YO SOY EL BUEN PASTOR
Una vez un sacerdote tuvo un día complicado, de esos en los que al final quedan sólo dos neuronas trabajando. Decidió usar una de ellas para llevar a llenar el tanque del carro. Y allí estaba, en la estación de servicio, esperando a que terminaran de surtirle, cuando en la isla de al lado se detuvo un carro, bajó la ventanilla y el conductor le dijo: —Oiga, ¿es usted católico?
Por el tono del saludo se notaba que buscaba pelea, pero, aun así, el sacerdote sacó su mejor sonrisa a pesar del cansancio y le devolvió amablemente el saludo.
Pero aquel hombre siguió con el ataque: —Mire, yo soy pastor de la palabra de Dios y no entiendo por qué los católicos a ustedes les llaman ‘padre’ si Jesucristo lo prohíbe explícitamente en capítulo 23 de san Mateo:
«No llamen padre a nadie en la tierra porque Uno solo es el padre de ustedes, el del cielo»
(Mt 23,9).
El sacerdote, a quien ahora le quedaba una sola neurona libre, respiró profundo, se encomendó para no faltar a la caridad, pero igual decidió bajar al ruedo. Se puso al mismo nivel exegético de aquel hombre y le explicó: —Si esas tenemos, en el capítulo 10, pero de san Juan, el mismo Jesucristo dice:
«—Yo soy el buen pastor»,
por lo tanto, el resto de los pastores son malos. Y arrancó y se fue.
Lo que decía aquel hombre es verdad, Dios es nuestro Padre, en grado máximo, pero también es cierto lo que dice san Pablo en la carta a los Efesios: que de esa paternidad de Dios “toma nombre toda paternidad en el Cielo y en la Tierra”.
PADRES Y SACERDOTES
Es decir que, si llamamos así a nuestros padres y sacerdotes, es la imagen de Dios, que es nuestro verdadero Padre. Una cosa da fundamento a la otra.
Tal vez, por eso el maligno se empeña en destruir a la familia y en generar una fuerte crisis de paternidad: porque si nos cuesta entender lo que significa tener un padre bueno, por el motivo que sea, nos va a costar más entender a Dios.
Del mismo modo, esta lógica aplica al sacerdocio y a Jesucristo. Si llamamos ‘sacerdote’ a algunas personas es a imagen de Jesucristo, quien es el único y verdadero sacerdote en plenitud.
Eso es precisamente lo que estamos celebrando litúrgicamente el día de hoy: es la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote.
Es Sumo sacerdote, porque no hay más excelso que Él. Siendo verdadero Dios, su encarnación le permitió asumir nuestra pobre naturaleza, y ser el puente, verdadero mediador entre Dios.
Él es el Pontifex, pontífice, “el que hace puentes”, que une lo divino con lo humano y por eso, capaz de reconciliar la humanidad con Dios.
Es también Jesucristo Eterno sacerdote, según el orden de Melquisedec, y Jesús,
«Por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio eterno»
(Hb 7,24);
«Siempre vive para interceder por nosotros»
(Hb 7, 24-25).
DAR GRACIAS POR SU SACRIFICIO
Y por todo esto hoy es un día para agradecer nuevamente a Dios por el modo admirable en que resolvió nuestra situación de esclavitud en el pecado.
El sacrificio único y perfecto de Cristo en la Cruz, y renovado en cada Eucaristía, nos concede la gracia que ahora permite la inhabitación de Dios en nuestras almas, ¿cómo no darle gracias a Dios por esto?
Un sacerdote que no entrega dones a Dios, sino que, siendo Dios, se entrega a sí mismo como don perfecto: Sacerdote perfecto. De su sacerdocio procede todo sacerdocio.
Por eso, aprovechamos esta fiesta para pedir por los sacerdotes que formamos parte de “Hablar con Jesús” y por todos los sacerdotes del mundo.
Y lo que pedimos no es tanto ser mejores predicadores, o mejores gerentes de parroquias, sino ser cada vez más parecidos a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote de quien procede todo sacerdocio.
Que las almas encuentren en nosotros otros Cristos, preocupados únicamente de llevar más almas a Dios, siendo instrumentos dóciles en sus manos.
Pero esto de parecerse a Cristo es tan difícil que, si no es por la ayuda de Dios, resulta misión imposible, ¡no hay quien pueda!
Por eso, quería pedirte a ti, que haces conmigo este rato de oración, que pidamos juntos este favor por todos los sacerdotes del mundo: ser cada vez más parecidos a Cristo, sumo y eterno sacerdote.
Porque lo que da sentido a nuestro ministerio y a nuestras vidas es precisamente en la imitación de Cristo en el unir el cielo y la tierra, y si nos despistamos en esta meta, todo pierde sentido.
REZAMOS POR LOS SACERDOTES
Y como sucede con la paternidad, estoy convencido de que el enemigo tiene especial interés en destruir y crear una fuerte crisis de sacerdotes. Porque si los fieles no encuentran muchos santos sacerdotes, les será más difícil ver a Cristo, de quien deben ser reflejo.
En una ocasión, reunido con muchas personas en un país de Latinoamérica, san Josemaría les decía con contundencia:
“Rezad por todos los sacerdotes —pecadores como yo—, para que no hagamos locuras y para que, en el altar y fuera del altar, nos portemos como Jesucristo y Nuestra Madre la Iglesia quieren. No hay ningún sacerdote malo, son buenos todos. Serían mejores si rezáramos más. ¡Vamos a pedir más!”.
Estas palabras de San Josemaría pueden generar cierta suspicacia. Tal vez te venga a la mente un disgusto ante una palabra o actitud de algún sacerdote y tengas la seguridad de que hay motivos para decepcionarse.
Pero hemos de rechazar todo juicio crítico que fomenta la desunión en el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.
Antes bien, la reacción natural de un buen cristiano es rezar por la santidad de ese y de todos los sacerdotes.
SUMO Y ETERNO SACERDOTE
Yo estoy seguro de que unidos en este rato de oración a lo largo de toda América Latina, y siguiendo este consejo de san Josemaría, conseguiremos que algún sacerdote que siente especiales ataques del enemigo, encuentre la fortaleza para enamorarse más de Cristo, para enamorarse más de su vocación y de las almas que Dios le ha confiado.
Y contamos además con la fortuna de celebrar esta fiesta en el mes de mayo. Por lo que la petición es también a nuestra madre del Cielo. Que se llenen los seminarios, pero sólo de quienes estén dispuestos a luchar por ser otros Cristos.
Que libre de las acechanzas del enemigo a todos los sacerdotes, especialmente a aquellos que se sienten solos, a pesar de estar rodeados de mucha gente.
Cada vez que un sacerdote se desorienta en su rumbo, el infierno hace fiesta.
Le pedimos a nuestra Madre que todos perseveren en su vocación para que, al encontrarse finalmente con Jesucristo cara a cara, puedan escuchar de sus labios el halago de haber luchado, por amor hasta el último instante de sus vidas, en parecerse cada vez más al único sumo y eterno sacerdote.