los días se ofrece en el Templo, en la Iglesia, en el altar.  Nuestras ofrendas las unimos al único sacrificio agradable a Dios Padre, que es el sacrificio de Su Hijo.  Y eso se hace posible en la santa Misa cada día.

¿Qué es lo que presentamos a Jesús cada día en la misa? Piénsalo tú, en tu oración personal.  Principalmente: nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, el cansancio, las buenas obras, la caridad, que no son sino, las cosas ordinarias: el buen trato, la sonrisa y la alegría, la ayuda sin esperar nada a cambio, la amistad sincera…

JESÚS QUIERE COSAS PEQUEÑAS

Al Señor le gusta que le presentemos las cosas ordinarias, cosas pequeñas, como aquellas dos tórtolas.  No nos exige grandes cosas; eso sí, cosas pequeñas, pero continuamente, permanentemente.  Pero que lo hagamos porque nos nace del corazón, ahí está la diferencia y por amor, por amor a Dios y a los demás.

Que nuestra vida esté llena de ofrecimientos en cosas pequeñas y al final, llegaremos a la presencia de Dios con las manos llenas, repletas de pequeños detalles y ¿estos días que estamos más en casa? Pues detalles pequeños, continuos.  Hay que ser creativos, no caer en la rutina.

El otro día, vi en el estado de una persona, un video corto que al final proponía esta consideración:

“No cuentes los días; haz que cada día cuente”.

(Muhammad Ali)

Simpático, muy breve, pero muy elocuente.

ALABAR A DIOS EN LA VIDA ORDINARIA

“Jesús, se nos acaba el tiempo, vamos sacando propósitos de estos 10 minutos de oración”.  Cómo no recordar en esa escena del Evangelio, que entre la multitud que llena el Templo, sólo dos ancianos, Simeón y Ana, reconocen a Cristo en brazos de la Virgen.

            “Simeón se acerca, toma al Niño en brazos y bendice a Dios diciendo: ahora Señor puedes sacar en paz de este mundo a Tu siervo según Tu palabra: porque mis ojos han visto a Tu Salvador”

(Lc 2, 28-30).

“Y Ana alababa también a Dios y hablaba del Niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén”.

(Lc 2, 38)

Vamos a pedirle a la Virgen y a San José que nosotros también seamos capaces de alabar a Dios en la vida ordinaria.  A través de las cosas pequeñas y que estemos preparados para presentarnos en cualquier momento al Señor; incluso, diciendo como Simeón:

“Ahora Señor puedes sacar en paz de este mundo a Tu siervo”.

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