Hoy Sábado Santo es un día de silencio, sobre todo de silencio litúrgico. Los sacerdotes hoy no tenemos prevista una misa para el Sábado Santo, ni una celebración litúrgica; es un día alitúrgico, el único de todo el año.
Es verdad que hoy en la noche vamos a tener la vigilia Pascual, pero eso forma parte más bien del Domingo de Resurrección.
Pero dentro de la tradición de la Iglesia, existe un himno llamado “O vos omnes” que, de las versiones más famosas está la de Luis de Vitoria (la puedes conseguir fácilmente en internet).
Nos vamos a servir del texto que, en realidad, es tomado del Libro de las Lamentaciones de Jeremías y dice así:
“Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta”
(Lam 1, 12).
Este versículo lo repite, al menos, tres veces en esa versión de Luis Vitoria (que te recomiendo vivamente que lo busques en internet, que la escuches con calma).
MOMENTO DE ESPECIAL REFLEXIÓN
Hoy Sábado Santo, este texto nos ayuda muchísimo porque es el momento de especial reflexión en el dolor que nos embarga, por cuanto Jesús, nuestro buen Jesús, está muerto y por nuestra causa.
Nosotros también estuvimos en el momento bueno, en el Domingo de Ramos, alabando al Señor. Todos allí estábamos súper contentos, queríamos “salir en la foto”.
Pero en el momento malo, pudo más la tentación, la presión social, la comodidad, el “qué dirán”, el placer egoísta e inmediato.
Tuvimos la oportunidad de elegir entre Jesús y Barrabás y, lamentablemente, nos dio vergüenza, capaz flojera, ir a contracorriente. Es que era mucho más fácil, mucho más cómodo, dejarse llevar.
“Nos pareció mejor negocio”
(tontamente)
“cambiar la primogenitura por un plato de lentejas”
(Gn 25, 27-34).
Y qué amargo el dolor cuando nos dimos cuenta del engaño.
NOS VESTIMOS DE SOLDADOS ROMANOS
Y por si esto no fuese suficiente traición a nuestro buen Jesús -que lo único que ha hecho ha sido proponernos una vida plena-, resulta que nos vestimos de soldados romanos y agarramos uno de los martillos y comenzamos, con todas nuestras fuerzas, a traspasar las purísimas carnes de nuestro Señor con esos hierros que lo dejarán colgado del madero.
Hay una imagen muy gráfica, que es que nuestro Señor está cocido al madero por esos hierros y ¡qué impresión tan fuerte el descubrirnos con las manos manchadas de la preciosísima Sangre de nuestro Señor!
Darnos cuenta de que cada uno de nuestros pecados fue un martillazo a los clavos de la Cruz… sabíamos perfectamente lo que estábamos haciendo y parecía que no nos importaba, ni si quiera esa dulce mirada de Jesús mientras lo clavábamos nosotros, que nos decía: “¿También tú?”
NOS ENGAÑAMOS
Ni si quiera eso parecía hacernos entrar en razón y nos engañábamos diciendo: “Bueno, no era para tanto; que nuestros pecados no eran tan graves; que ya acudiríamos, en todo caso, al sacramento de la confesión cuando cayésemos en pecado mortal”.
O, incluso, lamentablemente habiendo perdido el estado de gracia, nos engañamos diciendo que daba igual un pecado que dos, que tres o que cuatro… total, nos vamos a confesar y se nos iba a quitar absolutamente todo.
“Sí, pero ahora que tenemos el martillo en la mano, nos damos cuenta de la atrocidad que estamos cometiendo contigo Señor y nos duele profundamente el que, por nuestra causa, hoy te vemos muerto, en el Sepulcro, en la más absoluta soledad”.
LA CRUZ, MUESTRA MÁXIMA DEL AMOR DE DIOS
Pero ese dolor se une a un profundo agradecimiento, porque la Cruz es la muestra máxima del amor de Dios por nosotros. Ese amor que quiere que la persona amada tenga vida y la tenga para siempre.
Es que la Cruz es la demostración de que Dios nos quiere para la vida y no para el pecado. Es la muestra más grande del amor de un Dios tan bueno, que aún cree que nos merecemos otra oportunidad.
ANÉCDOTA
Te voy a contar un suceso que tuvo lugar en estos días y te reconozco que todavía me tiene perplejo.
