Hoy celebramos la conmemoración de los fieles difuntos y la Iglesia nos propone un evangelio que hemos meditado muchas veces, Jesús dijo a sus discípulos:
“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, rodeado de todos los ángeles, se sentará en el trono glorioso y todas las naciones serán reunidas en su presencia y él separará a unos de otros como el pastor separa a las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha -o sea, a las ovejas, a su derecha- y a los cabritos a su izquierda.” (Mt 25, 31- 34).
Está aquí esa fórmula de canonización, o sea, de que el rey dirá a los que tenga su derecha, a las ovejas:
“…Vengan benditos de mi padre y reciban la herencia en el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo.”
(Mt 25, 34).
Y después les dirá las razones, porqué es que pueden gozar de esa presencia del rey, porque pueden gozar desde esa herencia que es preparada desde el comienzo del mundo:
“porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estaba de paso y me alojaron; desnudo y me vistieron; enfermo y me visitaron; preso y me vinieron a ver.”
(Mt 25, 36).
Cuando le preguntan los justos:
“¿Cuándo hicimos eso, Señor? El rey les responde: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”
(Mt 25, 40).
Yo creo que para todos es muy claro que esta va a ser la forma en la que nos juzguen. No va a ser la forma de si celebraste o no el Halloween; o si es que, no sé, jugaste o no jugaste en la liga de fútbol, no. Esto es una cosa distinta, es ayudar a los que lo necesitan, es vivir las obras de misericordia.
VIVIR LAS OBRAS DE MISERICORDIA
Hoy que estamos celebrando la “Conmemoración de los fieles difuntos”, vale la pena primero, pensar en nuestra vida, lo vamos a hacer brevemente, porque la verdad es que tenemos que pensar en la vida de los que ya se fueron.
Pero ¿cómo vivimos las obras de misericordia? Una de las obras de misericordia que tenemos que vivir aquí en vida es, justamente, rezar por las almas de los fieles difuntos.
Rezar por esos que, no sabemos si están en el cielo, han muerto, pueden estar en el purgatorio. ¿Cómo rezamos?
Recuerdo haber leído, varias veces, que san Josemaría tenía la ilusión de ganar todas las indulgencias plenarias que pudiera. Sabemos que sólo se puede ganar una al día, para intentar vaciar el purgatorio, decía él. Vaciar el purgatorio.
Que realmente nadie quede ahí. Es que, caer directamente después de la muerte en el cielo o ir al cielo, no es algo tan fácil; es algo que se presenta, a veces, con bastante dificultad.
Bueno, todos tenemos este camino sobre la tierra de intentar ganar el cielo. Y sabemos que portarnos bien no es tan sencillo que, a veces, nos falta la confianza en que los problemas van a terminar; que nos falta esa fe, a veces, para ver detrás de todas las cosas, las buenas y las malas, la mano de nuestro Señor Jesucristo, que nos cuesta, en definitiva, comportarnos cristianamente porque el cuerpo pide otra cosa.
El cuerpo pide fiesta. El cuerpo pide responder con una mentira para quedar bien; pide, a veces, comer de más. El cuerpo pide todos los pecados que se nos pueden venir a la cabeza.
APROVECHAR EL TIEMPO PARA HACER EL BIEN
Por eso, Señor, hoy que lo experimentamos en carne propia, queremos pedirte por todos los que ya han partido. Que también, seguramente, tuvieron estas mismas luchas. También tuvieron que luchar contra su soberbia, contra su carácter, contra la falta de templanza.
Señor, te pedimos, porque sabemos que necesitan ayuda, eso es lo que tenemos claro de este evangelio. Porque, realmente, vivir a este nivel, de preocuparnos constantemente de nuestros hermanos, muy pocas personas lo han logrado.
Por eso hay ese tiempo que es el tiempo del purgatorio para limpiarse. Y eso es lo que queremos hacer ahora rezar, justamente, Señor, por los que están en el purgatorio, por todas las personas que están en el purgatorio.
