En estos diez minutos con Jesús -que siempre agradecemos porque nos ayudan a hacer oración, a mejorar nuestro diálogo con el Señor, a entrar más profundamente en ese diálogo con Jesucristo, le pedimos también que nos ayude, además de agradecerle esta posibilidad, esta herramienta que nos brinda y que nos permite estar más cerca suyo.
Le pedimos como siempre, que nos ayude a poder entablar ese diálogo personal con Él, indispensable para que crezca la relación. ¿Qué le podemos decir? Aunque sea una breve jaculatoria: -Señor, aparta de mí lo que me aparta de Ti, -Ayúdame Señor, no me dejes solo; tengo este problema, tengo esta angustia, tengo este miedo, tengo estas alegrías que compartir y que agradecerte… lo que sea, todas esas cosas que tenemos en el corazón, hablarlas con Jesús.
AL PIE DE LA CRUZ
Hoy el Evangelio nos presenta a la santísima Virgen al pie de la Cruz. El día de ayer hemos festejado la exaltación de la Santa Cruz. Aunque nos parezca una locura, hemos celebrado la Cruz.
Y hoy vamos a meditar en esta realidad, que es la Virgen, nuestra Madre, la Virgen santísima al pie de la Cruz. Dice el Evangelio de san Juan:
“Junto a la Cruz de Jesús estaban Su Madre y la hermana de Su madre; María, mujer de Cleofás y María Magdalena. Al ver a la Madre y, cerca de ella, al discípulo a quien Él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu Madre.» Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como suya”
(Jn 19, 25-27).
Este es un momento entrañable, nuestra Señora ha pasado por la Cruz; ha pasado por la Cruz como Jesús; ha sufrido la pasión; por eso es corredentora, porque ha padecido con Jesús todos los dolores de la Cruz.
Sintió en su corazón los latigazos. Sintió en su corazón la corona de espinas que le perforaba el pecho. Sintió cada uno de los golpes que le dieron a Jesús, todas sus caídas.
SENTIR EL DOLOR DE JESUCRISTO
La santísima Virgen tuvo una especial sensibilidad para entender, para sentir, para percibir la hondura del dolor de Jesucristo. No solo el dolor físico, sino fundamentalmente el dolor moral, la decepción que le hemos producido.
El haber pecado y como consecuencia del pecado, haberlo empujado a la Cruz, “el deicidio” que cometimos. El Señor estaría tremendamente destrozado en Su corazón y en Su cuerpo y la Virgen santísima también estaría destrozada.
Cuando tenemos problemas, no nos olvidemos de que ella tuvo más problemas que nosotros. Ella padeció más que todas las madres que tienen hijos enfermos o con dificultades, con sufrimientos, en la cárcel, en la droga, en lo que sea…
Nuestra Madre tuvo a su Hijo en el peor de los sufrimientos. Estaba junto a los malhechores, siendo condenado como un criminal, tratado como un criminal, escupido como un criminal.
QUÉ IMPORTANTE ES MIRAR A MARÍA
Nuestra madre entiende perfectamente nuestros sufrimientos, porque ella los padeció. Padeció todo lo que esas madres o esas abuelas padecen cuando ven a un hijo descarriarse; cuando ven a un hijo o nieto tomar un mal camino, un camino que los va a conducir al dolor, a la soledad.
Por eso, ¡mirar a María es tan importante! Mirarla ahí, al pie de la Cruz y pedirle que nos dé un corazón como el suyo, capaz de aceptarlo y capaz de llevar esa Cruz. No revelarnos.
Ella no se reveló, no se puso a gritar a los que están crucificando al Señor. En ningún momento se le ocurre levantar un palo contra aquella gente o insultarla o apedrearlos o lo que sea… Ni siquiera intenta bajar a Jesús de la Cruz. ¡Acepta la Cruz, se abraza a la Cruz!
Por eso, le pedimos: “Madre, fuente de amor, que yo sienta tu dolor para que de verdad llore con vos. Que mi corazón se encienda en fuego, en el amor de Cristo, para que pueda agradarle. Te pedimos que imprimas, fuertemente, en nuestro corazón las llagas del Corazón de Jesús crucificado, para que podamos compartir las penas de tu Hijo, que padeció por nosotros”. Y de alguna manera podamos orar con la Virgen.
