Nos encontramos ante otra solemnidad de la Iglesia: la solemnidad de san Pedro y san Pablo. Se dice que son las dos columnas del edificio de la Iglesia, que dieron su vida por Jesús y gracias a ellos el cristianismo se extendió por todo el mundo.
Casi todos sabemos una o dos cosas sobre estos santos; tal vez hemos leído y hemos aprendido algo de sus vidas o, aún mejor, han impactado las nuestras con su ejemplo.
Así que el propósito de esta meditación, de esta conversación con Jesús, será conocerlos un poco mejor. Por separado y juntos, pero sobretodo, identificarnos nosotros con sus vidas, que a su vez trataron hasta el final, cada uno de ellos, de asemejarlas con la de Jesús.
ESTAS SON SUS DIFERENCIAS
Antes de Jesús, Pablo fue miembro de las sinagogas fariseas. Inteligente y bien preparado, estuvo estudiando a los pies de Gamaliel, uno de los intelectuales más importantes de la época.
Mientras que Pedro, era un humilde pescador de oficio. No sabemos si aprendió a leer en la escuela Ravínica, lo más probable es que sí. Pero la diferencia entre ellos dos era notable.
Podemos establecer que, en su llamada particular, comparten el propósito, fueron distintos, pues Pedro le esperaba y Pablo le perseguía. Pedro fue encontrado haciendo su trabajo, pescando y Jesús le ofrece un nuevo sentido, hacerlo “pescador de hombres”. Nos lo dice san Mateo: que la respuesta fue inmediata.
En cambio a Pablo, le encontró persiguiendo a sus seguidores; y sabiendo que en cada cristiano esta Jesús, el Señor le preguntó:
«¿Por qué me persigues?»
(Hch 9, 4-9).
Pasando así, san Pablo, de ser perseguidor a ser discípulo de Jesús.
CABEZA DE LA IGLESIA
Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús. Vivió momentos muy importantes con Él: le vio caminar sobre las aguas, presenció la transfiguración, fue invitado a orar en el huerto de Getsemaní y, más tarde, le acompañó en su aprehensión. Le vio ascender al Cielo y, después de verle resucitado, fue lleno del Espíritu Santo en Pentecostés.
Mientras que Pablo, no fue apóstol directo del Señor. No escuchó sus predicaciones, ni vio sus milagros directamente. Pero cuando el Señor le llamó tuvo un encuentro vivo con Él. Todo cuanto alimentó su fe posteriormente, lo aprendió por medio de la oración y del testimonio del resto de los discípulos.
Con Jesús, Pedro pasó del miedo y negación, para luego llegar a la certeza. Jesús sigue una ruta distinta con Pablo y le hace pasar de ser perseguidor de los fieles -de los cristianos- a ser su embajador más excelso.
San Pedro: el que le hace cabeza, el que todos le siguen. San Pablo: el intelectual, el que había profundizado más, el que nos dejará en sus cartas una riqueza impresionante.
Dios tiene un propósito para cada uno y estos dos santos fueron buenas herramientas en su manos. Recibieron este llamado de Jesús.
Muchas veces el Señor nos llama a ti y a mí. Nos llama haciendo el bien, pescando como Pedro, inclusive cuando hacemos el mal, persiguiendo a otros cristianos. Nos llama siempre, por que Él sabe que Él es la salvación.
«Señor Jesús, queremos dirigirte esta oración con fe, para pedirte que seamos siempre dignos de la vocación, de ese llamado tuyo».
VOCACIÓN COMO DIVINO
La vocación es un don divino que Dios ha preparado desde la eternidad. Por eso, cuando el Señor se le manifestó en Damasco, Pablo no pidió consejo a la carne y a la sangre, no consultó a ningún hombre, porque tenía la seguridad de que Dios mismo le había llamado.
No atendió a los consejos de la prudencia carnal, sino que fue plenamente generoso con el Señor. Su entrega fue inmediata, total y sin condiciones.
Los apóstoles cuando escucharon la invitación de Jesús, también dejaron las redes al instante y san Pedro es ejemplo de dejarlo todo.
