SEGUIMOS DE FIESTA
Estamos con la alegría de la Navidad, dándole gracias, seguramente “muchas gracias” a san José y a la Virgen, por cuidar tan bien al Niño. A la Virgen especialmente, por darnos a este niño tan bueno; tan bonito.
Y seguramente los villancicos que estaremos cantando y podemos ir explorando algunos nuevos, salen la Virgen y aparece también san José, los pastores y reyes.
Démosle muchas gracias a san José y a la Virgen. Vivamos esta fecha, (no sólo aquellas en las que preparamos la Navidad) sino también ahora mismo le podemos decir:
“Gracias, Madre mía, gracias. San José, gracias por este niño, gracias por cuidarlo tan bien. Muéstrenme al Niño o, san José, me gustaría tener al niño un ratito”.
Y así se nos va la imaginación, se nos va la oración… Aprovechemos estos días de navidad, de agradecimiento, de cariño a la Virgen, a san José y de mucho cariño al Niño, por supuesto.
SAN ESTEBAN
Y diría así, de manera tan abrupta quizá, aparece en la Liturgia la conmemoración de san Esteban, porque es como saltar muchos años hacia adelante, incluso habiendo predicado el Señor ya adulto en su vida pública.
Este niño que ayer hemos recibido, habiendo ya pasado toda su infancia y juventud, un hombre maduro, la vida pública de Jesús. Luego viene la Última Cena, la oración del Huerto y la Pasión del Señor. Tu muerte y Tu Resurrección.
Pasa todo eso. Pasa incluso la Ascensión del Señor al Cielo, los primeros pasos, los comienzos de la Iglesia y el martirio de san Esteban.
Y hoy día conmemoramos eso litúrgicamente, aquí y en todas partes, en la Iglesia. San Esteban Mártir, diácono de aquellos primerísimos. Un grande realmente, un testigo de Jesús, un servidor Testigo de Jesús.
Testigo es mártir en griego. Y diácono, el que sirve, servidor. Realmente san Esteban es un grande.
LAS HUELLAS DE LOS MÁRTIRES
La Iglesia quiere, “Tú Señor, quieres que hoy día nosotros nos recojamos, por decirlo así, interiormente y que conmemoremos a san Esteban también, testigo de Jesús, de este niño que ha nacido.
Dice un villancico, como poniéndolo en boca Tuya, Jesús: «Esto de que viniste a la tierra para padecer, (no padecer por padecer), sino por mí, para ganarme una vida eterna, con tu resurrección».
Bueno, “Tú, Señor, así que viniste a esta tierra para padecer, niño que te hemos recibido ayer. Bueno, así también tantos en la historia de la Iglesia y en el presente de la Iglesia. Y sin duda en el futuro también, siguiendo las huellas del Señor: Testigos de Jesús. Mártires con Jesús como san Esteban.
Cuenta los Hechos de los Apóstoles:
“Esteban, lleno de gracia y poder, lleno de luz y de fuerza al mismo tiempo. Realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo”.
LUZ DEL SEÑOR
Pero aquí viene, como cuando en una película la música se pone así, un poco más densa, un poco más dramática. Dice:
“Unos cuantos, de la sinagoga, llamada de los libertos oriundos de Cirene y Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban, pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba”
(Hch 6:8-10, 7:54-59).
La luz en san Esteban, la fuerza, luz Tuya Señor. Fuerza Tuya, en toda la historia de la Iglesia.
Luz de Dios. Sabiduría que es luz y espíritu, garra, fuerza que es luz, diaconía y servicio.
Le podemos pedir ahora al Señor quizás, tú le vas diciendo por dentro, aprovechando estas ideas que van saliendo, aprovechando esta memoria litúrgica de san Esteban.
Quizás tú también y yo. aprovechamos interiormente con el corazón de pedirle al Señor: “Señor, dame esta misma luz y fuerza. Esta garra. En este aspecto, en este otro. En ese tema de mi familia. Señor, dame más luz y fuerza, no cualquier luz: ¡Tu luz! Jesús, no cualquier fuerza: ¡Tu fuerza!”
Si nosotros estamos pensando en alguna cosa, así como de conciencia más personal, algo en nuestra familia, algo en la sociedad… seguro que sí.
Sigue contando en los Hechos los Apóstoles, al parecer de la pluma de san Lucas que:
“Oyendo sus palabras, se recomían en sus corazones y rechinaban los dientes de rabia”.
LA FUERZA DEL AMOR
El ambiente estaba álgido, difícil y el contrapunto dice que Esteban, lleno del Espíritu Santo que es Luz con mayúscula, Amor, con mayúscula. Fuerza, con mayúscula.
Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijando la mirada en el Cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo:
“Veo los Cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie, a la derecha de Dios”.
Nosotros también tenemos que pedir ahora, seguro. Yo estoy aquí en un rinconcito de Chile, que es como un rinconcito de América.
Tú no sé dónde andas, no sé desde dónde rezas, pero seguro que todos nosotros estamos ahora pidiendo al Señor luz y fuerza, seguro para el Papa.
Todos los corazones de todos los cristianos van a Roma, al Papa. Pero luego también a tu obispo, al obispo de la diócesis, donde andas…
Con luz y fuerza a Dios, para esa persona amiga, la luz, fuerza y clarividencia. Este ver clarito de san Esteban, que atraviesa kilómetros y kilómetros, por decirlo así… Y ve el Cielo y al Señor: ¡La luz de Dios, la fuerza del Señor!
SIN MIEDO
Y estos que están ciegos, que podrían ver, pero están ciegos, no queriendo ver y con el corazón duro. Dice san Lucas:
“Dando un grito estentóreo se taparon los oídos y como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo”.
Fíjate en la violencia contra san Esteban. Él sigue en pánico, angustiado, pero lleno de la fuerza de Dios. Así como Tú Señor, en la oración del Huerto. En esos simulacros de juicios, en tu Pasión, en la flagelación, en la coronación de espinas y camino a la Cruz y en la Cruz.
Nosotros vemos al Señor, te contemplamos a Ti, Jesús, niño que has nacido, que has nacido para padecer, para darme a mí vida nueva. Para darnos a todos nosotros, los que creemos, como dice san Juan: la posibilidad de ser hijos de Dios.
Tú, Señor, camino a tu pasión, dando testimonio de la verdad, como le dijiste a Pilato. San Esteban lo mismo, Señor.
TESTIGOS LUMINOSOS
Te pedimos por la Iglesia. Te pedimos que seamos testigos luminosos, serenos y fuertes en la verdad.
Cuenta el texto y termina diciendo:
“Los testigos dejaron sus capas a los pies de un joven llamado Saulo y se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu”.
Mira tú a san Pablo y a Esteban, rezando como rezaste Tu Señor, pidiendo también por los que lo apedreaban. Pidiendo a Jesús:
“Señor, recibe mi Espíritu igual que el buen ladrón”.
Bueno, nosotros también le pedimos eso al Señor para nosotros, para tanta gente.
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