Hay cosas en el Evangelio que dan pena ajena. Y Jesús nos las dice así, “sin anestesia”. Jesús nos conoció muy bien, como somos, como éramos… y sin embargo, “Señor, no nos descartaste.”
¿QUIÉN SE HUMILLA SERÁ…?
Jesús no nos despreció, no nos abandonó. Todo lo contrario, nos amó hasta el extremo. Nos salvó, nos redimió.
Al leer y meditar los evangelios de estos últimos días, «Señor, he sentido pena» y ¡hoy también!
Jesús nos dice en el Evangelio:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen pero no hacen. Lían fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente; alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, que les hagan reverencias en las plazas y que la gente les llame «Rabbí.»
(Mt 23, 1-7)
Y el Evangelio termina con esta misiva:
«El primero entre vosotros, será vuestro servidor. El que se enaltece, será humillado; y quien se humilla, será enaltecido.»
(Mt 23, 11-12)
Y podríamos ya terminar, porque el Señor, con esas últimas dos frases, nos lo dice todo: ¡Cuál es la solución! ¡Cuál es el remedio!
NOS PASA TAMBIÉN A NOSOTROS
Y si, esto no sólo le pasaba a los Fariseos, también a nosotros. “Porque ellos dicen, pero no hacen.”
“Señor, existe la tendencia natural de decir a los demás lo que tienen que hacer.” Es muy fácil decirlo…
Pero lo que nosotros debemos hacer, con lo que podemos ser más eficaces es: “predicar con el ejemplo.”
No harán lo que les digamos, sino lo que nos vean hacer. Y esto no pasaba con los fariseos; ellos no hacían, lo que ellos decían que había que hacer. No estaban dispuestos a mover un dedo para empujar.
Nosotros sí, nosotros queremos mover a los demás a actuar, pero con el ejemplo de la propia vida.
“Y, hay una segunda tendencia, Señor, que aparece en este Evangelio que es: «la vanidad»”.
El afán de que nos consideren… de qué se den cuenta de mis talentos… ¡No de mis defectos! (¡por Dios, qué tal…!) Mientras más escondidos los defectos mejor.
“Sólo con la ayuda tuya, Jesús, podremos mantener a raya nuestro yo, nuestra vanidad, el deseo natural de que nos vean, que nos aplaudan… ¡nos encanta!”
¡Es así! Qué le vamos a hacer, esto no solamente le pasa a los fariseos a nosotros también.
EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO
“Pero Señor, no nos llames fariseos, llámanos hijos tuyos, muy necesitados, necesitados de formación, necesitados de comprensión, dinos qué tenemos que hacer para salir de estos defectos y de estas cosas que nos hacen más humanos, queremos parecernos más a Ti, Jesús, Ayúdanos.”
Y un buen remedio para la vanidad y la vanagloria, es: “la rectitud de intención”.
Antes de hacer algo, antes de decir algo que pudiera inflar nuestra vanidad: ¡No! “Señor, esto lo hago por Ti. Para tu honor y para tu gloria.”
Me encontré con este texto de San Jerónimo, qué es maravilloso:
“Ten cautela, no te dejes prender por el ardor de la vanagloria —aconseja San Jerónimo- ¿Lo ves? Es tan grande este mal, que el que lo tiene no puede creer.”
Y yo puedo añadir: ¿Entonces, en qué crees? Pues en sí mismo el vanidoso cree en sí mismo.
Pero sigue el santo:
“Nosotros por el contrario digamos: “Tú eres mi Gloria” (Ps. III, 4), y “el que se gloría, gloríese en el Señor.” (I Cor 1, 31) (…). Cuando des limosna, que sólo la vea Dios. Cuando ayunes, pon cara alegre. El vestido ni demasiado cuidado ni tampoco sucio. No llames la atención por nada, para que no se detengan a mirarte los que pasan y te señalen con el dedo (…). Tampoco has de presentarte como demasiado piadoso ni aparecer como más humilde de lo que eres, no sea que, huyendo de la gloria, vayas en su busca».
(San Jerónimo, Epístola 22, 27)
“Señor, para Ti toda la gloria, hacer todo de cara a Ti.”
¿QUIÉN SE HUMILLA SERÁ….? DEBEMOS SER MUY AGRADECIDOS
Otro remedio, muy eficaz es: “ser muy agradecidos”. Si vemos que en nuestra vida hay cosas buenas, debemos agradecerlo a Dios. Todo lo hemos recibido de Dios.
Y si vemos cosas buenas en los demás… No es para tener envidia, sino también para agradecer a Dios. Para alegrarnos con sus aciertos y alegrías, con sus talentos.
“Pero, Señor, es que la verdad se nos vienen juicios, y comparaciones algunas veces precipitados. Bueno, pues a agradecérselo a Dios, y a pedir por esa persona.”
Cuando estaba preparando este ratico de oración, me acordaba de dos imágenes que utilizaba San Josemaría para que nos diéramos cuenta, de cuan vanidosos somos.
Hablaba por ejemplo de esa veleta que se pone en lo alto de un edificio, y que la ve todo el mundo, cuando lo más importante son los sillares, las bases de los edificios.
Hay otra… bueno, esta la busqué y la encontré, y es muy simpática, decía san Josemaría:
“La soberbia y la vanidad pueden presentar como atrayente la vocación de farol de fiesta popular, que brilla y se mueve, que está a la vista de todos; pero que, en realidad, dura sólo una noche y muere sin dejar nada tras de sí”.
(Yo no sé si a ti alguien te ha dicho que eres un “farol de fiesta popular” …)
“Aspirad más bien a quemaros en un rincón, como esas lámparas que acompañan al Sagrario en la penumbra de un oratorio, eficaces a los ojos de Dios; y, sin hacer alarde, acompañad también a los hombres —vuestros amigos, vuestros colegas, vuestros parientes, ¡vuestros hermanos! — con vuestro ejemplo, con vuestra doctrina, con vuestro trabajo y con vuestra serenidad y con vuestra alegría”.
Vita vestra est abscondita cum Christo in Deo (Colos. III, 3); Vivid cara a Dios, no cara a los hombres [1103]. (San Josemaría, Carta, 24-III-1930, n. 20.)
Qué buen decir: No ser un farol de fiesta popular, sino ser una lamparilla de esas que se gastan acompañando a Jesús en el Sagrario.” Recordándole al Señor; Señor todo lo recibo de Ti. ¡Para Ti todo el honor, la gloria y todo lo que hago!
LA VIRGEN
Hace una semanita ya, celebramos la gran solemnidad de “la Asunción.” En el Evangelio de esa solemnidad aparecía el canto del Magníficat, esta poesía que brotó del corazón de nuestra madre santa María, inspirada por el Espíritu Santo.
En este canto maravilloso se refleja toda el alma, toda la personalidad de María. Podemos decir que este canto es un retrato, un verdadero icono de María, en el que podemos verla tal cual es.
Comienza con la palabra Magníficat: mi alma «engrandece» al Señor, es decir, proclama que el Señor es grande. María desea que Dios sea grande en el mundo.
Vamos a pedirle a santa María, su intercesión para saber imitarla en este deseo de que sólo Jesús se luzca, de que en nuestra vida sea grande Jesús.