Aprovechamos también para agradecerte por aquellos que están ya en el cielo. Por esos que también conocimos aquí y que su vida santa les llevó a dar ese salto directamente al cielo o que pasaron ya por un tiempo en el purgatorio y dieron el salto definitivo a conocerte en el cielo.
Sabemos que vita mutator non tollitur, que la vida cambia, no se nos quita y que la muerte para nosotros es un cambio de casa. Por eso tenemos esa convicción profunda de que la vida en la tierra es espátium verae poeniténtiae, es tiempo de penitencia. Y por eso la consideración de la muerte nos lleva al deseo de aprovechar muy bien el tiempo de que disponemos para hacer el bien.
Hacer todas estas obras de misericordia que nos pide justamente el Señor en este evangelio. Vivir la comunión de los santos con nuestras buenas amigas, las ánimas del purgatorio, saber pedir por ellas, tenerlas en la misa.
REZAR EN LA MISA
Cuando uno reza en la misa, el canon uno o el canon romano es más fácil, porque se hace una breve pausa para, justamente, poner los nombres de esas personas que queremos rezar, que ya han fallecido.
Cuando rezamos los otros cánones tenemos que estar un poco más atentos. Pero qué importante es rezar siempre, rezar siempre, estar con esa claridad de que ellos necesitan de nuestra misericordia.
De hecho, a lo largo de la historia de la Iglesia, muchas veces se han hecho cosas para para llamar la atención de los fieles.
En Roma, al final de la Vía Veneto está la Cripta de la Iglesia de los Capuchinos, que tiene un diseño bastante inusual, son cinco capillas que están revestidas con los restos de monjes de siglos pasados, todo: las paredes, las bóvedas están decoradas con huesos de tibias, con perones, con omóplatos, con caderas…
Son montones de huesos, pilas de cráneos, de vértebras de costillas, además puestas en las más elaboradas disposiciones. Hay algunos monjes embalsamados que están como adormecidos, vestidos todavía con hábitos que algunos imitan posturas de oración, otros de descanso.
En la entrada hay un cartel que advierte al visitante: Vosotros recordad, éramos lo que sois ahora, pero con el tiempo cada uno de vosotros será lo que somos nosotros ahora.
Uno podría decir, y ayuda un mensaje tan macabro a la gente del siglo XXI, porque nuestra sensibilidad es muy diferente a la de los constructores de esas capillas. Sin embargo, la sabiduría que obtenemos al reflexionar sobre nuestra propia muerte puede hacer que aprovechemos mejor el tiempo.
PREPARARNOS PARA LA MUERTE
Esto ha pasado en todos los siglos. Por ejemplo, en el siglo XII, San Francisco escribió:
“Alabado sea mi Señor por nuestra hermana la muerte corporal que ningún hombre vivo puede evitar. Ay de los que mueren en pecados mortales. Bienaventurados los que mueren en tu Santísima voluntad, porque la segunda muerte no les hará ningún mal.”
Dos siglos después, Tomás de Kempis escribió:
“Así es como debes comportarte en cada acción y en cada pensamiento, como si fueras a morir hoy. Si tuvieras la conciencia tranquila no tendrías mucho miedo a la muerte. Es mejor evitar el pecado que huir de la muerte. ¿Si no estás preparado hoy, lo estarás mañana?”
Señor, queremos prepararnos para la muerte, para estar listos para cuando llegue. Queremos pedirte hoy, especialmente, por los que ya han dado ese salto, viviendo esta comunión de los santos que nos une con todos: con la Iglesia Triunfante, con la Iglesia Purgante y con la Iglesia Militante que somos nosotros. Que seamos también cada vez más el ejército de cristianos que rezamos aquí, en la vida, por los que ya se fueron.
Cuánta devoción filial se necesita, para rezar por un padre, una madre, unos abuelos muertos hace muchos años. Pero es importante que lo sigamos haciendo, porque eso es lo que podemos hacer nosotros ahora.
Y porque cuando nos muramos, también quisiéramos que esas personas que quedan vivas recen por nosotros todo lo que puedan.
A esas personas que se fueron ya y que tenemos nuestro corazón les ponemos en manos de nuestra santa Madre.
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