Estos días de Semana Santa no los estoy pasando en mi casa, sino que vine a una ciudad cerca de donde vivo normalmente y, en los ratos libres, voy y ayudo en una parroquia a un gran amigo sacerdote, especialmente, con las confesiones durante las misas.
Y el pasado Domingo de Ramos, ya había terminado la misa, estaba ya regresando a la casa y pude haberme venido en carro, pero decidí caminar mientras rezaba una parte del rosario.
El espectáculo debe haber sido impresionante, porque no es muy frecuente, en esta ciudad donde estoy en estos días, ver caminar por la calle a un sacerdote de casi dos metros con una sotana negra bajo el inclemente sol de montaña.
En esas estaba y mientras caminaba escuché a alguien que gritaba: ¡Padre! Resulta que un carro se había detenido a mi lado y, desde dentro, un muchacho me llamaba.
“Padre, necesito unas palabras de paz. ¿No tiene para mí unas palabras que pueda darme?”
Sin pensarlo (cometí una imprudencia que ahora ya con el paso de los días digo), le dije: ¿Me puedo montar en el carro? cosa que en Latinoamérica es casi un acto suicida (montarse en el carro de un desconocido).
Resulta que ya dentro del carro hablando con el muchacho, me di cuenta de que había llevado una vida de muchos años muy alejado de Dios y ya estaba cansado, quería cambiar, pero el peso de su entorno y, sobre todo, el peso de sus culpas pasadas no le dejaban en paz.
LA OPINIÓN DE DIOS
Sentía que no podía salir de esa situación y se me ocurrió preguntarle: ¿quisieras confesarte? Te aseguro que te quitarás de encima un gran peso, porque te puedo ofrecer el perdón de la única opinión que importa: la opinión de Dios.
Para mi sorpresa, el muchacho accedió y se produjo el milagro. Por supuesto que lo que hablamos en esa confesión me lo voy a llevar conmigo a la tumba, pero me dejó sorprendido el que Dios se haya servido de una coincidencia como esta.
Porque como te dije, yo en esta ciudad no vivo y pude haberme regresado a otra hora, en carro y no pasaba por esa calle justo en ese preciso momento en el que coincidí con este muchacho.
Pero Dios se valió de esta coincidencia (de esta diocidencia como se le suele llamar ahora), para darle una nueva vida, una nueva oportunidad a este muchacho.
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
Por muy desordenada que haya sido su vida, por muy lejos que se haya ido de Dios, también Dios dispuso todo para darle una nueva oportunidad. Por fortuna, este muchacho no la desaprovechó.
Yo creo que esto es lo que tenemos que considerar también en este Sábado Santo: la muerte de Cristo es para nosotros un mensaje claro. Es Dios que nos dice:
“Yo creo que tú vales la pena. Creo que aún te mereces una nueva oportunidad. Por mucho daño que me hayan hecho tus pecados, tus faltas, aún creo que puedes cambiar.
“Yo he dispuesto todo y, a veces, de un modo sorprendente para que, libremente, porque te da la gana, vuelvas a Mí. ¿Quieres venir conmigo a una vida nueva libre de la esclavitud del pecado? ¿Quieres resucitar conmigo?”
Esta pregunta es personal, se dirige a cada uno de nosotros. Y la respuesta también es personal.
Aún tenemos tiempo de decir: “Sí Señor, sí quiero que tu muerte en la Cruz no caiga en saco roto. Que yo no traicione este nuevo acto de confianza que has puesto en mí”.
UN FINAL FELIZ
Que la conciencia de la gravedad del pecado me lleve a ser más generoso con Dios. Que me decida de una buena vez a tomarte mi vida cristiana en serio, con coherencia, con más amor de Dios.
Y, por fortuna -como dicen por ahí- las historias se conocen por sus finales y el nuestro aún no ha llegado. Eso significa que todavía tenemos tiempo para que nuestra vida tenga un final feliz, el mejor final feliz posible que existe, que es: en los brazos de Dios para siempre, para siempre, para siempre.
Es decir, que podamos cambiar nuestra vida para poder llegar al Cielo. Todavía podemos cambiar y si Dios no lo creyera, no habría muerto en la Cruz. Y para que tú y yo no desesperemos, para que estemos seguros de que esto todavía es posible.
Por fortuna, ya sabemos cómo terminan estos días. Estamos esperando, en verdad dolidos por nuestros pecados, pero alegres porque ya se acerca la Resurrección.
Gracias a eso, tenemos la certeza de que Dios tiene la última palabra sobre el mal, también sobre el mal en nuestras vidas.