El Evangelio utiliza esa frase que a san Josemaría le gustaba tanto: «Relictis omnibus», abandonadas todas las cosas.
«Se fueron tras el Maestro»
(2Tim 4, 3).
Saulo, antiguo perseguidor de los cristianos, sigue ahora al Señor con toda prontitud.
Todos nosotros hemos recibido, de diversos modos, una llamada concreta para servir al Señor. Y a lo largo de la vida nos llegan nuevas invitaciones a seguirle en nuestras propias circunstancias, y es preciso ser generosos con el Señor en cada nuevo encuentro.
Hemos de saber preguntar a Jesús en la intimidad de la oración, como san Pablo:
«Señor ahora lo hacemos: ¿Qué he de hacer, Señor? ¿Qué quieres que deje por Ti? ¿En qué deseas que mejore? En este momento de mi vida, ¿Qué puedo hacer por Ti?«
ÉL ENVIARÁ SUS APÓSTOLES
El Señor Jesus nos conoce perfectamente y quiere que seamos gente contenta y alegre. En esta tierra lo seremos mientras nos acerquemos más a Él. Cuando le respondamos con claridad que sí. Cuando demos nuestro máximo esfuerzo por seguirle, como lo hicieron san Pedro y san Pablo.
En la primera lectura de la misa de esta solemnidad, vemos que Pedro que está encarcelado por Herodes:
“Pedro dormía entre dos soldados, atado con dos cadenas y los otros centinelas vigilaban la puerta de la prisión.
De pronto, apareció el Ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: «¡Levántate despacio, rápido!».
Entonces las cadenas se le cayeron de las manos. El Ángel le dijo, tienes que ponerte el cinturón y las sandalias. Pedro lo hizo y despues lo sacó y le salvó»
(Hch 12, 6-8).
Decía el Papa Francisco, durante la fiesta como hoy, en el año 2015:
«¿Pensamos en cuántas veces ha escuchado el Señor nuestra oración enviándonos un Ángel? Ese Ángel que inesperadamente nos sale al encuentro para sacarnos de situaciones complicadas, para arrancarnos del poder de la muerte y del maligno, para indicarnos el camino cuando nos extraviamos, para volver a encender en nosotros la llama de la esperanza. Para hacernos una caricia, para consolar nuestro corazón destrozado, para despertarnos del sueño existencial o simplemente para decirnos: »No estás solo»’
(Francisco. Fiesta de San Pedro y San Pablo, 29-6-15).
LOS NUEVOS ÁNGELES PROTECTORES
Todas las vocaciones también tienen una protección, que son los ángeles. A veces son los padres, los hermanos, los amigos cercanos; quienes como un ángel nos dan la fuerza nueva para caminar.
San Pedro y san Pablo tuvieron vidas muy fuertes, pero Dios estuvo cuidándoles durante todos sus trayectos; y pese a que Pablo tuvo peligros de mar, peligro de bandidos, naufragó varias veces… siempre supo que Dios estaba con él.
Y san Pedro, en este caso concreto, que estaba alrededor con la gente que quería hacerle el mal, Dios le saca de ahí por medio de su Ángel, para llevarle de nuevo a la Iglesia, porque su misión no había concluido.
Tú y yo, si intentamos corresponder como correspondieron san Pablo y san Pedro, encontraremos en nuestro camino también estos ángeles, esta sensación de que Cristo va siempre con nosotros. Y eso será lo que nos sostenga en las luchas. Por más duras que sean, por más pesadas que nos resulten, siempre está Dios con nosotros.
No podemos terminar la oración sin acudir a la Virgen. Pedro conocía personalmente a María y, conversando con ella, sobretodo en los días que precedieron Pentecostés, pudo profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo.
Pablo, anunciando el cumplimiento del plan salvífico «en la plenitud de los tiempos», no dejó de recordar a la «Mujer» de la que el Hijo de Dios nació en aquel tiempo. A ellos dos, a Pedro y Pablo acudimos para honrar también a nuestra Madre la Virgen.
Señora, ayúdanos a vivir nuestra vocación como lo hicieron estos dos hijos tuyos.