JESÚS NOS ENTREGA A SU MADRE
Jesús en ese último acto de dolor de la Pasión, se desprende de Su Madre, nos la entrega como Madre a nosotros. No nos olvidemos que tenemos el tesoro más grande, la joya más grande de la corona del Señor: Su Madre. Y, en el momento de la Cruz, Jesucristo lo que hace es darnos a Su Madre; ofrecernos a Su Madre.
Es decir: – Bueno, Madre hacete cargo de estos, de estos hijos tuyos que me están crucificando, que son los culpables de mi Pasión, pero que son Mis hijos también, que son mis amigos, que son las personas que Yo quiero y, por lo tanto, te pido que los quieras a cada uno, como como yo los quiero.
Nuestro Señor nos quiere a cada uno de nosotros con todo el corazón hagamos lo que hagamos, ¡con todo Su corazón de Dios!
Por eso, la santísima Virgen cuando Jesús le dice eso, ha de haber hecho un esfuerzo, porque es lógico: ¡le estábamos crucificando al Hijo! Y, sin embargo, nuestra señora sabe perfectamente que Dios nunca se equivoca; Jesucristo nunca se equivoca.
Ella, ante las cosas que no comprende, las guarda, las mastica, las medita. Como aquella vez cuando Jesús tenía 12 años y le dijo que no tenía que estar pendiente, -o sea buscarlo. Que Él se tenía que ocupar de las cosas de Su Padre. Casi la reta por haber estado buscándolo tres días y tres noches por todo Jerusalén.
JESÚS SIEMPRE TIENE LA RAZÓN
¡Jesús siempre tiene la razón! La Virgen santísima no le discute, baja la cabeza y dice: “Tiene razón, aunque no entiendo”. Acá también le da la razón a Jesús y dice: “muy bien y nos abraza”.
La Virgen santísima, ¡cuando dice Okay, es Okay!, ¡Cuando dice amén es amén! Cuando le dice a Jesús: “de ahora en adelante serán mis hijos, no te preocupes, los voy a cuidar como te cuidaba a Vos”. Con el mismo amor, porque Vos me lo has pedido, porque Vos considerás que eso es lo más sabio que tengo que hacer.
Y, a partir de ese momento, ¡la Santísima Virgen nos cuida, como a Jesús! Por eso, qué gracia tan grande tenerla y qué importante es valorarlo. Y lo valoramos acudiendo a su intercesión, pidiéndole su ayuda.
No nos olvidemos nunca que, para María, somos Jesús. Nos quiere como a Jesús. Es una locura lo que le hizo hacer Jesús, ¡pero lo hizo! Él sabía que, si íbamos a ser discípulos de Él, necesitábamos tener una Madre como la que Él tuvo. Para que nos sostenga, para que nos lleve, para que nos proteja, para que nos aliente…
Jesús tuvo que ser sostenido, alentado, ayudado en la Cruz, porque no podía, no podía solo. Necesitó que su madre se quedara en Jerusalén y casi que le pide que lo acompañe a lo largo de toda la Pasión, porque necesitaba apoyarse en Su madre.
APOYÉMONOS EN MARÍA
Imaginémonos nosotros, es mucho más importante para nosotros apoyarnos en María, somos mucho menos fuertes que Jesús. Por eso, sí Jesús ha considerado importante que vivamos apoyados en María, ¡hagámoslos todos los días!
Con el rezo del rosario, con una simple jaculatoria, yendo a pedirle ante una imagen o, si no, en el propio corazón. Pedirle a la Virgen ayuda para todo lo que tengamos que hacer. Es nuestra Madre, nos fue regalada.
Ese don precioso en la Cruz, tenemos que honrar la voluntad de Jesús, acudiendo mucho a ella. ¡Que así sea!
Cómo Maria debemos acompañar a nuestros hijos en las buenas y malas teniendo el convencimiento y La Paz en nuestro corazón que también son hijos de Dios
Virgen Maria, nos enseñas la fidelidad en la hora más oscura.
Virgen Maria, nos enseñas la fidelidad en la hora más oscura.
Cómo Maria debemos acompañar a nuestros hijos en las buenas y malas teniendo el convencimiento y La Paz en nuestro corazón que también son hijos de Dios